Es cierto que en Guatemala cuesta vivir y mantener la esperanza que siempre está quedándose atrás en la carrera de lo cotidiano en este país, también es un reto. Las noticias de las muertes, de las matanzas y colgados en árboles, los robos, los asesinatos de choferes que se suben a un bus más trascendental, están al orden del día.
En las últimas semanas hemos escuchado de tantos niños que han sido asesinados, que aparecen en arriates, encontrados por pedazos. Sin querer me...
Es cierto que en Guatemala cuesta vivir y mantener la esperanza que siempre está quedándose atrás en la carrera de lo cotidiano en este país, también es un reto. Las noticias de las muertes, de las matanzas y colgados en árboles, los robos, los asesinatos de choferes que se suben a un bus más trascendental, están al orden del día.
En las últimas semanas hemos escuchado de tantos niños que han sido asesinados, que aparecen en arriates, encontrados por pedazos. Sin querer me encontré varias veces pensando que la manera de tratar a los niños habla por sí solo de la sociedad que somos. En todas las miradas posibles. Somos muchas veces una sociedad de niños que tienen todas las razones para no ser felices. La violencia no discrimina y hace víctima a cualquiera, sin embargo, cuando son los niños los que la sufren de una manera directa, cuesta más pasar el día. En Guatemala los silencios que esconden abusos, violaciones sexuales, torturas, malos tratos, crean el contexto primario para miles de niños.
A esto se suma otras problemáticas a las que se ven expuestos los hombres y mujeres más pequeños de nuestro país. La desnutrición aguda y crónica alcanza casi el 50%. Los efectos del presente con hambre tendrá repercusiones en miles de vidas concretas, en la manera en cómo verán la vida. Se suma también a la concepción del trabajo infantil en Guatemala: acá se tienen derechos plenos a los 18 años mientras que por ley se puede trabajar desde los 14. No hay quien, en este país de comeniños, no se haya topado con un niño-limpiabotas, con una niña-chiclera, con un niño-brocha, o una cruelmente llamada niña-“muchacha”. En las áreas rurales, donde las tareas del campo y de la cocina se empiezan a veces desde los cinco años, las realidades tienen sus correlativos y así se multiplican las historias que transfiguran la concepción de una niñez de juegos, de risas, de ausencia de responsabilidades (y menos vitales). Tal vez no sea cierto eso que decía Proust, tal vez la niñez para ellos no sea ese lugar perdido al que siempre se quiera regresar.
Los niños en Ciudad de Guatemala sufren también la paranoia de una sociedad sumida en la violencia. Calles cerradas, centros comerciales como los únicos lugares que se nos presentan como seguros, no hablar con extraños, no contestar el teléfono, de medios de comunicación que los enfrentan a la muerte diariamente… Tratamos que los niños de hoy vivan en burbujas que construimos, sin saber realmente cuál será el resultado.
Al pasar de los días pienso en el detective Martinuchi, el personaje de David Wapner en un cuento para niños –“La estrategia del sueño”-, cuya misión era capturar al Coco. Lo perseguía en sueños, y mientras estaba despierto intentaba no decir palabras con “ñ”, para no hacerlo aparecer. Pienso en cómo la sociedad guatemalteca criamos, enseñamos, acompañamos a crecer a los niños. Como nos estamos convirtiendo en un colectivo de comeniños y cuando no hace falta mucho para convertirnos en el bosque del Coco.
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