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Los héroes se mueren pero no se olvidan

En la historia de la Guatemala colonial, se alimentaron movimientos regionales autonomistas, que una vez declarada la independencia dieron paso a serias diferencias políticas y militares sobre el camino a elegir: o la república federal o la nación centralista.
Las luchas militares y los desencuentro políticos produjeron o se movieron en un universo ideológico que correspondía al momento unificador de las fuerzas políticas existentes.
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Los héroes se mueren pero no se olvidan

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Es esta una investigación sobre un aspecto particular de la historia del México, de una provincia estratégica, un nudo que se abre con muchos hilos, pues no solo es la vida de un extraordinario personaje lo que interesa, Santiago Imán, caudillo, jefe militar, ideólogo y político activo. También es una referencia histórica de cómo empezó la Guerra de Castas y antes la revolución federal de 1839, las demandas de los indios huites, de los mestizos, de la multietnicidad del oriente yucateco. La calidad de los datos y la agudeza de las interpretaciones hacen de este trabajo una extraordinaria aportación al tema de la historia regional de ese país.

Ocuparse de la historia regional es algo nuevo e importante, pues hay aquí un aporte metodológico que enriquece esta modalidad de trabajar un trozo histórico-geográfico del Estado Nacional. Es sabido que la formación del Estado ocurre siempre acompañado con fenómenos de fuerza, con guerras que en todas partes o forjaron la unidad con los militares a la cabeza o rompieron los proyectos nacionales. La dimensión histórica de la violencia pública, según Holden, estuvo presente en múltiples formas de fuerza en Mesoamérica1. La fuerza concentrando el poder político.

Estas guerras de las que se habla ocurren en la segunda mitad del siglo XIX, cuando después de la independencia, hay en algunos sitios voluntades subversivas de autonomía, a veces de la élite criolla local, o grupos de indígenas mestizados, u otros más. En la perspectiva del ángulo regional hay una riqueza potencial y complementaria que vuelve muy rica la crónica de esos períodos.

En la historia de la Guatemala colonial, se alimentaron movimientos regionales autonomistas, que una vez declarada la independencia dieron paso a serias diferencias políticas y militares sobre el camino a elegir: o la república federal o la nación centralista. En el seno de la debilidad de los lazos vinculantes que produjo la anarquía de las guerras intestinas, ocurrió lo menos deseado para nuestro futuro. Escoger la república federal dio paso al rompimiento de la Capitanía General en cinco retazos. Cinco estados centralistas.

Pero estamos hablando de ‘historia regional’, que en Guatemala nos lleva a pensar en la demanda de los liberales de occidente y el proyecto de República Federal del Estado de los Altos. En 1843 fueron derrotados a manos del poder conservador aliado de los indígenas kich’es; y el Estado guatemalteco se no se rompió; por el lado de oriente, el chauvinismo conservador estableció redes comerciales y políticas en tres departamentos próximos al Atlántico, pero su voluntad de autonomía los llevó a pelear por establecer fronteras con Honduras, en favor de la unificación nacional.

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Con poca diferencia de tiempo la sublevación de los mayas en Yucatán y de los k’iches en el Altiplano Central de Guatemala fue calificada genéricamente como la Guerra de Castas, en la cuarta y quinta década del siglo XIX. En verdad, ¿por qué en Guatemala no se le llamó así? En algún momento pudo reconocerse como tal al conflicto habido en Mesoamérica resultado del levantamiento indígena. Fue en México en que el nombre de Guerra de Castas se utilizó para mencionar la sublevación indígena contra los criollos. Mejor dicho, de blancos contra indios.

Las castas estaban formadas por indígenas huites, cimarrones y mayas que habitaban el nororiente peninsular. Irrumpieron hacia la década de 1840 como guerrilleros calificados de feroces, con un comportamiento tenido por bárbaro como rechazo a la invasión militar mexicana. La guerra tuvo un origen étnico con características de guerra también contra los civiles y calificada por ello como guerra total.

Es frecuente la crítica que llama Guerra de Castas a la rebelión maya. Se llamó así porque el objetivo no solo era liquidar a los criollos, “los blancos”, sino también a los mestizos y pardos: “castas”, según los términos de la época colonial. En Guatemala el levantamiento kich’e de 1840 no fue llamado de esa manera por varias razones, una de las cuales es que en los indígenas no hubo ánimo separatista y mas bien los jefes indígenas se aliaron con Carrera, caudillo conservador, con cuya ayuda se derrotó a los separatistas.

Taracena hace una ilustrativa comparación: en los dos países hubo fenómenos regionalistas con ánimo separatista, en las décadas de 1830-40. En Guatemala, el separatismo vino de la región de los Altos, en occidente, encabezada por la elite ladina (mestiza y con la participación de algunos criollos); en México se centró en Yucatán, dirigido por la elite criolla, con la participación de españoles y ladinos. El papel de los indígenas en el primer país fue desde el principio apoyar a la elite criolla de la ciudad de Guatemala y su partido, el Conservador. En el segundo caso el apoyo indígena inicial se presentó en el bando federal en contra de los centralistas españoles aliados del presidente López de Santa Anna.

El gran mérito de Santiago Imán fue el ser el mayor líder yucateco que incorporó campesinos mayas a una protesta separatista en 1840-43; como jefe militar tuvo una destacada dirección en contra del ejército federal, radicalizando el discurso regionalista peninsular. Fue reconocido hijo predilecto de Yucatán e un ilustre caudillo que ha reforzado la Patria y la libertad.

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Es valiosa la investigación de Arturo Taracena, autor del libro y eminente historiador guatemalteco que quiso sacar de las trampas oscuras del olvido la figura señera de Santiago Imán y sus amigos. No es una biografía ni una historia personal, pero juega con trozos de ambas modalidades, con tensiones que derivan de la personalidad poderosa de un caudillo, por un lado, y con las que se originan en la esencia colectiva de las masas, vinculada a la estructura del Estado.

Las luchas militares y los desencuentro políticos produjeron o se movieron en un universo ideológico que correspondía al momento unificador de las fuerzas políticas existentes. Es el discurso de la identidad regional, interétnica; hay aquí dos versiones de Yucatán, la de los no indígenas y la multicultural. El meollo es cómo se construye, con qué elementos, la ideología regionalista de Imán que en 1840 proclama que los yucatecos tenían una madre común que les servía para señalar un mismo origen.

Un momento de la contribución de la investigación de Taracena es identificar cómo se forma el discurso político protonacionalista en una región. Todos los Estados nacionales se han conformado unificando (ocupando) espacios geoeconómicos disímiles, lo que se traduce en que tienen regiones, se forman con pedazos que no siempre son homogéneos; en el ejemplo de Yucatán tiene sentido la unidad regional que se manifiesta en el origen indígena común, una raíz compartida; para la causa yucateca la participación indígena fue decisiva. El racismo no cedió en Yucatán, y la Guerra de Castas fue birracial, no tuvo parecido a las luchas de los kich’es en el Estado de los Altos.

La presencia de Santiago Imán en la historia de México es importante, sobre todo en su dimensión peninsular y en una coyuntura fundacional. Su actuación tuvo consecuencias a largo plazo, tanto como dirigente militar de los pueblos mayas, como por la responsabilidad que le han adjudicado en el estallido de la Guerra de Castas. Los campesinos mayas fueron para Imán los herederos de los pueblos que pelearon contra la invasión española y ahora lo ayudaban en el triunfo de la revolución liberal (1840) y para enfrentar la invasión de las tropas federales enviadas por el presidente López de Santa Ana (1842). Así se desarrolló la Guerra de Castas.

No se sabe a ciencia cierta las causas del olvido de quien fue, según Taracena, el caudillo más respetado del oriente yucateco, el caudillo popular que contribuyó en darle a la península sus momentos más sublimes, la del Estado propio. Liberales y Conservadores hicieron lo posible para olvidar a Imán. Y lo lograron hasta este momento.

La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) reconoció los méritos intelectuales de este trabajo de Taracena. Merecido premio, por recordarnos que los héroes se mueren pero no se olvidan.

1 Robert H.Holden, Armies Without Nations: Public Violence and State Fomation in Central America, 1821-1960, Oxford University Press, Oxford, 2003, pgs. 51 -65.

 

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