No podemos entender su decisión como una ocurrencia producto de una conversación de sobremesa, como cuando con sus colegas invitados a una conversación informal deciden si esta vez prefieren un cognac XO o, imitando a Luis XIV, un Tokaji 7 puttonyos. Decidir si en algún lugar del país se permite pagar menos de lo mínimo no tendría que ser una cuestión fácil, e implicaría no sólo análisis económicos serios y confiables de científicos no influidos ideológicamente, sino reflexiones ético políticas que quien lleva más de cuarenta años soñando e intentado regir los destinos del país debería haber sopesado y analizado largamente.
Cierto, las decisiones de política económica siempre tienen una alta dosis de ideología, pero hay ya tantas cosas experimentadas en el mundo que al decidir modificar una de las variables económicas, la única humana y por ello la más importante, como es el caso de los salarios, no es un chiste ni cosa que se deja para el final de un micro período de gobierno. Porque quien ha pasado casi la tercera parte de su vida laboral supuestamente defendiendo la Constitución sabe que, a pesar de todas sus contradicciones, la norma máxima del país tiene en la protección de la persona, el ciudadano, su principal objetivo. Y, en consecuencia, ha de saber que en ninguna parte de esa ley se habla de personas cuyo esfuerzo laboral valga menos que el de otras. Como estudioso del derecho, que se dice haber sido, sabrá también que el salario es la remuneración a la que se hace merecedor todo el que se ve obligado a vender su fuerza de trabajo y que a igual trabajo, igual remuneración. Los salarios mínimos son el límite más bajo permitido para remunerar el esfuerzo laboral, no son ni el promedio ni mucho menos el máximo, por lo que poner algo más abajo de lo bajo resulta, en sí misma, una contradicción, ya no digamos un acto éticamente inaceptable para un político que se considere al menos en el límite de la ética.
Como también sabrá el Presidente ocasional, porque es ilustrado, ya cuando su posible antepasado Pedro de Alvarado fundó la primera ciudad e estos parajes se establecieron salarios mínimos para muchos de los trabajos: “a los herreros, por herrar un caballo,[se dijo], se pagará medio peso; por hacer cien clavos, dándole hierro, un peso. Al zapatero por hechura de unos zapatos, dándole el cuero, un peso. Al sastre, por hechura de un bonote, cuatro reales” (Acta del Cabildo de 1528). A partir de allí no era permitido, se supone, pagar menos por esos servicios.
Don Alejandro, en consecuencia, tenía suficiente información al respecto, por lo que al decidir autorizar a algunos empresarios a pagar menos de lo mínimo no sólo está favoreciendo a unos y perjudicando a otros, sino que ha pasado por encima de lo que legal y teóricamente significa un salario mínimo.
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Pero el tema, además, no es una demanda sentida y reivindicada activamente en las comunidades implicadas. Allí, los que están enterados se han manifestado en contra, como sucedió con todos los candidatos a alcalde de Guastatoya, donde el único que apoyó ese engendro económico-político, Saúl Beltetón (PP) está por entregar el cargo, y quien lo ocupará a partir del 14 de este mes tajantemente se opuso a ello. Igual sucede en San Agustín Acasaguastlán, donde Marroquín Hichos, también del PP, no fue reelecto y su sucesor no apoya en absoluto tal medida. Blanca Alfaro (Masagua, Escuintla), antes PP y reelecta por Lider no se ha pronunciado actualmente en favor de la medida, por lo que el único que piensa como el señor Presidente es el alcalde reelecto de Estanzuela, Zacapa. Pero Maldonado Aguirre, supuestamente defensor de la democracia, se pasó por el arco del triunfo cualquier negociación y diálogo con los alcaldes electos y, cual César, se dispuso a imponer sus acuerdos aún contra la opinión del Ministro de trabajo en funciones, pues el titular optó por irse cobardemente de paseo para no asumir la responsabilidad. Ensoberbecido con su cargo, mandó al diablo al Viceministro reflexivo y lo acusó de insurrecto. Él, que se decía democrático.
Luego entonces, qué motivó al orgullosamente conservador Presidente a tomar una medida tan arriesgada. Esta no era tan simple como nombrar General a una imagen religiosa, incapaz de cumplir materialmente esa función, o hacer como que regalaba una parte de su sueldo sin emitir un acuerdo gubernativo estableciendo, efectivamente, un sueldo menor para el Presidente y su Vice. El eterno candidato presidencial dispuso dar un paso arriesgado, tratando con ello, tal vez, de dejar su nombre en letras de oro en la historia laboral del país.
Por qué no quiso dejarle esta decisión a su sucesor, que sí podía haberla resuelto si hubiese tenido un poquitito más de enjundia. Tal parece que atento y dispuesto servidor de los que influyeron, acordaron y aconsejaron ponerlo donde está, decidió darles muestras de agradecimiento y, sin darse cuenta, en pocas horas no sólo demostró que el país se sacó la lotería al no tenerlo nunca como Presidente electo, pues a las primeras de cambio no sólo yerra sino que se ofusca, agrede y vitupera a quienes le cuestionan. No es solo eso. También evidenció que detrás de sus modales suaves se esconde el más auténtico y genuino de los dictadores emelenistas sesenteros.
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