El punto medular de creciente tensión es la incapacidad de los partidos políticos de cumplir con una de sus funciones más importantes, según la literatura especializada: la de intermediar entre intereses para promover puntos de encuentro y de conciliación que permitan la construcción de agendas de cambio y de desarrollo de un país.
La multiplicidad de instituciones partidarias, su fragilidad institucional y su desgaste acelerado cuando asumen el poder favorecen el c...
El punto medular de creciente tensión es la incapacidad de los partidos políticos de cumplir con una de sus funciones más importantes, según la literatura especializada: la de intermediar entre intereses para promover puntos de encuentro y de conciliación que permitan la construcción de agendas de cambio y de desarrollo de un país.
La multiplicidad de instituciones partidarias, su fragilidad institucional y su desgaste acelerado cuando asumen el poder favorecen el clima de desconfianza y de alejamiento ciudadano que propicia que los partidos sean cooptados por una minoría, especialmente aquella que acumula recursos financieros, lo cual va en detrimento de los verdaderos proyectos de cambio de nuestro país. Frente a ello, muchos ciudadanos y actores anhelan un cambio, pero carecen de los recursos y de la experiencia política que les podrían permitir construir fórmulas partidarias más sólidas, aquellas que se acerquen realmente al ciudadano y construyan relaciones de larga data que se afinque en una identidad y en una ideología partidaria diferenciada, lo que permitiría asegurar campañas electorales menos costosas, menos frívolas y más efectivas, ancladas realmente en el sentir de la gran mayoría de nuestros ciudadanos. Por eso la frase de que «votamos, pero no elegimos».
Lamentablemente, la situación política y social está tipificada como un dilema del prisionero en la teoría de juegos: todos quisieran cambiar, pero existen muy pocos incentivos para el cambio; los que quieren cambiar no tienen los recursos, y los que tienen los recursos no tienen los incentivos para cambiar.
Mientras no encontremos la fórmula para resolver este dilema que nos tiene estancados como sociedad, podremos esperar que tarde o temprano el sistema entre en una profunda crisis. La pregunta no es si ocurrirá esta crisis. La pregunta simplemente es cuándo ocurrirá.
Las voces pesimistas dicen que, si seguimos así, seremos la Haití de Centroamérica. ¿Podremos evitar el colapso?
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