Un 20 de octubre, el de 1978, el secretario general de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU), Oliverio Castañeda de León, fue asesinado. Luego de intervenir como orador al final de la marcha conmemorativa de la Revolución de 1944, un comando dirigido por Germán Chupina Barahona lo acribilló.
Apenas ocho días antes, Oliverio había cumplido 23 años. Era casi un niño y, sin embargo, llevaba sobre sus espaldas la madurez de un dirigente consolidado. Había trascendido el ámbito de la dirección estudiantil y se perfilaba como un líder nacional. Por eso le temieron. Por eso decidieron acabar con su vida antes de que alcanzara la dimensión que ya proyectaba.
Los días posteriores a su ejecución extrajudicial fueron frenéticos en la sede de la AEU. Las movilizaciones por la denuncia de este crimen atroz se combinaban con la cotidianidad de mantener viva la actividad de la entidad estudiantil. De acuerdo con la normativa vigente en ese entonces, el secretario de organización, Estuardo Antonio Ciani García, debía asumir la dirección de la AEU. Y Tono (como se lo llamaba con cariño) estuvo a la altura. Con 22 años de vida asumió sin chistar la enorme tarea que tenía por delante. Su rostro serio encabezaba las reuniones que siguieron al doloroso 20 de octubre para discutir las acciones por realizar. Las movilizaciones, los homenajes, las asambleas generales. Ni un solo día se ausentó de la sede.
Pero su compromiso, su altura de gigante ante las circunstancias, le costó muy caro. La noche del 6 de noviembre de 1978, apenas 17 días después del asesinato de Oliverio, Antonio Ciani fue detenido y desde entonces está desaparecido. La AEU perdió en menos de un mes a dos dirigentes valiosos, a dos niños crecidos por las circunstancias. Oliverio y Tono, líderes del movimiento estudiantil universitario, engrosaron las filas de la enorme lista de víctimas de la atroz política represiva del Estado, convertido en un Estado criminal.
Apenas tres años después, nuevamente en octubre, durante el otoño, otro niño fue arrebatado del seno familiar. Marco Antonio Molina Theissen, de apenas 14 años, fue detenido y también desaparecido por las fuerzas de seguridad del Estado. En un hecho característico de la cobardía enfundada en uniforme, Marco Antonio fue arrebatado de los brazos de su madre, Emma Theissen Álvarez, cuyos reclamos fueron ignorados por los criminales. Sus secuestradores pretendieron con este crimen obligar a su otra víctima, Emma Molina, quien los había burlado al librarse del cautiverio en que la tenían, a entregarse de nuevo a sus manos criminales. Emma no supo de esta pretensión, lo cual libró a su familia de perder a dos de sus retoños.
En agosto de este año, tras casi dos décadas en manos criminales, la AEU volvió a la conducción de representantes reales del movimiento estudiantil universitario. Bajo la conducción, por primera vez en elecciones, de una mujer, de Lenina García, la AEU ha empezado a recuperar su brillantez perdida en las manos de mafias asociadas al alcalde capitalino Álvaro Arzú. Sin que del lado de la justicia oficial haya avances significativos en los procesos por la ejecución extrajudicial de Oliverio y la desaparición forzada de Antonio Ciani, del lado del voto estudiantil llegó un respiro de reivindicación al rescatar el liderazgo de la AEU.
En el caso de Marco Antonio, el proceso judicial que con dignidad y perseverancia monumental ha mantenido su familia está por llegar a la fase de debate. Una a una han ido superando las trabas procesales impuestas por una defensa maliciosa que ha pretendido mantener este crimen en la impunidad. De esa manera, al llegar a debate, muy difícilmente sus captores y responsables de varios crímenes podrán librarse de la mano de la justicia. Y así, aunque no sean los casos específicos de Oliverio y Tono Ciani, el juicio por la desaparición de Marco Antonio será una gota de justicia en el mar de la impunidad en que se han mantenido los crímenes contra los niños del otoño.
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