No recuerdo con exactitud el porqué de la plática, pero él me contó, entre otras vicisitudes, que gracias al padre Arrupe [1] los jesuitas «estaban virando para el lado izquierdo». Semanas después me enteré de que ese supuesto viraje se trataba de la Congregación General 32, en la cual los jesuitas hicieron un compromiso en relación con la promoción de la justicia.
A mi amigo lo asustaba mucho el decreto 12 de dicha congregación, que pugnaba por la justicia y la dignidad humana. Su primer párrafo reza: «Nuestra compañía no puede responder a las graves urgencias del apostolado de nuestro tiempo si no modifica su práctica de la pobreza. Los compañeros de Jesús no podrán oír “el clamor de los pobres” si no adquieren una experiencia personal más directa de las miserias y estrecheces de los pobres».
El sacerdote era mi párroco y también, coincidencia que no fue coincidencia, atendía algunas salas del hospital Roosevelt, donde yo habría de hacer mis prácticas seis meses más tarde. Él asistía cuando no podía hacerlo su superior, que era el verdadero capellán.
Un día, ya durante mis prácticas, decidí hacer una temeridad. Se me ocurrió juntar a mi párroco (a quien le pedí su autorización) con el párroco de La Merced (zona 1 de la capital). Se trataba del R. P. Jorge Toruño Lizarralde —un preclaro jesuita—, quien era primo de mi profesor de Cirugía Pediátrica. Para ello, dialogué con el padre Toruño (previamente) y le hablé de la manera de pensar de mi otro amigo, que había llegado ya a sus homilías a provocar alguna desazón entre los fieles. Ambos aceptaron gustosos dialogar acerca del padre Arrupe y del supuesto viraje hacia la izquierda de los jesuitas. Yo —un estudiante de medicina de 22 años— sería una especie de testigo del diálogo aquel, donde ambos expondrían sus puntos de vista. Pero no se dio. El 4 de febrero de 1976 sucedió el terremoto de San Gilberto, y cuanta planificación personal e institucional que pudo haber habido se suspendió en todo el territorio nacional.
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La iglesia de mi parroquia se derrumbó completamente y hubo que comenzar su reconstrucción desde los cimientos. Fue entonces cuando el padre Toruño le ofreció a mi amigo todo su apoyo y así comenzaron una amistad imperecedera que se acendró en el movimiento Cursillos de Cristiandad.
Pasados los años encontré al sacerdote que no quería bien al padre Arrupe y le pregunté si había dialogado de ello con el padre Toruño. Para mi sorpresa, me contó que había cambiado su modo de pensar y que conocer a Arrupe le había ayudado «a aceptar (e incluso a tener algún afecto por) los judas». Hablaba de la capacidad del padre Arrupe de perdonar a los enemigos y a los traidores. Esa vez el encuentro fue un tanto precipitado y no pude preguntarle cómo lo había conocido.
El recién pasado 5 de febrero, con motivo del 29 aniversario del fallecimiento del padre Arrupe, se dio a conocer un documento que contiene su voto de perfección. En el caso suyo, se trataba de un voto mediante el cual se obligaba a elegir, entre dos opciones lícitas que se le presentaran en la vida, la más perfecta. Y fue una clave para comprender sus actitudes en los momentos más difíciles de su vida. Por ejemplo, «cuando su secretario personal revelaba decisiones secretas de la curia jesuítica al Vaticano desde su óptica conservadora, Arrupe callaba. Y jamás lo destituyó de secretario personal, que era su acusador y una especie de judas. O cuando respondía con bondad a algunos ataques y calumnias que le desprestigiaban de parte de algunos obispos y jesuitas españoles ante los papas Pablo VI y Juan Pablo II».
¿Cómo se enteró de ello mi expárroco y excapellán hospitalario? No lo sé. Pero sí recuerdo muy bien cuando el padre Toruño, pocos meses antes de morir, me dijo: «Reza un dicho que la amistad es como una planta o una flor que crece despacio. Así creció la amistad entre el padre (mi expárroco) y yo, gracias a tu casi osadía».
Después de leer el voto de perfección del padre Arrupe, he concluido que yo debo encarnar sus enseñanzas. Me sería muy difícil conocer a un judas sin haberlas incorporado a mi yo interior.
* * *
[1] Prepósito general de la Compañía de Jesús.
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