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Los niños del café en Jinotega: siguen trabajando

Las vacaciones escolares son la excusa que ponen frente a las autoridades, cuando éstas cuestionan el empleo de mano de obra infantil en las plantaciones de café
En Los Pocitos, finca del productor Emilio Molina, se puede ver a esa hora a niños menores de 14 años cargando con los canastos del corte o con pesados sacos sobre los hombros, aunque el mandador de la finca, Isidro Alaniz Palacios, niegue que aquí trabajen menores de edad.
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Los niños del café en Jinotega: siguen trabajando

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A sus 14 años, Melania Pérez, oriunda de una remota comunidad de Waslala conocida como La Sofana, es protagonista de una historia que se repite cada año en temporada de corte del llamado grano de oro en Nicaragua. A pesar de las normas legales que prohíben el trabajo infantil, centenares de niños, como Melania, se trasladan con sus padres, parientes o conocidos de todas las regiones del país hasta los brumosos cafetales de las montañas de Jinotega, donde son empleados para recoger el grano, que sigue siendo el principal rubro de exportación de Nicaragua.

-Por Carlos Salinas Maldonado- Los buenos precios que ha registrado el café en el mercado internacional no se han traducido en mejoras laborales en los cafetales, donde los niños pasan largas jornadas de pie, en suelos movedizos, entre las plantaciones, cortando el café. La jornada comienza muy temprano en la mañana, cuando despunta el alba y la bruma todavía cubre estas tierras altas y el frío cala hasta los huesos. El trabajo se interrumpe al mediodía, hora de almuerzo, cuando los trabajadores bajan cargados de café hasta a la casa hacienda, donde reciben una ración de arroz y frijoles como única comida. En Los Pocitos, finca del productor Emilio Molina, se puede ver a esa hora a niños menores de 14 años cargando con los canastos del corte o con pesados sacos sobre los hombros, aunque el mandador de la finca, Isidro Alaniz Palacios, niegue que aquí trabajen menores de edad.

El “campamento”

Esta fría mañana de enero Melania se ha encerrado en el cuarto del “campamento” donde duerme junto a otros tres hombres. Se esconde. Por este campamento se corrió rápido el rumor de que una delegada del Ministerio del Trabajo de Jinotega ha llegado a hacer una inspección a la zona, y los padres no quieren ser amonestado por exponer a sus hijos al trabajo en los cafetales, prohibido por las autoridades.

El de “campamento” es un nombre edulcorante para lo que en realidad son barracas. Se trata de tres edificios de cemento que más bien parecen galerías de cárceles: los edificios están divididos en asfixiantes cuartos donde el aire es pesado y la humedad,  el sudor de los trabajadores y los orines crean una mezcla de olores repugnantes. Aquí duermen los trabajadores, en literas en las que viejos sacos sirven de colchón y sábanas: una pobre protección para el intenso frío de la zona. Fuera de las literas, el lodo se mezcla con basura, los imposibles orines y excremento humano. Los trabajadores dicen que sólo hay un baño para 180 cortadores, y que la mayoría hace sus necesidades al aire libre o se baña en las sucias aguas de un río que atraviesa la finca.

Melania es tímida. La muchacha apenas contesta con un sí o un no a las pregunta. Es una niña indígena, de rostro moreno y ojos achinados. Su boca dibuja  una sonrisa coqueta cuando le cae en gracia alguna pregunta, mostrando unos grandes dientes blancos que contrastan con el color oscuro de su piel. Su hermano y un amigo de ellos, Felícito Martínez, hablan por ella.

Dicen que la niña estudia el sexto grado en La Sofana y, según su hermano, está en Los Pocitos en temporada de vacaciones. Los hermanos no tienen papá, y la niña ha sido enviada por su madre a trabajar en el corte del café en estas lejanas tierras. Está al cuidado de este muchacho robusto, de manos grandes, propicias para el corte del café. Él dice que la cuida, pero en los cafetales de Jinotega las niñas viven en una constante amenaza.

La delegada del MITRAB

Por tener 14 años Melania puede trabajar en las plantaciones, a pesar de las condiciones extremas. Así lo confirma Lidia Chamorro, delegada del Mitrab en Jinotega. Chamorro es una mujer bajita, pero que tiene la fuerza de un tornado. De risa fácil y dicharachera, esta mujer se cala sus botas de hule y va de finca en finca, supervisando qué tanto se cumplen las normas laborales en las plantaciones de Jinotega.

Esta mujer ha logrado que unos tres mil productores de café, de los 15 mil que se calcula hay en Jinotega, firmen un convenio colectivo que prohíbe el uso de mano de obra infantil en los cafetales, pero, a pesar de eso, Chamorro asegura que es difícil evitar que los productores empleen a niños en la temporada de corte.

“No hemos podido totalmente erradicar el trabajo infantil. Es imposible”, dice Chamorro en la sala de su casa en Jinotega. “Para hacerlo necesitamos más presupuesto, porque trabajamos con las uñas”, agrega.

Chamorro explica que cuenta con dos inspectoras para supervisar unas seis mil haciendas cafetaleras que están bajo el ojo del Mitrab, y que es difícil para estas funcionarias mantener una supervisión constante en todas estas plantaciones. Trabajan con ayuda de organismos internacionales como Save The Children, pero necesitan más apoyo económico y técnico para cubrir toda la zona.

Los convenios colectivos logrados hasta ahora establecen que los productores no deben emplear a niños menores de 14 años. Una vez que cumplen la edad no deben ser sometidos a jornadas tan extenuantes como las de los adultos, que el pago debe ser entregado a los menores y no a sus padres y que los niños no trabajen en zonas peligrosas. Los productores que incumplen las normas establecidas por el Mitrab son multados con montos que superan los cien mil córdobas.

Las vacaciones: una excusa

Estas medidas, sin embargo, no persuaden a los padres. Las vacaciones escolares son la excusa que ponen frente a las autoridades, cuando éstas cuestionan el empleo de mano de obra infantil en las plantaciones de café. “Un chavalo de 14 años puede cortar también, es un chavalo que ayuda. No están estudiando ahorita, es la oportunidad que le ayude al papá, porque después uno tiene que darle el estudio”, dice José Luis Velásquez, originario de Matiguás, pero cortador de café en Los Pocitos. “En tiempo de silencio (cuando termina la cosecha) el papá tiene que darle estudio, tiene que darle la comida, entonces ahorita para mí está bien que los niños trabajen”, agrega el hombre.

Cuando las inspectoras del Mitraba visitan algunas fincas cafetaleras y encuentran a niños trabajando, apenas tienen el tiempo para escribir un informe, porque algunos padres reaccionan furiosos y, machete en mano, les espetan: “¿Acaso vos lo vas a mantener?”. “A veces la resistencia se encuentra más en los padres que en los productores”, dice Chamorro.

En Los Pocitos trabaja Harving Horacio Moran Martínez, un niño de 13 años, piel clara y sonrisa de travesura.  No sabe leer ni escribir. Dice que le gusta cortar café. Ha venido desde Waslala, como la mayoría de cortadores de esta finca, para trabajar durante el tiempo de cosecha, que se extiende del 20 de noviembre hasta la segunda semana de marzo. A Freddy lo acompaña una tía, que se enfurece cuando escucha que es prohibido que un menor trabaje en los cafetales. “¡Sí sé que es prohibido!”, espeta cuando escucha a una delegada del Mitrab hacerle el reclamo.

Los Pocitos es una de las fincas más complicadas de las que supervisa el Mitrab. Lidia Chamorro asegura que el propietario, Emilio Molina, se amparó cuatro veces el año pasado contra el Ministerio del Trabajo, por lo que los funcionarios del Mitrab quedan con las manos atadas hasta que se resuelvan esos amparos. Mientras tanto, explica Chamorro, los niños como Harving o Melina seguirán trabajando en estas plantaciones en condiciones extremas.

Una escuela, otra realidad

Una realidad diferente se vive en La Colonia, finca cafetalera propiedad del productor Isidro León-York. La Colonia produce unos nueve mil quintales de café al año y los buenos precios del grano han permitido que su propietario invierta en mejoras para los trabajadores: la finca cuenta con una escuela, donde los niños reciben clases, comida y juegan mientras sus padres cortan café.

Leda Cristina Gómez, de 33 años, es la maestra de la escuela. Es una mujer de piel blanca quemada por el sol y hermosos ojos color miel. Ella es empleada en la escuela en la temporada de vacaciones escolares, que coincide con el inicio de la cosecha del grano. Esta mañana Leda enseña a sus estudiantes, niños de 10 a 14 años, la importancia de cuidar su entorno.

— ¿Cómo vamos a reducir la basura?—pregunta la maestra a los niños

— ¡Reutilizando las cosas!—gritan los pequeños.

— ¿Si yo tengo esta blusita vieja la tengo que tirar a la basura? — pregunta la maestra y un largo ¡Noooooooo! es la respuesta.

— ¿Qué es lo que tengo que hacer con mi blusita? — les vuelve a preguntar Leda.

— ¡La tiene que costurar! — responde el coro de niños.

La maestra asegura que los padres están de acuerdo con que sus hijos estén en la escuela en lugar de las plantaciones, aunque afirma que sólo un 50% de ellos se acercan a la escuela a preguntar por la educación de sus niños. Muchos de los niños, a su vez, están sentados en los pupitres, en la fresca aula con murales y libros, pero su cabeza está en los cafetales, donde les gustaría trabajar.

Es el caso de Allan Pineda, un niño de 14 años que apenas domina las ganas de tirarse a los cafetales, canasto amarrado a la cintura, para cortar el tan preciado grano. “Quiero ir a trabajar”, dice Allan, “aquí no me hallo. A mí me gusta cortar. Mis papas dicen que si yo quiero ir, que vaya a cortar”. El niño dice que quiere “ganar reales” y la escuela no le ayuda en ese propósito. Al menos no en estos días, cuando La Colonia bulle con la actividad de los trabajadores: hombres y mujeres que bajan de las plantaciones para pesar su corte de café, mandadores que dan órdenes, contadores que llevan las cuentas de cuánto corta cada quien, y jovencitas de voces cantarinas que ríen mientras la jornada de mediodía termina en La Colonia. “El próximo año lo haré”, dice Allan. “Voy a cortar café”.

Isidro León York, productor: “Diez años sin niños en los cafetales”

La hacienda La Colonia se ha convertido en un modelo para los productores de café de Jinotega. En esta hacienda de 300 manzanas se producen más de nueve mil quintales del grano de oro, empleado para los tiempos de cosecha a unos 760 trabajadores. El propietario de La Colonia es el caficultor Isidro León-York, un hombre de estatura media y ojos achinados que repite con orgullo que en sus cafetales ya se cumplen diez años de no emplear a niños en el corte. La Colonia cuenta con una escuela, una clínica y una especie de tienda donde los trabajadores pueden abastecerse de medicinas y productos de higiene personal. Una burbuja en Jinotega, donde la realidad en muchas fincas cafetaleras es lo contrario a lo que se vive en La Colonia.

En entrevista con Confidencial, León-York asegura que los buenos precios del café que se han mantenido altos y estables en los últimos tres años le han permitido mejorar considerablemente las condiciones laborales en su hacienda. León-York está entre los principales productores de café de Jinotega, departamento donde se cosecha el 45% de la producción nacional. El año pasado, según datos del Centro de Trámites de las Exportaciones (Cetrex), Nicaragua exportó más de 426 millones de dólares en café, siendo éste el principal producto de exportación del país. A un precio promedio de 220 dólares por quintal, las ganancias les han permitido a productores como León-York hacer mejoras considerables en sus fincas.

“Los productores están tomando en serio estas cosas. Quieren tener las mejores condiciones laborales para que los empleados lleguen a trabajar. Nosotros, por ejemplo, llevamos diez años sin niños en los cafetales”, dice León-York en sus oficinas de Jinotega, donde comercializa el café que sale de La Colonia.

En esta hacienda los trabajadores reciben un pago de 30 córdobas por la lata de café, mientras que hace cinco años esa lata se pagaba a 18 córdobas. Además de tres tiempos de comida y la posibilidad de tener a sus hijos en la escuela. El pago de los maestros, los útiles para enseñar y el mantenimiento de la escuela salen de las ganancias de La Colonia.

“En mi finca los niños no van al campo”, dice con orgullo León-York. “Los padres nos piden que los dejemos hacer cosas, pero nosotros en lugar de eso les damos cuadernos y mochilas”, asegura. “Hace unos años el café no te daba ni para el mantenimiento de la finca”, reflexiona el productor, “y lo que se está logrando ahora es apenas para mejorar un poco la infraestructura”, agrega, en referencia a los buenos precios de los últimos años. Entre esa infraestructura el productor incluye la escuela, donde unos 60 niños reciben clases a un lado de los cafetales, los que posiblemente se conviertan en un futuro en su única fuente de trabajo. Mientras tanto, la maestra Leda les enseña a esos niños cómo cuidar el hermoso entorno de las verdes montañas de Jinotega.

 

*Este artículo es parte de El Confidencial y es reproducido con su autorización por Plaza Pública.

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