Todavía sacudido por la noticia y el jet lag, al empezar estas líneas me encuentro con que un amigo ha enviado un video de David Bowie hablando de su desintoxicación en Berlín junto a Iggy Pop, una noche en un bar punk, durante los festejos del aniversario de la construcción del muro, para tener como gran final una versión increíble de China Girl.
Como adolescente, mi primera aproximación a Bowie fue un video filmado en algún lugar que ahora sé que se llama Carinda, en New South Wales, a las puertas del outback australiano. Las imágenes, grabadas en lo que parecía ser el bar local de un pueblo pequeño con un calor agobiante y cerca de algún desierto enorme, retrataban explícitamente algo que no me es desconocido, como hijo que soy de una sociedad andina: el dos por uno de racismo y discriminación.
En 1983, Bowie, en entrevista para Rolling Stone, describió la Australia que él conoció en términos bastante crudos: «Aunque amo este país, este es probablemente uno de los más discriminadores en el mundo por motivos raciales». Y continuó: «Los aborígenes ni siquiera pueden comprar bebidas en los mismos bares. Tienen que ir a la parte trasera y adquirirlas a través de algo que se conoce como la ventanilla para perros [dog hatch en el original]. Y luego tienen prohibido beberlas en el lado de la calle donde está el bar. Deben ir al otro lado de la calle».
Let’s dance y China Girl estaban destinadas, desde la visión de Bowie, a reflejar esa parte de la historia de Australia. Porque, en sus palabras: «Ambos videos, por supuesto, eran sobre racismo y opresión. Muy simples, muy directos […] Y el mensaje que dejan es muy simple: no está bien ser racista».
Enorme mensaje para un chico que acababa de ver esa misma tarde cómo un autobús urbano, en la avenida 10 de Agosto de Quito, se vaciaba entre los insultos de sus ocupantes porque había subido un grupo de indígenas con sus trajes típicos y hablando quichua. Todavía se lo agradezco, señor Bowie.
El día de la filmación del video de Let’s Dance, nadie en Carinda podía adivinar qué estaba pasando. Cámaras, mucho bullicio y dos abos —diminutivo local de aborigen, que equivaldría a un castizo y despectivo indito en Guatemala—. Rolling Stone dice que algún vecino habría preguntado con desdén: «¿De dónde sacaron a la pareja negra?».
Carinda es ahora, en apariencia, un centro de peregrinaje para fanáticos de Bowie, que buscan inspiración en recostarse contra la misma pared amarilla que su ícono. La señora Draper, la cantinera local, le dijo hace unos días a la ABC australiana que tras la muerte de Bowie esperaban más turistas.
Entre quienes ya hicieron ese viaje al bar público del hotel Carinda se cuenta la crónica de alguien que hace unos años decidió hacer un pequeño desvío de 600 kilómetros para llegar a Carinda en su viaje anual de 2 700 kilómetros para visitar a su familia —nada extraño en un país de grandes distancias y de fanáticos del volante—. Yo habría hecho lo mismo si pudiera acomodarme a manejar del lado derecho de la carretera.
Este moderno héroe cuenta, después de entrevistar a la cocinera del bar, que ninguno de los locales que aparecen en el video fue retribuido por eso, pero que Bowie pagó un open bar y que el rumor se esparció rápidamente por el pueblo. Entre los parroquianos que agotaban las reservas de cerveza, nadie podía reconocer en el tipo de camisa y guantes a una glamorosa estrella de rock. Incluso, algunos se acercaron a Bowie para preguntar: «Who’s the group?».
Luego vino lo que la cámara recogió: Bowie recostado contra la pared amarilla, junto a alguien que toca un contrabajo; una pareja de jóvenes aborígenes australianos bailando entre el bar y una mesa de billar; Bowie cantando sobre «the serious moonlight»; y, por cierto, Stevie Ray Vaughan tocando la guitarra.
Con la combinación con las imágenes grabadas en el barrio chino de Sídney para China Girl, Bowie retrató dos momentos incómodos para la sociedad australiana: hablar de cómo se construyó su prosperidad y las políticas de la white Australia. Y, por cierto, estas dos canciones nos demostrarían que los sintetizadores de los años 80 pueden no ser tan detestables.
¿Todo esto salió de la cabeza del tipo que pidió una dictadura para componer Inglaterra? Sí. Y del mismo que rechazó la Orden del Imperio Británico y ser nombrado caballero por la reina de Inglaterra porque, en sus palabras: «I seriously don’t know what it’s for”. El mismo tipo que se despidió sin decir un hasta luego, sino lanzando un disco.
¿Cuántos rockstars en toda regla nos quedan?
¿Cuántos buenos fanáticos se desviarían 600 kilómetros para conocer dónde se grabó un video icónico?
«Put on your red shoes and dance the blues...».
Las crónicas de Bowie en Australia están recogidas en un documental: Let's Dance: Bowie Down Under. No ofrece desperdicio alguno.
Y por cierto, fanáticos de Cobain, afróntenlo: The Man Who Sold the World es un original de David Bowie.
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