Ya Marta Casaús elabora en Plaza Pública un brillante análisis histórico y psicosocial de los principales factores detrás de esa característica autoritaria que todavía permea el actuar de los guatemaltecos, tras más de 20 años en democracia.
Estos sucesos revelan para mí (residente en el extranjero), cómo la cultura del autoritarismo y la intolerancia guatemalteca siguen intactas y, me temo, parecieran no tener fronteras. Para quienes vivimos en otro país, esa libertad de expresión por la que lucharon Margarita y otros, es vital también pues el diálogo se vuelve ese eslabón o cordón umbilical que nos une con los connacionales por medio de aportes, ideas, críticas y perspectivas diferentes. Cuando se está “fuera” físicamente, no se es mejor ni peor; simple y sencillamente uno no puede dejar de sentir, interpretar, opinar y diferir sobre el acontecer nacional.
Y digo esto por varias razones: 1) por el no insignificante monto de remesas que enviamos al país, lo cual nos concede más que el legítimo derecho, si no de votar todavía, al menos de expresarnos sobre la coyuntura nacional; 2) el surgimiento y el denso e intenso tráfico de las redes sociales, las cuales vuelven casi obsoleta la idea de fronteras, acercándonos más a nuestras familias y seres queridos, y 3) el papel histórico de las diásporas en cuanto a su papel en transferencia de tecnología, filantropía, conocimiento, y su influencia en renovar actitudes y tendencias culturales.
Todo lo anterior crea fuertes redes de relacionamiento, permitiendo que las diásporas tomen formas particulares, en las que el concepto mismo de frontera se diluye. Las fronteras se tornan así etéreas, híbridas, intangibles y las diásporas reivindican un espacio común de pertenencia y por lo tanto, de lucha y entrega. Para muestra un botón: el aporte de Casaús así como de innumerables valiosos guatemaltecos –hombres y mujeres– allende las fronteras.
Por eso es de saludar la apertura de Plaza Pública y otros medios locales de concedernos, a quienes no estamos presentes, un espacio para dialogar y expresar lo que sentimos y creemos. En los momentos tan críticos por los que atraviesa Guatemala, solo una democracia deliberativa es el antídoto para perfeccionar las reglas de esa democracia formal que tan mal sabor de boca nos ha dejado después de las elecciones de septiembre. Todas las ideas y aportes debieran ser bienvenidos, no importando desde dónde y de quiénes provengan. Y claro que pueden ser discutidas y rebatidas, pero sin cerrar el diálogo ni discriminando a priori. El autoritarismo y el cierre de espacios para la oposición, recordemos, fueron parte de las causas detrás de la guerra que enfrentó a guatemaltecos por más de tres décadas. En estos momentos no se necesita dividir más a nuestra sociedad sino es imperativo que todos sumemos esfuerzos, logrando consensos desde los espacios donde nos toque vivir y desenvolvernos.
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