Los libros, los protagonistas

Hay muchas actividades para atraer la atención de niños, jóvenes, adultos, hombres y mujeres.  Se presentan, además, varios autores nacionales y extranjeros.

Como en todas las actividades que se realizan, esta tiene sus pros y sus contras, además de innumerables entretelones desconocidos, sin duda, por todos aquellos que no sabemos del trabajo que implica la organización de un evento de tal magnitud. Sobre todo, teniendo en cuenta que lo que se ofrece al público consumidor son libros, los productos menos populares del mercado local.

Porque debemos ser sinceros, el nuestro no es un país al que le guste leer. Ello no es resultado ni de la falta de inteligencia, ni de capacidad de los guatemaltecos. Es el efecto de una política estatal que ha promovido y repetido incesantemente esta situación. ¿Por qué? Porque un pueblo que no lee es más fácil de manipular, desconoce sus derechos, puede ser engañado.  ¿Cómo se ha logrado? Pues simple y sencillamente encareciendo el libro, haciendo casi imposible obtenerlo a un precio justo y  razonable. Acá un libro paga demasiados impuestos. Y la mayoría de la población vive con lo mínimo, por lo que entre comprar comida o un libro, no hay dudas sobre qué se preferirá. Tampoco existen suficientes bibliotecas públicas y en las que hay no se invierte lo suficiente en la reposición de obras científicas y literarias clásicas, ni en la adquisición de las más actuales.   

Para ilustrar lo que afirmo me remito a los hechos. Durante la Revolución de Octubre (hace unos sesenta y tantos años), las ediciones de obras literarias eran de 4 mil ejemplares, que se agotaban pronto. Hoy son de mil ejemplares (con suerte), y según los editores, salvo algunas raras excepciones, no se acaban en varios años.  Un best seller es el que lleva vendidos unos 700 libros en pocos meses y usualmente el tema es político, no literario.

Por ello, aunque sea por curiosidad, porque no haya otro lugar a dónde ir, los invito a que se acerquen al Parque de la Industria y visiten esta Feria. Y, además, a que compren una obra literaria. Algunos libros son más baratos que una hamburguesa y pueden traerles más beneficios o menos daños, se los aseguro.

Por mi parte, les confieso que soy de esas personas que cuando ve libros siente una emoción intensa, son casi como mis mejores amigos. Si me enojo los dejo a un lado, los abandono y no me reclaman. Si quiero aprender algo, leo alguno y me brinda sus conocimientos.  Si estoy sola o me siento aburrida, leo otro y de pronto el ánimo me cambia, estoy alegre e interesada y puedo continuar con mi vida como si nada hubiera pasado. Si estoy triste o desilusionada, también.

El libro cobra vida cuando me produce el placer infinito de tenerlo entre mis manos. Entonces mis dedos se deslizan por sus páginas y toco su suavidad o aspereza, y aspiro el olor de sus hojas nuevas o viejas, y mis ojos recorren sus palabras. Cuando me introduzco en esos mundos hermosos o terribles, propios o ajenos, reales o fantásticos, y se develan misterios, vidas cotidianas de mujeres y hombres que como yo, antes o ahora, han amado y han sido amados, han gozado y han sufrido, lo han perdido todo y han salido adelante, o bien perecieron en el intento. 

Eso lo he aprendido, sobre todo, a través de los libros, los protagonistas.