y a partir de esta definición se pueden entender muchas de sus manifestaciones que han permitido incluso decir que el poder es quizá la más fuerte de las drogas. Y es que guarda similitudes en el plano humano, sin duda produce placer, causa adicción, corrompe y en muchos casos ocasiona la muerte.
Me siento inclinado a tratar la similitud del poder con una droga, porque creo que también origina estados alterados en las personas que se encuentran en posesión de él; la verdad es rel...
y a partir de esta definición se pueden entender muchas de sus manifestaciones que han permitido incluso decir que el poder es quizá la más fuerte de las drogas. Y es que guarda similitudes en el plano humano, sin duda produce placer, causa adicción, corrompe y en muchos casos ocasiona la muerte.
Me siento inclinado a tratar la similitud del poder con una droga, porque creo que también origina estados alterados en las personas que se encuentran en posesión de él; la verdad es relativa para el usuario y su juicio por lo general es atemporal y parcializado. En otras palabras, cree que nunca terminará su ejercicio y se encuentra poco preparado o consciente de las enormes resacas de la borrachera.
Ejemplos abundan de personas que se resisten a abandonar posiciones de poder y en ese empecinamiento mueren muchos, que más allá de estar implicados en los disfrutes del poder, defienden figuras mesiánicas como pudo ser el caso de Manuel Noriega en Panamá, quien apenas dos semanas antes de la invasión norteamericana blandía un machete en poses simiescas retando al imperio y luego, al materializarse la invasión, se escondía con todo y uniforme igual que los miembros de su estado mayor.
En los últimos años, y sobre todo gracias a la globalización de la información y el negocio de los medios de comunicación, hemos seguido como si fueran telenovelas las persecuciones y caídas de varios gobernantes en Asia y África, el apresamiento y enjuiciamiento de criminales de guerra en su mayoría europeos, la cacería y muerte violenta de terroristas y más de algún personaje que sin ser tan notorio a nivel mundial, ejerció poderes locales y en cuanto es alcanzado por el brazo aún investigativo del sistema ya ha sido condenado o absuelto en medios según influencias o simpatías.
El juicio público y más allá, la ejecución de su sentencia es terrible; la misma Organización de las Naciones Unidas pide ahora una investigación sobre la forma en que fue muerto el dictador libio Gadafi. En muchos países han visto horrorizados cómo una turba lo atrapó con vida, lo arrastró, golpeó, insultó y por ultimo ejecutó de un tiro en la cabeza. Acá no debería causar tanto escándalo si vemos linchamientos usualmente, lo que causa escándalo es que identificamos una figura de poder inmenso en una situación indefensa. Lo que causa escándalo más allá de la violencia aplicada es la veleidad del poder, su condición finita; esta condición que es la fundamentalmente ignorada por la gran mayoría de aquellos que lo detentan.
Antes de leer tratados como “Las 48 leyes del poder”, o aprender por teoría o práctica que el poder nunca nos es concedido sino que hay que usurparlo, antes de confundir a Maquiavelo y sus escritos con recetas para alcanzarlo y una serie de ambiciosas tareas para, lo más probable drogarnos con él, aprendamos lo más importante: es finito, realmente finito y las resacas de sus borracheras son terribles, realmente terribles.
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