Me encontré allí con dos amigas del colegio. Llevábamos años hablando de esta posibilidad la cual fue postpuesta un par de veces pues, debido a nuestros respectivos trabajos y localidades, resultaba difícil encontrar el tiempo y el lugar adecuado para coincidir las tres. Finalmente, luego de estudiar varias triangulaciones desde Guatemala y las estepas del Midwest desde donde yo venía, Lorena y su pareja Chris (así como sus dos gatitos) nos acogieron a Elena y a mí en su cómoda cabaña situada en el lado californiano. La morada estaba rodeada de pinos coronados por la nieve que este invierno alcanzó más de seis metros debido a las torrenciales nevadas de la temporada.
Chris nos dejó solas a las tres y nuestra primera incursión fue obviamente en el lago al otro lado de la calle y luego una caminata del lado de Nevada. Elena inmediatamente notó la claridad y la transparencia del agua, además de una serenidad pocas veces notoria en muchos lagos cada vez más contaminados. Nos quedamos impresionadas con el color turquesa del agua y la inusual topografía del lago, con montículos de piedras naturales que a veces recordaban playas marítimas. Pero la frescura, transparencia, y claridad del agua no dejaba de despertar nuestra curiosidad. Lorena nos explicó que existen regulaciones muy estrictas para evitar la contaminación del lago, principal atracción turística y por ende motor de desarrollo económico de la región.
Pero según un reportaje de la National Public Radio (NPR), esta claridad del agua que no se había visto en décadas, también responde a otros factores naturales: la regeneración saludable de zooplánctones, animales microscópicos que se comen a los fitoplánctones, otros animalillos invisibles que son la causa del declive en la claridad del agua. Los zooplánctones son como las Roombas que limpian el lago.
Este re-encuentro entre amigas tuvo para mi el mismo efecto que los zooplánctones: las invisibles partículas de buena energía, de generosidad sin nada a cambio, de franqueza sin traiciones, de espontaneidad sin cálculo político, de la reafirmación del yo sin el ego enfermo o narcisismo perverso de una sociedad cada vez más volcada a la competencia e individualidad, reestablecieron en mí una claridad de pensamiento y de acción que no notaba en décadas.
Así, durante cuatro días no paramos de hablar, pero más que hablar, de estar tan presentes y escucharnos atenta e intencionalmente. Pocas veces se consigue ese nivel de alineamiento de la mente, el cuerpo, y el espíritu, que creo que solo la meditación y el yoga ofrecen a quienes lo practican religiosamente.
Hacíamos cuentas que si bien nos graduamos del bachillerato hace 36 años, nuestra amistad, que compartimos con otras amigas y amigos de promoción, data ya de cincuenta años. Son cinco décadas, pero cada vez que logramos reunirnos, ya sea en un grupo más grande o en petit comité –como en esta ocasión–, pareciera que apenas fuera ayer cuando jugábamos cincos, jax, fútbol y volibol; o estudiábamos para pasar los exámenes de graduación, o nos preparábamos para actuar en una obra de teatro, o realizar algún viaje a la playa.
Bien decía Antoine de Saint-Exupéry: «On ne se crée point de vieux camarades. Rien ne vaut le trésor de tant de souvenirs communs, de tant de mauvaises heures vécues ensemble, de tant de brouilles, de réconciliations, de mouvements du coeur».
Pocos privilegios he tenido en la vida, los que nunca he dado por sentado y por los que vale la pena luchar. Aparte de mi familia, dos de ellos son mi educación y el don de la amistad. Redimensionar esta última después de tantas décadas, me revalida como ser humano en todas mis dimensiones. Y creo que bien habría podido ocurrir en cualquier lugar del mundo. Pero el lago lo hizo más transparente.
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