Vinculado afectiva y estratégicamente con los grupos paramilitares, con quienes hizo, según él, una paz bien hecha, su crítica al proceso de paz guatemalteco tiene que entenderse en los términos y criterios en los que los grupos ultraconservadores y neofascistas aquí lo hacen. Es decir, al contrincante hay que aplastarlo, desangrarlo, torturarlo, desaparecerlo y, alrededor de ello, construir todo un aparato de extracción ilegal e ilegítimo de beneficios económicos para los oficiales del Ejército y sus socios paramilitares.
La crítica de Uribe al proceso de paz guatemalteco no se refiere a que aquí no se haya exigido el castigo inmediato a los crímenes de guerra, sino a que luego de muchas dificultades, finalmente algunos criminales de guerra estén siendo juzgados. Él no quiere correr esos riesgos y por ello intenta, a toda costa, impedir que la paz se firme bajo compromisos claros de ampliación a la participación política y con una agenda clara de resarcimiento a las víctimas y revisión del modelo de explotación.
La paz negociada y debidamente tratada no era tampoco una prioridad para el presidente Santos al inicio de su mandato; como ministro de defensa del uribismo estuvo al centro de fuertes ataques a población civil y comenzó imaginando que ése era el camino. Pero puesto a gobernar entendió que sin una paz justa, Colombia no podría tener un proceso de desarrollo adecuado, por lo que procedió a realizar intensos esfuerzos para que la misma se concretara. Evidentemente, sus políticas económicas son semejantes a las del uribismo, como bien lo señala Harold Gonzales (Tras la cola de la rata, 14/06/2014) pero, enfrentados al dilema de la paz, la cuestión es más que clara y en este crucial asunto Santos es 100 veces preferible al apoderado del uribismo.
Hecho ese balance, los distintos sectores de la izquierda democrática asumieron, desde sus diversas posiciones y visiones, la necesidad del triunfo de Santos en el segundo turno. Y se movilizaron activa, dinámica y fuertemente, para conseguirlo. Aportaron casi los dos millones de electores que en el primer turno obtuvieron y, posiblemente, un poco más, pues tal y como sucedió en El Salvador, el total de votantes en el segundo turno fue superior al del primero (7% más del total de electores). Las izquierdas colombianas no buscaban, mucho menos exigieron, participación en el gobierno del segundo período santista, simplemente demandan que las negociaciones de paz lleguen, cuanto antes, a feliz término.
La paz justa y duradera puede ser en Colombia una realidad mucho más efectiva que en Guatemala, porque si bien allá como aquí los sectores más conservadores de la derecha se le oponen férreamente porque en ella tienen la base de su enriquecimiento, allá la derecha moderna cuanta con el apoyo crítico de la izquierda para que se realice, siendo además una presión importante para obligar a la izquierda alzada en armas a comprender la urgencia y necesidad de una paz que permita a los colombianos construir un país más justo y equitativo.
Si el proceso guatemalteco fue honesto y amplio, la puesta en marcha de los acuerdos no ha podido llevarse a cabo porque las derechas firmaron sin convicción, sabiendo que con el paso del tiempo podrían hacer lo que quisieran para escamotear su cumplimiento. En Colombia la elección ha sido, al final de cuentas, un plebiscito por las negaciones de paz y éstas lo han ganado significativamente.
Hoy las amenazas del uribismo por impedirlas o al menos restarles efecto serán más difícil lograr, pues si bien su cacique y patriarca tendrá el Senado como espacio para vociferar, de los casi siete millones de votos que su “apoderado” obtuvo en el segundo turno no todos son fieles y firmes partidarios de su guerrerismo. Es más, Zuluaga bien podría considerarse un uribista moderado, que no tendría por qué ser, de ahora en adelante, un férreo enemigo de la paz si quiere mantener vivas sus aspiraciones políticas.
Los avances de las izquierdas han sido significativos, pues no sólo han logrado construir una alianza electoral que les muestre coherentes a pesar de sus diferencias, sino que sus liderazgos han sabido asumir la responsabilidad histórica de la paz sin perderse en la defensa de intereses particulares. Resta ahora avanzar en la construcción de un amplio frente, con propuestas creíbles y aceptables no sólo para conquistar de nuevo la más importante municipalidad, la de Bogotá, sino para ser en el futuro una opción democrática para amplios sectores de la sociedad.
Colombia, como otros países de la región, ha dado lecciones importantes de avances democráticos desde la izquierda, es de esperar que en este confín del mundo llamado Guatemala aprendamos a leerlas, y derechas e izquierdas democráticas levanten sus anteojeras y se comprometan con la construcción de un país más justo, dejando de lado y en rezago las posiciones ultra conservadoras y fascistoides. De las cenizas del liberacionismo autoritario y oligarca bien puede surgir una derecha democrática y antifascista, es cuestión de leer mejor la historia del país y la región.
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