La semana pasada vivimos un contraste socioeconómico brutal. Por un lado, la muerte de Mykol David Morales Narvaes, de 11 meses de edad, en la vía pública. Con un cuadro muy grave de diarrea, no fue atendido en el centro de salud de la zona 6 y falleció camino al Hospital General San Juan de Dios. Tenía un historial de desnutrición y murió por la deshidratación resultante de la diarrea.
Escandaloso por donde se lo vea. La diarrea no es una enfermedad letal. Mata solo cuando se carece de atención médica básica. Es un hecho que se registra en la ciudad capital, con los índices de pobreza y desnutrición más bajos del país. Así pues, si esta tragedia ocurrió en la ciudad capital, ¿con qué frecuencia ocurrirán tragedias iguales o peores en el interior del país, que con cotidianidad inhumana sufren las mujeres indígenas del área rural?
Por otro lado, el mismo día del fallecimiento trágico de Mykol David, una de las familias más adineradas de Guatemala hizo un despliegue ofensivo de su opulencia. Prestó uno de sus aviones jet privados (con un costo estimado promedio de 18 millones de dólares estadounidenses cada uno) para trasladar al futbolista Carlos Ruiz a Columbus, Ohio, Estados Unidos, con el fin de que pudiese jugar el partido de la selección nacional. El día anterior, el futbolista Hamilton López fue trasladado a Columbus de la misma forma. Un hecho también escandaloso por donde se lo vea.
Estos escándalos ejemplifican muy bien los efectos perniciosos de la desigualdad excesiva. El hecho de que una cantidad excesiva de recursos económicos esté concentrada en una sola familia induce a un resultado y a decisiones subóptimos, pero sobre todo profundamente injustos. Por un lado, se violentan disposiciones judiciales y se gastan decenas de miles de quetzales para llevar un par de futbolistas a Estados Unidos para un partido de la selección nacional. Por otro, un niño muere en la vía pública porque los centros de salud están desabastecidos y no se le logró trasladar a tiempo a un hospital.
Si en Guatemala todos tributaran lo justo y el Gobierno gastara correctamente, estas situaciones no deberían ocurrir. Quien decide el uso y destino de millones de dólares debería ser la sociedad, y no una persona o una familia. El que sea un millonario el que tiene la potestad de decidir comprar un jet privado de 18 millones de dólares, así como de decidir cuándo y para qué usarlo, simultáneamente impide servicios de salud públicos, gratuitos y de calidad.
No es socialmente correcto que sea una persona o una familia la que pueda decidir que alguien como el jugador Ruiz goce del privilegio de que se le levante un arraigo (¿por qué el juez tercero de Familia, Emilio Lorenzo, autorizó levantar el arraigo?). ¿Por qué en ese vuelo viajaron Sammy y José Morales, hermano e hijo del presidente Jimmy Morales? Parece que este hecho responde a qué busca Jimmy Morales al instrumentalizar la selección nacional de futbol.
Y para terminar de empeorar las cosas, el vicepresidente Jafeth Cabrera especula que la culpa de la muerte de Mykol David es de su propia madre por posible negligencia. Pero calla, al igual que Jimmy Morales, por el escándalo de lo del jet privado y de la actuación retorcida de un juez.
Me parece estúpido no indignarse por el escándalo inhumano del contraste de la muerte de un bebé en la vía pública con la opulencia desmedida mostrada al trasladar a dos futbolistas, incluso violentando disposiciones judiciales. Es una de las estupideces de la desigualdad.
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