Era sorprendente escucharle plantear su visión de país y sus principios políticos de manera tan concreta y lógica en un inglés perfecto, y desarrollarlos con argumentos tan claros sobre lo que proyectaba para su país: terminar con la pobreza, la miseria y las inequidades. Conocedor a fondo de los temas, fustigaba contra el Consenso de Washington y el apetito transnacional por las riquezas naturales de su país.
Recordemos que la crisis financiera del 2007-08 en Estados Unidos acababa de manifestarse y el mundillo financiero y bancario estaba en el ojo del huracán. Básicamente, Correa estaba delineando un modelo alternativo de desarrollo económico, más a tono con lo que habrían de empezar a demandar dos años después movimientos como Ocupa Wall Street y Somos el 99%. El tipo terminó de despabilarme. Aunque me impresionó su coherencia, no le daba mucha fe pero sí provocó que creciera mi apego por el hermano país que tuve la suerte de visitar cuando mi amiga de infancia vivía en Quito.
Corría el año 2005 y todavía había muchas tensiones políticas en el aire, pero mis anfitriones me contaban que las cosas se estaban moviendo, que una vez se vencieran los obstáculos políticos que sufría el país, el Ecuador despegaría. Específicamente, mi anfitrión recalcaba algo que ahora reparo, fue sumamente importante para la transformación ecuatoriana: la poderosa organización social e indígena que desarrollaba su agenda en temas de política social.
Quito para entonces ya había renovado su centro histórico bellamente ornado por su arquitectura colonial, y en nuestras travesías hacia el imponente Cotopaxi y la colorida ciudad de Otavalo, algo llamaba mi atención: habían escasas pero muy escasas vallas publicitarias que no obstaculizaban la majestuosidad del paisaje, como es tan característico en las carreteras guatemaltecas. Un país que preserva así su patrimonio natural de la polución visual valora la calidad de vida de sus habitantes. Abono de la antesala del buen vivir, hoy en la constitución ecuatoriana.
Este fin de semana me volé la hora y piquito de “la alocución correana” durante el recién concluido Foro Regional de Esquipulas y sus argumentos reverberaron. El invitado de honor se refirió a la misma matriz que en 2009 pero ahora mostrando resultados asombrosos obtenidos en menos de diez años: desde la disminución de la extrema pobreza y la concentración del ingreso, hasta la sanción de una ley de salario digno para los trabajadores.
Hubo algunos escépticos ante la notable admiración de ciertos sectores chapines hacia el mandatario ecuatoriano, cuando su ponencia respondió más a una visión de nación que a una de caudillo ensimismado. Y se ha escrito abundantemente sobre su mensaje ante una audiencia tan a-histórica como las élites económicas y políticas chapinas, así que no repetiré. Pero el hecho de que Correa fuera vitoreado y saliera vivo –sobre todo después de ensalzar al socialismo a la andina–, habla más de un estadista que de un salvador.
Edelberto Torres Rivas se refiere en una entrevista en este medio a la “ausencia de liderazgos” en Guatemala. Ello residiría en el sentido cultural que se da a la vida política. Asevera que en una cultura conservadora, egoísta y desconfiada como la guatemalteca, no hay liderazgos. Sin embargo, yo creo que el problema es lo contrario: por donde se mire –ideológica, sectorial y geográficamente– lo que existe es un excedente de líderes y lideresas pero sin engranajes. Un florilegio de egos y eguitos. La dispersión y falta de cohesión entre liderazgos grupales e individuales que persiguen intereses y objetivos transformadores es notoria. La excepción es la derecha conservadora.
Pero los Correas del mundo –a la base y en la cúspide– no se hacen de la noche a la mañana. Se requiere de visión. No sé a quién toca, pero no es a los liderazgos auto-complacientes a quienes corresponde re-impulsar una visión de país revestida de claridad del presente y pragmatismo para el futuro. Urgen la formación cívico-ciudadana, el rescate de las instituciones y la creación de confianzas. La política para la gente.
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