El mensaje lo dirigió el papa Francisco a todos los jóvenes del mundo, pero le vino como anillo al dedo a la juventud latinoamericana porque, proverbialmente, en estos lares se ha dicho y se habla de la juventud como el futuro de la humanidad o el futuro de la patria.
Esa espera —de un futuro que siempre está por llegar— ha relegado a los jóvenes en la academia, en la política, en las artes y en otras tantas categorías como la de los liderazgos sociales. Como ejemplo véase para qué han sido utilizados en las campañas electorales. No han pasado de tener un papel segundón de servicio y de propaganda, pero no han sido tomados en cuenta para roles verdaderamente protagónicos.
Por esa razón me encantó la aseveración del papa cuando les dijo: «Ustedes, queridos jóvenes, ustedes son el presente. No son el futuro. Ustedes, jóvenes, son el ahora de Dios». Y para dar más claridad a su mensaje explicitó: «Ustedes, jóvenes, pueden pensar que su misión, que su vocación, que hasta su vida es una promesa, pero solo para el futuro, y que nada tiene que ver con vuestro presente. Como si ser joven fuera sinónimo de sala de espera de quien aguarda el turno de su hora».
Esta verdad debe ser encarnada no solo por la juventud, sino también por nosotros, los adultos. Lo que debimos o pudimos haber hecho se hizo o se dejó de hacer, pero el tiempo no vuelve atrás. Y pretender no darles paso a los jóvenes para enmendar nuestros retardos, como bien dice un joven nominado como candidato a un puesto de elección popular en los próximos comicios de Guatemala, «¡no se vale!».
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En el artículo Guatemala, ¿estoy despierto?, publicado en Brújula.com.gt el 2 de julio de 2015, Eduardo Olmedo se refiere a uno de los carteles de protesta que hubo ante los desmanes del gobierno de Otto Pérez Molina diciendo: «Existe uno que aún sigue llamando mi atención, el cual dice: “Se metieron con la generación equivocada”. [Es] un cartel apoyado por la unión de movimientos estudiantiles pertenecientes a diferentes universidades, con diferentes ideologías, pero con un objetivo en común: una nueva Guatemala». Y pareciera que el mensaje del papa a los jóvenes viene a abonar a esa elucidación de que son otra generación (distinta a la que pertenecemos quienes ya pasamos de los 50 años). Hoy la mayoría de los jóvenes han invocado su dignidad y ya no se prestan para servir el café o hacerles los mandados a los candidatos de los partidos políticos en contienda, salir de madrugada a embadurnar postes de energía eléctrica o a pintar piedras de caminos vecinales con logos de los grupos inmersos en las elecciones, repetir como muñecos de ventrílocuo consignas que rayan en la chocarrería y la sandez. Se están negando a realizar otras actividades, no pocas veces ruines, que muchos políticos (si es que alguna vez dichas personas calificaron para tal título) los ponen a ejecutar cada cuatro años.
Hoy los jóvenes se han preparado para asumir los roles protagónicos que muchos sectores de una sociedad ultraconservadora, machista y no pocas veces misógina les ha negado.
Así las cosas, el llamado del papa a no dejarse engañar con un futuro de laboratorio fortalece ese empoderamiento que está teniendo la juventud. Posicionamiento este que se hizo visible en Guatemala en el año 2015. Y el 27 de enero recién pasado el papa Francisco les dijo categóricamente: «No queremos ofrecerles a ustedes un futuro de laboratorio. Es la ficción de alegría, no la alegría del hoy, del concreto, del amor. Y así, con esta ficción de la alegría, los tranquilizamos y adormecemos para que no hagan ruido, para que no molesten mucho, para que no se pregunten ni pregunten, para que no se cuestionen ni cuestionen; y en ese mientras tanto sus sueños pierden vuelo, se vuelven rastreros, comienzan a dormirse, son ensoñamientos pequeños y tristes».
Así que, jóvenes de Guatemala y del mundo, sigan empoderándose del lugar que les corresponde. No se dejen tranquilizar. No se dejen adormecer. Sean ustedes y solamente ustedes. Guatemala y el mundo los necesita.
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