¿Por qué? Simplemente porque esta trilogía (parece ser que con sus correspondientes películas en fila, muy buen negocio eso del hambre, qué paradójico) tiene como protagonistas a unos adolescentes que infringen las leyes de un Estado dictatorial para conseguir comida extra para su familia. Muy parecida esta historia a nuestra realidad, reconocerá alguno.
De más está decir que, al igual que en la antigua Roma de los gladiadores, estos jóvenes escogidos cada año dentro de sus distritos, son “seleccionados” al azar para luchar por su vida contra otros en iguales condiciones que ellos, es decir, otros jóvenes con hambre. Esta es la trama central de la trilogía Los juegos del hambre. Dicho espectáculo es televisado y como el mejor reality show, basa su éxito en un doble y explícito cometido: a la vez que entretiene al país dominado, le sirve como freno y advertencia. Entonces, los participantes que han infringido la ley por necesidad, se convierten en asesinos a ultranza para permanecer con vida, una necesidad inmediata y mayor.
Pero no es solo eso. A los triunfadores, es decir a estos asesinos de otros tan hambrientos como ellos, se les premia con dinero, se les asigna una casa lujosa, suficiente comida y se les lleva a las ciudades en giras promocionales de estos juegos. Una vez que ha pasado su “año de reinado” o sus quince minutos de gloria warholiana, quedan a expensas del dictador. Este, finalmente, es quien decide sobre sus vidas como si fueran sus títeres. Triste destino, en verdad, para unos pseudohéroes de la muerte.
¿Qué tiene esta trama, sin embargo, que encanta a tantos jóvenes? Pues nada más ni nada menos que los ingredientes de un thriller holywoodense: muertes truculentas, exceso de sangre, gran intrusión mediática que rodea a los jóvenes y atractivos protagonistas, mucha crueldad, gran exaltación a la individualidad y luego a una colectividad en apariencia solidarizada (pero que repite casi miméticamente los mismos esquemas que sus opresores). Y, por supuesto, no faltaba más, una buena dosis de romanticismo melodramático. Esta se muestra en un triángulo amoroso que exalta pasiones al mejor estilo de las telenovelas mexicanas. Tiene el mérito eso sí, de todo best seller del momento: ser leído por multitudes.
En mi caso, leí la trilogía en su traducción al español y no sé si por ello se notan las costuras narrativas. Los textos son como un vestido mal hecho. Así, por ejemplo, los nombres de algunos personajes nos recuerdan un poco el estilo rimbombante de Harry Potter, quien a su vez nos recuerda las obras de Tolkien, quien a su vez nos recuerda las obras de..., en fin. Un largo camino de “apoyos” y pequeñas señales que hacen más atractiva cualquier trama para lectores poco cautos.
Pero más que la pésima construcción novelística, lo que mueve a la reflexión es cómo una historia con los ingredientes y adornos apropiados, puede hacer parecer bueno lo malo, aceptable lo inaceptable, heroica la defensa de la vida cuando dicho acto implica la fría eliminación física de los otros. El aplauso individual y grupal que exalta el asesinato, que promueve la defensa de unos valores a todas luces antihumanos.
Buena preparación psicológica para la aceptación de una moral maniquea e irracionalmente utilitarista.
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