Polarizar la sociedad resulta fácil ahora a través de las redes sociales. La era digital permitió lo que muchos soñábamos en los 90: democratizar la política. Durante años los cientistas sociales nos rebanamos los sesos buscando mecanismos para ampliar la participación ciudadana, para tratar de llevar la acción pública lo más cerca posible de la gente y garantizar así su sostenibilidad y efectividad. En este contexto, por ejemplo, surge la descentralización como una respuesta a la alta concentración de poder y a la toma de decisiones en los Gobiernos nacionales.
Hoy las redes sociales son el gran megáfono a través del cual una cantidad considerable de personas (que aún no son mayoría, al menos en nuestros países) pueden dar su opinión a través de las distintas plataformas digitales. Y lo pueden hacer en el mismo instante en que acontece el evento. Sin embargo, esto que podría ser (¿y es?) algo positivo ha servido para exacerbar las diferencias, dice Naím, y para manipular la opinión pública utilizando amplificadores pagados, mercenarios digitales que se encargan de propagar mentiras, para polarizar a la sociedad. En momentos de crisis salen las manadas de difamadores a crear un clima de polarización, odio y mentira. Los cibernautas somos presa fácil (casi nadie se salva) porque todos queremos opinar y ser escuchados. Surge el caos, los odios se agigantan, el miedo carcome la democracia y la gente se inmoviliza. El líder populista sonríe satisfecho porque logró dividir y confundir.
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La otra pe de Naím es la posverdad. El populista sabe que una prensa independiente puede dañar su estrategia. Para él, los periodistas acuciosos representan una amenaza. En esta era digital el acceso a información es increíblemente fácil. En la prehistoria quedó aquello de esperar un cable internacional que informara de manera escueta los acontecimientos ocurridos en el mundo. Podían pasar semanas para que nos enteráramos de la versión censurada de un hecho acontecido en el exterior. Hoy, en cambio, la información pulula en el ciberespacio y abunda en las redes sociales. El problema es que nadie filtra la calidad de esta información que circula. Nosotros mismos somos la censura, pero muchas veces —la mayoría— caemos presas de información falsa, de datos manipulados, de mentiras bien maquilladas que nos confunden. Además, la tecnología ha avanzado a tal nivel que incluso se pueden crear videomontajes que nos hagan creer que lo que vemos es real. En estas circunstancias, hasta el mismo santo Tomás podría errar.
Los líderes populistas se nutren de este ambiente de posverdad. Naím nos relató en su intervención que el Washington Post ha contabilizado al día de hoy 12,000 mentiras dichas por Trump desde que este asumió la presidencia. No me imagino cuántas llevará Jimmy Morales, pero algunas han sido legendarias.
La última pe se la dedica al populismo. Aclara de entrada que no es una ideología, pues puede verse en la izquierda y en la derecha, y que tampoco es propia de los países llamados bananeros, ya que los países desarrollados también la padecen. El líder populista crea enemigos internos o externos y los criminaliza tratándolos de enemigos de la patria. Esto, dicho por el mismo Naím con cierta vergüenza ajena ante los meros tatascanes de Guatemala. ¿Alguno habrá pensado en la Cicig?
Para el populista, no son las instituciones ni las leyes las que resuelven los problemas de la sociedad, sino él mismo es el salvador, el escogido para sacar adelante al país. Seguro solo yo recordé cuando Jimmy salió siendo bendecido por pastores evangélicos que lo proclamaban como el mesías. Quizá los mismos que están frente a Naím reconocerán en sus palabras su propia estrategia populista para sacudirse a la Cicig, al PDH, a la FECI y a los operadores de justicia honrados que hacen bien su trabajo.
La solución al populismo, dice Naím, es formar ciudadanos informados, activos y organizados. Las amenazas son la posverdad y la polarización, que inmovilizan y dividen. Quizá convenga salirse de las redes sociales y volver a la reunión artesanal, aquella acompañada de un café y buen debate. Volver a la formación política, a la vieja forma de leer y debatir. Organizar, proponer, y actuar. Salir de la comodidad de Twitter, Facebook y hasta Tinder y salir al encuentro real con el otro.
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