Primer mito: A más recursos, mejores campañas. De acuerdo con cifras de estudios presentados por Acción Ciudadana, los candidatos presidenciales gastarán en esta campaña más de US$75 millones en propaganda, que representa un promedio de US$5 por habitante, casi el doble de lo que gasta Estados Unidos (2.86) tres veces más que México (1.34) y cinco veces más que Brasil (.08). Solo el partido que encabeza las encuestas se calcula que había gastado alrededor de US$8 millones hasta julio. La tendencia es al aumento, ya que se gastará un 15-20 por ciento más que en 2007. Esto es una paradoja no solo por los problemas socioeconómicos del país, sino porque la mejora de las campañas no es proporcional al gasto. Ninguno de los partidos con más recursos y mayor intención de voto ha presentado una campaña que realmente cumpla con su función de informar apropiadamente al electorado —en su diversidad étnica, socioeconómica, cultural— sobre cómo se solucionarán los problemas que más le preocupan. Aquí, a más recursos, más publicidad para manipular y polarizar a la población. Esto, además de que se trasgrede abiertamente los límites de financiamiento definidos por la ley y se aumenta las deudas políticas de quien llegue al poder. Uno se pregunta, entonces, si se convertirá también en leyenda urbana la revisión del régimen electoral que tanta falta le hace a nuestro sistema.
Segundo mito: Las nuevas tecnologías permiten mejores campañas y más participación ciudadana. Si bien es cierto que las nuevas tecnologías han provocado mejoras de las campañas, éstas han sido solo en aspectos cosméticos y al alcance de un reducido sector de la sociedad. Es cierto que ahora las cancioncitas tienen mejor sonido e imagen y los videos se colocan en YouTube, pero son cancioncitas aún. El contenido propagandístico y manipulador sigue siendo el mismo de siempre. Aún las redes sociales no logran elevar el nivel de calidad de las campañas. Más bien reproducen los mensajes polarizantes y vacíos. El monstruo no se crea ni se destruye, solo se transforma. Por otro lado, la poca interacción con contenido de fondo que a veces se encuentra en redes sociales, se queda atorada en el mínimo 10 por ciento de penetración de Facebook y 16 por ciento de la población con acceso a Internet, concentrado en niveles socioeconómicos medio-altos (cifras de la International Telecommunication Union para 2011). Claro, no se trata de la solución retrógrada de quitar las redes a los que las tienen, ni de culparlos por usarlas, sino más bien extenderlas al resto de población y generar un intercambio relevante.
Tercer mito: A mayor formación académica, mejor el candidato. Diversos candidatos utilizaron su formación académica como atributo de campaña. Sin embargo, no se demostró que ésta se traduzca en propuestas mejor estructuradas. Más aún, uno se asombra al ver la cantidad de personas, sobre todo de la capital y centros urbanos, que endosan su voto a un candidato que se autonombra “inteligente para cambiar Guatemala” aduciendo que está más capacitado dada su trayectoria de estudios y que dirige centros universitarios. Sin embargo, al escuchar las respuestas que dicho candidato ha dado en foros —reduccionistas, faltas de contexto y hasta socialmente peligrosas— es más bien preocupante, no solo porque evidencia sus limitaciones en política, sino porque sugiere el tipo de formación que puede estar reproduciendo en sus centros de educación superior.
Cuarto mito: A mayor experiencia democrática, mayor involucramiento ciudadano. Al parecer, las casi dos décadas de “vida democrática” no ha motivado a los ciudadanos a involucrarse en los temas políticos y problemas sociales. De acuerdo con cifras del Latinobarómetro, de 1996 a 2009 el porcentaje de personas que se interesan por la política y que hablan de temas relacionados con política se mantuvo inmóvil en una tercera parte de la población (25 por ciento). Esto explica otras cifras relacionadas, que indican que un aplastante 40 por ciento dice que no conoce nada o casi nada de los acontecimientos políticos y sociales, un 50 por ciento dice que conoce algo y un mínimo 10 por ciento dice que sí conoce de estos temas. Así las cosas, no se sabe si son las campañas las que no informan al ciudadano, los ciudadanos que no quieren ser informados o ambos.
Quinto mito: A mayor madurez, mayor consolidación democrática. De acuerdo con las cifras, la valoración de la democracia va en opuesto a los años vividos en el sistema. Y en picada. El Latinobarómetro muestra que los guatemaltecos que creen que la democracia es preferible a cualquier otro sistema de gobierno pasaron de 56 por ciento en 1996 a 45 por ciento en 2009; la cantidad de guatemaltecos que le da igual vivir en democracia se mantuvo en 22 por ciento y los que en algunas circunstancias preferirían un sistema autoritario subió de 23 a 33 por ciento en dicho período.
Con todo, uno se pregunta si las campañas y los procesos electorales cumplen realmente una función democrática o si más bien son una narración fabulosa e imaginaria de nuestra mitología local.
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