En la nota se daba cuenta del desahucio del que fue víctima Damiana Murcia de García, una anciana de 77 años. Ese hecho lo inspiró a escribir su poema Informe de una injusticia.
En un fragmento de esos versos, el poeta dice: «… pero aquí, / delante de mis ojos, / una anciana, / Damiana Murcia v. de García, / de 77 años de ceniza, / debajo de la lluvia, / junto a sus muebles / rotos, sucios, viejos, / recibe sobre la curva de su espalda / toda la injusticia / maldita / del sist...
En la nota se daba cuenta del desahucio del que fue víctima Damiana Murcia de García, una anciana de 77 años. Ese hecho lo inspiró a escribir su poema Informe de una injusticia.
En un fragmento de esos versos, el poeta dice: «… pero aquí, / delante de mis ojos, / una anciana, / Damiana Murcia v. de García, / de 77 años de ceniza, / debajo de la lluvia, / junto a sus muebles / rotos, sucios, viejos, / recibe sobre la curva de su espalda / toda la injusticia / maldita / del sistema de lo mío y lo tuyo. / Por ser pobre, / los juzgados de los ricos / ordenaron desahucio. / […] / ¿Sabes? Aquí, cuando no puedes pagar el alquiler, / las autoridades de los ricos / vienen y te lanzan con todas tus cosas a la calle. / Y te quedas sin techo para la altura de tus sueños. / Eso significa la palabra desahucio: / soledad abierta al cielo, / al ojo juzgador y miserable. / […] Damiana Murcia v. de García es muy pequeña, sabes, / y ha de tener tantísimo frío. / ¡Qué grande ha de ser su soledad! / No te imaginas lo que duelen estas injusticias. / Normales son entre nosotros. / Lo anormal es la ternura / y el odio que se tiene a la pobreza. / […] Y me pregunto: ¿por qué, entre nosotros, sufren tanto los ancianos / si todos se harán viejos algún día? / Pero lo peor de todo / es la costumbre. / El hombre pierde su humanidad / y ya no tiene importancia para él lo enorme del dolor ajeno. / Y come, / y ríe, / y se olvida de todo…».
Una nueva injusticia llega como noticia más de medio siglo después. Don Eugenio López y López, de 72 años, fue asesinado cuando reclamaba su derecho a la jubilación. Como él, más de 200 extrabajadores de la finca San Gregorio Piedra Parada, en Coatepeque, Quetzaltenango, llevan nueve años de tramitar su jubilación y el acceso al programa de Invalidez, Vejez y Sobrevivencia (IVS) del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social (IGSS). Sin embargo, el IGSS les ha respondido que no puede acceder a sus peticiones porque la patronal y propietaria de la finca nunca pagó las cuotas del seguro. Es decir, primero la familia Campollo y después la familia Quintanal perversamente descontaron cada mes la cuota laboral de los trabajadores, la cual, en 31 años de trabajo, jamás trasladaron al IGSS.
De esa suerte, con un adeudo que sobrepasa los 10 millones de quetzales entre cuotas no pagadas e intereses por mora, los trabajadores quedaron desprotegidos de la seguridad social. En los años que llevan de trámite de sus prestaciones han muerto 41 de ellos por enfermedades o ancianidad, en tanto que don Eugenio murió asesinado por pedir lo que le corresponde. Por décadas, los trabajadores de la finca se dejaron la vida por un salario miserable ante un patrono que, no conforme con explotarlos para engordar su bolsa, les robó descaradamente la jubilación y el derecho a la salud en su vejez.
En su lucha por obtener justicia, Los Ancianos, como se denomina el grupo de extrabajadores, ha sido acompañado jurídicamente por Dalila Mérida, coordinadora regional del Comité de Unidad Campesina (CUC). Por eso Mérida también fue víctima de criminalización (uso indebido del derecho penal), pues los dueños de la finca San Gregorio la acusaron falsamente y ella estuvo prisionera durante un tiempo en 2016. Al probarse la falsedad de la denuncia, quedó en libertad luego del atropello de que fue objeto.
Por lo tanto, llenarse la boca con el estribillo de la productividad, como lo hacen las asociaciones empresariales, resulta un despropósito ante la evidente incapacidad de producir sin robar y sin criminalizar o difamar a quien defiende sus derechos.
La difamación contra el movimiento social ha instalado un imaginario de desprestigio y un discurso de odio contra quienes alzan la voz ante las injusticias que enfrentan. Ese discurso ha normalizado la indiferencia ante la tragedia. No podemos permitir que el corazón de esta sociedad se vuelva un trozo de hielo. Que la constatación de este nuevo informe de la injusticia que es la muerte de don Eugenio y la lucha de sus compañeros derrita el témpano de la inacción, nos conmueva y nos mueva a la indignación.
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