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“Los militares saben de seguridad” y otros mitos y problemas de nuestra época

¿Cómo se respondería en Guatemala a la pregunta de “qué harías si”? ¿Cómo se entiende el problema de seguridad aquí? Y sobre todo, ¿cómo se establecen soluciones de Política Pública para abordar este problema?
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“Los militares saben de seguridad” y otros mitos y problemas de nuestra época

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La vieja cultura de seguridad no termina de irse y la nueva que no termina de llegar.

Un sujeto está en una calle en medio de la noche. No hay nadie a la vista y su carro no arranca. Mientras se entretiene examinando el motor se percata de que una persona se aproxima. No la sintió venir y está muy cerca. ¿Qué es lo primero que se le pasa por la cabeza? ¿Cuál es la reacción? ¿Cómo entiende su dilema de seguridad en ese momento? Esa subjetividad, esa manera de interpretar las amenazas y la reacción que se deriva es lo que llamaremos en este ensayo Cultura de Seguridad.

La respuesta, claro está, no es siempre la misma. Depende tanto del contexto como de variables estructurales. Depende de quién seas (sexo, edad) y de tu experiencia pasada en situaciones similares. También depende de escenarios meramente circunstanciales. No es lo mismo ver que se aproxima una mujer de 60 años que observar a un varón de 25 y 250 libras de peso. No es lo mismo un callejón oscuro en una favela de Rio de Janeiro que una gran avenida en Zurich.

Ni la pregunta ni la respuesta son banales. El comportamiento (que se deriva de la subjetividad y la retroalimenta conformando la cultura) vendrá determinado por toda esa serie de elementos que afectan las percepciones. Digamos que la reacción primera en nuestro ejemplo es de desconfianza, de acción violenta a lo que se considera una amenaza. La persona que se aproxima, a su vez reaccionará, y el final de la historia puede ser trágico cuando pudo haber sido cordial.

Jared Diamond, famoso antropólogo e influyente intelectual, cuenta que hablando con un lugareño de una isla del Pacífico que estudiaba le pidió que lo acompañara al día siguiente a la otra parte de la isla, pero este se negó. Argumentaba que si fuera a ese lugar con seguridad, sería asesinado. Diamond, extrañado, le preguntó por qué, y le pareció que la respuesta era de una evidencia pasmosa: “porque si los lugareños de ese lado de la isla vinieran aquí, yo los mataría a ellos”, vino a decir. La cultura de la venganza sostenía la destrucción de tal manera que se entraba en una espiral que parecía no tener fin. Los mecanismos para romper ese razonamiento circular de violencia pasarán a ser clave en los estudios de seguridad del siglo XX.

Una de las nuevas escuelas de seguridad del siglo XX, los célebres Estudios de Paz, se concentran en gran medida en lo que llaman Paz Positiva: todos esos elementos que generan confianza social y que tienen efectos estructurales en la seguridad. Una simple idea negativa de un grupo social hacia otro puede desencadenar acciones de violencia ininterrumpida. Un ambiente social con las características contrarias puede tener como consecuencia bajísimos niveles de crímenes predatorios.

Que una solución de seguridad sea integral dependerá por tanto de políticas no asociadas en la visión tradicional con la seguridad. Por lo menos, en principio.

En el ejemplo, los factores que explican cómo se comporta la persona (su reacción violenta contra quien se aproxima o su saludo amable) dependen por ejemplo de alumbrado público, el tipo de diseño urbano (los espacios cerrados tienden a ser más inseguros), o aspectos socioeconómicos como la pobreza o la desigualdad. Incluso se manejan ideas tan peregrinas a priori como que la cantidad de plomo en la ambiente está relacionada con el índice de homicidios. (Ideas peregrinas pero que cuentan con una sólida e interesante evidencia.)

¿Cómo se respondería en Guatemala a la pregunta de “qué harías si”? ¿Cómo se entiende el problema de seguridad aquí? Y sobre todo, ¿cómo se establecen soluciones de política pública para abordar este problema? Creo que podemos asegurar sin riesgo a equivocarnos que en esa situación no actuaríamos con calma.

Recuerdo todavía la profunda impresión que me generó ver por primera vez, hace casi diez años, a un guardia de seguridad en la calle, armado. Su delgadísimo cuerpo sostenía un rifle que se veía exageradamente grande en sus manos. Estaba cuidando una fotocopiadora…una fotocopiadora. Hoy aquella primera impresión ha desaparecido por completo, pero la imagen me asustó, me generó inseguridad.

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La cultura de seguridad en países de mayor renta y estables es una de ausencia de fuerza. No ver policías te hace sentir seguro. En cambio En Guatemala, la presencia de guardias, púas, talanqueras, y demás se da por descontada, es una condición para sentirse seguro. No estar rodeado de estos elementos de seguridad se aparece en la mente del ciudadano promedio urbano guatemalteco, como una irresponsabilidad.

[relacionadapzp1]

La cultura de seguridad en Guatemala no es comprensible sin hacer una reflexión sobre el conflicto armado y los Acuerdos de Paz y todo lo que derivó después. El Ejército, como tradicionalmente encargado de la Seguridad Nacional, está entrenado para solucionar un problema concreto. La transición y el cambio de sistema exigían integrar enfoques distintos a los meramente militares y que el mismo Ejército, con sus funciones delimitadas, los asumiera.

El proceso fue imperfecto en dos sentidos. Por un lado, el Ejército entró en una crisis de identidad al ser desmontado sin estrategia clara. Por otro, las instituciones civiles no fueron capaces de llenar estos vacíos institucionales.

La confluencia de estos dos procesos llevó a que mucha de la mentalidad militar, concebida en otro contexto, se trasladase a diversos ámbitos de seguridad de manera defectuosa: malas soluciones para los problemas de una sociedad democrática, sin conflicto armado interno y en proceso de modernización.

La historia de una disciplina en evolución

¿Es la seguridad en Guatemala un tema para economistas, sociólogos, antropólogos o psicólogos además de para los actores tradicionales de seguridad? ¿Hasta qué punto las fuerzas y cuerpos de seguridad en nuestro país integran enfoques multidisciplinares en sus políticas públicas?

Antes de analizar la transición pos-conflicto del sistema nacional de seguridad, merece la pena hacer al menos una alusión al gran cambio que el siglo XX trajo consigo en los enfoques de Seguridad (en mayúscula, en cuanto que disciplina científica).

Durante una buena cantidad de centurias la Seguridad estaba asociada a los Estudios Militares. Buena parte de ellos se basaban en estrategia para acabar con el enemigo. Se pensaba en logística y táctica. Territorio y tiempos de combate, tecnología y armamento combinados con variables geográficas.

A partir de la Segunda Guerra Mundial los Estudios de Seguridad, nacionales e internacionales, empezaron a experimentar un giro sustantivo. Dejaron de ser asunto de militares y policías y pasaron a asumir enfoques diversos y complejos.

Esta ampliación del término de seguridad ha llevado a interesantísimas reflexiones que abarcan desde lo discursivo a lo sociológico pasando por la psicología y neurología, sin abandonar los enfoques tradicionales de las Escuelas Estratégicas.

Una buena forma de poner sobre la mesa la diferencia entre los enfoques es responder a cuatro preguntas que Barry Buzan (uno de los grandes protagonistas del cambio en la disciplina) estructura en su libro “La evolución de los Estudios Internacionales de Seguridad”.

Simone Dalmasso

Si queremos entender una doctrina de seguridad determinada, debemos preguntarnos lo siguiente:

¿Es el Estado el objeto de estudio fundamental?

¿Las amenazas deben ser pensadas en términos de soberanía, con la dicotomía afuera-adentro que trae consigo?

¿Se piensa la seguridad exclusivamente desde la perspectiva militar y de uso de la fuerza?

¿La seguridad nacional tiene como punto central el dar respuestas a la urgencia, riesgos y amenazas?

Dependiendo de la combinación de respuestas a estas preguntas encontramos una gran cantidad de enfoques teóricos que se concretan en doctrinas que acaban alimentando políticas públicas de seguridad1. Estas tendrán relevancia en la medida en que los individuos que están a cargo de practicarlas asuman esa comprensión como propias… En una sociedad democrática se requerirán de enfoques distintos al puramente militar, que se queda boqueando como pez fuera del agua una vez cambian las circunstancias.

Por eso, de Seguridad con mayúsculas es posible que el que menos sepa sea un militar.

La cultura en general y la cultura en específico

Este ensayo no pretende entrar a valorar la Cultura de Seguridad de Guatemala como país, es decir, entrar a valorar la visión concreta de su población. Hay una parte de la subjetividad a la que nos referimos que depende de concepciones culturales más amplias. La experiencia del guatemalteco medio se sostiene en las características del país. Un conflicto armado reciente, la baja calidad institucional que deja vacíos de autoridad y las condiciones sociodemográficas, entre otras, alimentan su mentalidad.

¿La sociedad guatemalteca ve la seguridad como presencia por las instituciones e individuos que elaboran acciones de seguridad simplemente responden a esa demanda o en este caso la oferta perfilaría una nueva visión de seguridad?

Nos encontramos con un claro dilema de huevo y gallina imposible de dilucidar unidireccionalmente. El proceso dialéctico entre ciudadanía y política pública es inseparable y es difícil establecer un cambio a través de un proceso en solo un sentido.

Aquí, nos concentraremos reflexionar sobre la mentalidad de instituciones e individuos que se encargan de la seguridad en Guatemala. Si a corto plazo se quiere generar un cambio es difícil que sea exclusivamente porque lo pida la población. En gran medida el guatemalteco urbano medio (las zonas rurales e indígenas tienen lógicas completamente distintas) necesita una alternativa en forma de propuesta política.

Empecemos por aquí: ¿Cómo responden los encargados de la política de seguridad guatemalteca a las cuatro preguntas de Buzan?

Acuerdos de Paz y el nuevo marco jurídico

Guatemala vivió un siglo XX en el que el Ejército era la entidad central y prácticamente exclusiva de la seguridad en Guatemala.

La primera pregunta se responde fácil. La seguridad en el conflicto armado fue estatocéntrica y militarizada en todas sus dimensiones. Incluso desde la guerrilla la lucha se concebía para lograr el control del aparato público. Las evidentes y trágicas consecuencias para la población civil denotan que salvaguardar la vida de los ciudadanos no era el objetivo fundamental.

¿La segunda? Para el Ejército de Guatemala la seguridad se pensaba en términos de soberanía territorial. El control del territorio era el objetivo principal. La seguridad es una función de defensa de fronteras y por ende de espacio.

La tercera pregunta de Buzan está en gran medida contestada ya. El uso de la fuerza es el prioritario. Desde la perspectiva militar, la amenaza se entiende como algo que hay que neutralizar. El concepto de prevención, bajo esa mentalidad, consiste en eliminar la fuente de la amenaza antes de que esta se concrete. Para el enfoque de Seguridad Humana, en cambio la amenaza se combate contrarrestando las causas del acto violento. Dicho en términos más comprensibles, uno detiene por la fuerza al marero antes de que delinca y el otro intenta crear las condiciones para que no lo haga, para que no sea marero.

Por último, el enfoque militar no se ha centrado nunca en nada distinto de las amenazas y las urgencias. La ampliación del concepto de seguridad ha sido más bien una empresa civil y no surgió de las instituciones ni de individuos asociados a lo militar. Si los ejércitos modernos han incorporado esos enfoques es porque lo civil les influyó a ellos y no al revés.

Esa es la doctrina con la que se llega al final del conflicto armado: la represiva, la de la imposición. Una sociedad que estaba en vías de consolidar su joven democracia y que entra en un proceso de reconstrucción después de un trágico conflicto necesitaba una aproximación distinta. Una que pensara en ciudadanos y no en territorio, que pensara más allá uso de la fuerza y que entendiera que la mejor forma de detener las amenazas no fuera neutralizándolas. Tampoco debe sorprender a nadie que se quisiera migrar hacia un modelo civil de seguridad en el que el Ejército quedara relegado a una función de defensa y no de seguridad interna.

Es en ese momento donde se crea todo un aparataje legal que hoy cimenta el Sistema Nacional de Seguridad. En los Acuerdos de Paz queda incluido que a partir de ese momento los Derechos Humanos son centrales, que la facultad de seguridad debe pasar fundamentalmente a manos de civiles y que el centro de la seguridad fuera el individuo.

Pero el fracaso del referéndum de 1999, que pretendía dejar claro en la Carta Magna el papel del Ejército redefinido hacia la defensa, ralentiza los cambios y reduce el impacto de estas intenciones. El cambio en seguridad vendrá de la mano de todo un aparataje legal que fue siendo aprobado o se aprobaría en los siguientes años, y algunas leyes de tiempos recientes.

En el Acuerdo de función del fortalecimiento del poder civil y el papel del ejército en una sociedad democrática, se hacen todas las reflexiones antes planteadas. Leer es texto deja la sensación de que esa parte es suficiente, apenas modificable en pocos detalles. No deja fuera los grandes retos que una sociedad democrática que aspira a ampliar su concepto de seguridad necesita. Leer el Libro Blanco de Seguridad y o la Política de Defensa tampoco decepciona.

De todo ese desarrollo doctrinario se fue generando un aparataje legal que le da forma al Sistema Nacional de Seguridad. La ley de la Policía Nacional Civil relega de facto la función del Ejército a la protección de fronteras obligando a la nueva institución a asumir el resto de papeles. El cuerpo de inteligencia civil se creó en el 2005 y empezó a operar en 2007, dándole recipiente institucional al necesario cambio de manos de la capacidad de crear conocimiento estratégico y operativo en seguridad.

La Comisión Internacional Contra la Impunidad de Guatemala, que tiene su fundamento en algo contemplado en los Acuerdos de Paz, empezó a funcionar en 2008 y trajo los beneficios que todos a estas alturas conocemos.

No mucho que decir a este respecto. Como señala Bernardo Arévalo, aquí no hay una ley de mano dura como en otros países de la región precisamente porque se trabajó la parte doctrinaria. Las leyes no requieren de grandes cambios y sin embargo la reforma del sistema no termina de llegar en su integralidad. Un buen ejemplo de que la legislación no garantiza el cambio de comportamiento.

Del dicho al hecho…

El cambio en la normativa legal no aparejó un cambio de doctrina en los que manejaban el sistema de seguridad. En un proceso como este debe haber una serie de condiciones para que podamos ver una nueva mentalidad al abordar los problemas. Una vez que asumimos que las los cambios institucionales y las circunstancias políticas (el fin del conflicto y la transición democrática) están consolidados, deben pasar dos cosas para que se pueda implementar una nueva cultura de seguridad.

En primer lugar, debe existir el expertise en el país. Las personas que se dedicaron a la seguridad tradicional deben tomar nuevos enfoques o se debe contratar y formar nuevas personas con una mentalidad en seguridad distinta a la anterior.

En segundo lugar, esas personas con las capacidades de nuevo enfoque deben ser designados en puestos de decisión en la estructura estatal .

Las dos condiciones se resolvieron de manera imperfecta en Guatemala.

Por un lado no había un cuerpo de expertos en seguridad que pudieran tomar las riendas una vez completado el proceso político, y por otro los políticos que designaron cargos en el sistema no privilegiaron la continuidad de los pocos elementos que existen.

¿Qué pasó?

“Pasó el Estado chapín”, dice Bernardo Arévalo. El ex ministro de Gobernación Francisco Jiménez, que se identifica a sí mismo como uno de esos cuadros que fueron formados para la nueva institucionalidad, interpreta que los mismos nunca cuajaron. Las razones encontradas son varias y todas, como se intuye de la afirmación de Arévalo, tienen que ver con debilidad institucional.

En primer lugar el sistema de seguridad se ha visto perjudicado por el mismo mal clientelar que el resto del Estado. Apenas existe una carrera burocrática estable y con posibilidades de mejora por alguna razón de mérito. Una administración cambia sustancialmente de equipos, lo cual repercute en una altísima rotación de personal.

Los cuadros que se formaron en su momento no se encuentran en puestos de importancia por razones relacionadas con la designación política. El caso paradigmático lo cuenta Jiménez y es el de aquellos formados a principios del siglo XXI en la Secretaría de Inteligencia Estratégica. La comunidad internacional invirtió en capacitaciones en España, Alemania e Israel con instructores internacionales. ¿Qué fue de ellos? Unas decenas “están regados por todos lados”, despedidos por la administración siguiente.

La segunda razón es una de voluntad política y de percepción de las mismas élites que gobernaron Guatemala después del 96. Al no formar los suficientes nuevos cuadros y no cuajar los ya formados, quedaron espacios vacíos. ¿Quién los llenó? Jiménez dice también que los presidentes de la democracia, de Arzú a Jimmy Morales, han visto a los militares como los grandes expertos en seguridad que no son (en el sentido amplio utilizado en este texto)2.

Bernado Arévalo añade que las oportunidades de darle un giro verdaderamente civil se abrieron por las razones equivocadas. La desmovilización de una parte importante de la cúpula militar en época de Alfonso Portillo ocurrió para poner a un amigo suyo. La transformación en época de Óscar Berger del Ejército fue en gran medida debido a una crisis fiscal. Los claros ejemplos del poder civil por encima del militar carecieron de la estrategia y sentido necesarios.

El heredado del conflicto sigue siendo crucial para entender la manera en la que se conciben las amenazas y las respuestas a ellas. Tiene que ver, como dice Bernardo Arévalo, con el proceso de transformación de la fuerza militar. Pero ¿por qué esa mentalidad, acabó permeando de manera desordenada en el resto del sistema, si no existía por parte del Ejército una intención clara de lograrlo?. Una vez más la respuesta tiene ese trágico matiz de terrible inacción que encontramos en el comportamiento de élites en Guatemala: Todo es casuístico, todo táctico, nada pensado, todo improvisado.

Salidas laborales para los militares chapines. Lo público

El Ejército experimentó dos recortes. El primero justo después del 96. La reducción de la tropa dejó a una gran cantidad de oficiales sin mucho que hacer. Muchas cabezas pensando en pocas cosas. La segunda etapa fue durante el gobierno de Berger. Se les dio la opción de retiro a cambio de Q300 mil. Tanto Estuardo Zapeta como Pedro Trujillo coinciden en el diagnóstico del efecto que esto tuvo en la dirección. Los más “empresariales” se fueron y encontraron salidas laborales. Y llegan a esos lugares con su mentalidad militar.

Es por eso que en el proceso de transformación, con presidentes propensos a ver como referentes en temas de seguridad3 a militares y una mano de obra “liberada” (además de unos problemas de seguridad en ascenso desde el 2000), fue normal que la lógica antes descrita permease todo el sistema de toma de decisiones en forma de cargos y asesorías.

La vieja mentalidad acabó impregnando el nuevo sistema de seguridad de una manera desordenada, no como una verdadera doctrina de seguridad. La institucionalidad del Ejército sufrió dos procesos al mismo tiempo que hacen que como organización no sean protagónicos.

Una crisis de identidad se combinó con la limitación poco pensada de su ámbito de acción. Como señala Jiménez, el Ejército es una de las instituciones públicas que como tal más ha cumplido con los compromisos que exigía de ella los Acuerdos de Paz. Se ha sometido además de manera clara al poder civil. En ese sentido el modelo postconflicto guatemalteco es un rotundo éxito.

Pero este logro no vino acompañado de una definición distinta de la institución, que quedó en un limbo, y el poder civil se plagó de ex militares. En los últimos años se ha puesto a trabajar al Ejército en labores que han ahondado en la crisis de identidad de sus cuadros. Hacer pupitres, arreglar carreteras, repartir bolsas solidarias o tener presencia en patrullajes combinados con la policía que no dirigen ha profundizado ese sentido de desubicación.

Salidas laborales para los militares chapines. Lo privado

Otro fenómeno de suma importancia en esta misma línea es el crecimiento del sector de seguridad privada, en buena medida de la mano de militares. Pese a haber una prohibición expresa, muchas de las empresas de seguridad son propiedad de antiguos miembros del Ejército. Phillip Chicola y Nicholas Virzi desarrollaron un estudio sobre estas organizaciones en 2015 en el que se determinaba, entre otras cosas, que una gran cantidad son informales y violan la ley.

Las empresas de seguridad mayoritarias, las que prestan los servicios más extendidos y emplean mayor cantidad de mano de obra, son las que más impregnadas están de estos antiguos valores. El peligro de que estas empresas tengan prácticas que ahonden más en la inseguridad es real. Esta fue una preocupación expresada de una forma u otra entre todos los entrevistados.

Sandra Sebastian

Otro dato interesante es el tipo de entrenamiento que reciben los guardias. Los exiguos valores de seguridad que absorben no difieren demasiado de los que comprenden la seguridad como presencia, contención, eliminación y control. Incluso se ha encontrado en algunas empresas prácticas que se asemejan mucho a la antigua inteligencia militar. Partes con información del perímetro y que no se sabe muy bien qué uso se le está dando.

Lejos de ofrecer por la vía privada nuevos enfoques de seguridad, las empresas de este tipo en su mayoría alimentan la cultura de presencia y uso de fuerza para prevenir amenazas. Muchos empresarios entienden la seguridad y a los que reconocen como “expertos en seguridad” desde esa antigua concepción. En vez de buscar a personas que amplíen el concepto, demandan el conocimiento de lo castrense. Recuerdo una ocasión en la que un alumno israelí que trabajaba en una de las más sofisticadas empresas de seguridad del país me dijo: “Guatemala es un lugar donde la gente se cree que si eres bueno disparando sabes de seguridad”.

Existe cierto grado de paranoia en las compañías que manejan un estilo de inteligencia operativa provista por algunas de estas empresas. Quienes nos movemos cerca del ámbito empresarial sabemos lo común que es que agentes, habitualmente exmilitares, les alimenten de información que incentiva miedos de ataque, de enemigo.

Los viejos paradigmas en la cultura colectiva

Todos estos procesos no son facilitados por cambios visibles entre la sociedad o las élites políticas. Las encuestas nos hablan de una mayoría de guatemaltecos que pide una seguridad más confrontativa y contundente por parte del Estado. Desde esta concepción los mareros serían enemigos y se exigiría uso de la fuerza y presencia para dar seguridad “contra” ellos.

Es ahí donde la demanda de presencia del Ejército para crear la sensación de seguridad tiene cabida. El problema con eso es que como ya hemos visto no parece que ni legal ni psicológicamente el Ejército pueda tomar ese lugar con la solidez institucional que se requiere.

Incluso vemos que se propone definir a las pandillas como grupos terroristas. La expresión de “Nuevo terrorismo” para designar a grupos que de alguna manera utilizan la violencia (normalmente de baja intensidad) dentro de sus tácticas encaja también en esta lógica discursiva que no ayuda al advenimiento de nuevos enfoques.

Tampoco parece que el cambio lo vaya a pedir la misma sociedad.

¿De dónde debe venir, entonces?

Como siempre volvemos a la tan recurrente explicación de la debilidad estatal. Pero a lo lejos, en ella, surge una luz de esperanza.

Las instituciones de cambio cultural

Quisiera terminar este ensayo dando unas pequeñas pinceladas sobre ciertas dinámicas que lejos de ser profundas señalan en la dirección de un cambio (posible). Fundamentalmente son tres: el inevitable cambio generacional, la posibilidad de darle un nuevo sentido al Sistema Nacional de Seguridad desde la Presidencia, y el papel de la academia para llenar de contenido y orientación nuevos paradigmas.

De la mano de un cambio generacional. No pocos de los entrevistados le pusieron énfasis a la idea de cambio generacional. En términos generales el cambio demográfico ya se ha dado.

El 75% de la población nació después de los años duros del conflicto y un porcentaje aún mayor carece de memoria vivencial sobre él. Apenas un 15% de la población actual guatemalteca lo recuerda por sí misma. Sin embargo son un porcentaje que toma decisiones, y más en el ámbito de seguridad.

Buena parte de los mandos del Ejército que vivieron de manera intensa el conflicto armado están en proceso de retiro. Pronto los primeros Generales que tienen una experiencia más distante empezarán a ocupar lugares importantes y lo mismo ocurrirá en los ámbitos dominados por la mentalidad militar. Muchos de los cuadros civiles y militares parecen reproducir la cultura de reacción, uso de la fuerza y presencia anterior al no tener una alternativa que aplicar.

De la manos del fortalecimiento de instituciones educativas y de investigación. Por primera vez en la historia de la PNC existen cuadros de mando de carrera que le hablan de tú a tú a los militares y se hacen respetar. También tienen proyección mediática propia. Una de las razones fundamentales es la de haber invertido en educación pero al haber sido fundamentalmente en el extranjero, apenas pasan de casos aislados.

La Academia nacional no ha dado la talla. Como señala Jiménez, apenas un puñado de gente puede crear verdaderas agendas de investigación en seguridad. A día de hoy no existe una clara explicación, solo para poner un ejemplo, de por qué llevamos un consistente descenso de la tasa de homicidios desde 2009. Es una gran noticia y existen teorías sueltas pero poca discusión teórica y empírica es sólida.

Con esa debilidad en el ámbito de la investigación es difícil generar paradigmas nuevos que sustituyan a la mentalidad de conflicto. La oferta de formación académica en seguridad no puede ser sino dispersa y poco estable. Responde en gran medida a proyectos coyunturales financiados por cooperación internacional y le falta integralidad. En este mismo ámbito la reforma del pénsum de las Fuerzas Militares, que nunca se dio, es clave y supondría cerrar un círculo importante en la institución.

Que el presidente entienda su papel como líder civil del Sistema Nacional de Seguridad. En la medida en que el Ejecutivo tome eso como parte de su política de largo plazo, la esperanza del cambio existe. El presidente (los presidentes) no ha entendido, me dijo Zapeta, su papel como comandante en jefe del Ejército. Él es el verdadero líder civil de la fuerza militar.

Habría que añadir también que lo es de la parte civil también y miembro destacado del Consejo de Seguridad Nacional. Con la voluntad política necesaria, sin hacer grandes reformas de ley se pueden implementar cambios institucionales que generen aproximaciones distintas al problema de seguridad.

El Ejército es una institución entrenada para resolver un problema concreto de seguridad, de defensa más bien, que poco tiene que ver con los dilemas de seguridad de una sociedad democrática. La incapacidad de sustituir los espacios de seguridad de parte de las estructuras civiles ha generado este sentido de ausencia de dirección. La lógica militar acabó permeando espacios que no le correspondían sin que encontrasen una verdadera contraparte del otro lado.

Ahora, como epílogo, volvamos a la escena nocturna en una calle de la capital guatemalteca. Podemos estar de acuerdo en que la historia tiene posibilidades de acabar mal, y en el mejor de los casos en una innecesaria angustia. La sociedad está construida por la desconfianza. La única esperanza que queda es que ninguna de las dos personas esté armada.

 

Nota del autor: Para este ensayo se entrevistó, entre el 9 y el 16 de junio de 2017, a Nicholas Virzi (ex asesor de la Secretaría de Inteligencia Estratégica y consultor), Estuardo Zapeta (instructor del ejército), Christian Espinoza (trabajador en la Secretaría de Inteligencia Estratégica y consultor), Francisco Jiménez (Ministro de Gobernación en 2009), Pedro Trujillo (que trabajó en Minugua), Phillip Chicola (consultor) y Bernardo Arévalo (director de la Política de Seguridad y Defensa). Les agradezco a todos la disponibilidad y el conocimiento. 

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