En solitario, un grupo de personas defensoras de derechos humanos arrancó haciendo sonar sartenes, botes y tambores para demandar la salida del gobierno que presidía Otto Pérez Molina. Ese grupo siguió durante semanas y luego meses hasta que se produjo lo impensable: la renuncia del gobierno que presidía Pérez Molina, el cual se había evidenciado como estructura de corrupción.
El cambio que requeríamos en ese entonces se truncó. La garra de la élite depredadora, la que había llevado a Pérez Molina y a Baldetti al poder, entró a jugar como siempre lo ha hecho: sucio. No entró al inicio, cuando la dignidad ciudadana levantaba la voz y formaba el coro indispensable para hacerse oír. Astutamente esperó para entrar cuando ya no había de otra. Cuando ya la ola de indignación reclamaba la salida. Así, se dio el lujo de reacomodar sus piezas, de neutralizar a los neutralizables y de acomodarse.
Agazapada, la élite depredadora esperó el momento de mover sus fichas y de ganar escalón a escalón el graderío que la llevara a tomar por asalto la institucionalidad. Abrió sus billeteras y enlazó sus contactos con todo espacio que le permitiera lograr su objetivo: penetrar, cual virus o troyano en un sistema, todos los ámbitos de decisión política en Guatemala. Total, aparecer junto a narcotraficantes, ladrones, abogánsteres, politicastros, genocidas y lavadores de dinero no la inmutaba porque, a fin de cuentas, ya estaban todos en el mismo club.
El paso de los meses y de los años que abarcan el período del delincuente Jimmy Morales y lo que va del de otro mitómano y corrupto, Alejandro Giammattei, consolidó la alianza criminal que sostiene al pacto de corruptos. Y durante el tiempo transcurrido, unas veces en compañía y otras en solitario, los rostros de la dignidad han estado allí, siempre levantando la voz, siempre diciéndonos que, así como la fuerza de la indignación individual hace retumbar los tambores, la fuerza de la indignación ciudadana debe hacer tambalear los cimientos del sistema de depredación.
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Y ahora, cuando las élites depredadoras —empresariales, políticas, militares, criminales y profesionales del derecho— están enardecidas destruyendo la democracia, las voces de la dignidad vuelven a estar. Frente al Congreso, frente a la Corte de Constitucionalidad, frente al Ministerio Público, frente a cuanto espacio sea necesario abarcar para mostrarnos que es necesario luchar sin desmayo. Vuelven a estar para recordarnos que tenemos que levantar la cara y mirar al frente para avanzar, hombro a hombro, hasta derrotar el modelo de la inequidad y de la corrupción.
Nadie debe necesitar convocatoria. Nadie debe esperar a que lo llamen. Como empezó a llevarlo a cabo el pueblo nicaragüense en 2018, toca hoy declararnos personas autoconvocadas día a día, sumar gota a gota hasta formar el torrente necesario que haga temblar los cimientos y derrumbe, de una vez por todas, la arquitectura de este sistema inicuo.
Pero esta vez, ya desenmascaradas por perversas, las élites depredadoras no pueden tener cabida en el torrente de la dignidad. Merced a su ambición desmesurada se han perdido vidas, se ha encarcelado la defensa de los derechos, se ha destruido la institución de la democracia. Esta vez la única opción posible es la alianza más amplia desde abajo, con la fuerza suficiente para generar y, sobre todo, sostener el cambio.
Estamos ante una grave crisis que representa peligro, pero también oportunidad. Las voces que dignamente se han alzado muestran la ruta. No permitamos que nos lleven al despeñadero de la desesperanza, el conformismo o la ambigüedad. Ahora, a respirar profundo, a sostener el aliento y a acumular fuerza para lo que viene. Las voces de la dignidad nos dicen que con divisiones nada alcanzaremos, que en unidad podremos revertir la barbarie y ofrecerle a Guatemala nuevas y eternas primaveras.
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