Usualmente, el recorrido se hacía entre cuatro y seis horas. Ese día duró diez. La razón fue una enorme marcha de personas que portaban antorchas. Unas caminaban, otras corrían, y una gran mayoría, pobladores de los lugares por donde pasaban los marchistas, le lanzaban bolsas de agua. Y no faltaron quienes les arrojaban algo más.
El bus no podía transitar a su velocidad normal. El piloto disminuía la velocidad para minimizar la posibilidad de lastimar a alguno de los corredores, así como el impacto de las bolsas y de no pocos puñados de lodo que le tiraban al vehículo. El resultado final fue un lapso de diez horas de viaje, el vehículo completamente sucio y los pasajeros totalmente incómodos y asustados.
Me dispuse entonces averiguar el porqué de las dichosas antorchas de la independencia, que tanta incomodidad provocan en las carreteras y que han generado no poca controversia entre quienes gustan de tal actividad y quienes la repudian.
No solo información acerca de las antorchas encontré. Ello me motivó a escribir un artículo que titulé Los saltos de don Gabino, publicado en este medio el 24 de septiembre de 2012. Consigno a continuación segmentos torales de aquel escrito:
«El jefe político superior de Guatemala, brigadier Gabino Gaínza, sustituyó al presidente Carlos Urrutia y Monroy en marzo de 1821, y una de sus primeras acciones fue declarar que Agustín de Iturbide, proclamador del Plan de Iguala en México, era un traidor al rey, ingrato, extraviado y perverso […] Pero, sin perjuicio del Plan de Iguala, la independencia de México se veía venir a corto plazo, y a las autoridades guatemaltecas, españolas y realistas les quedaron dos opciones: entrar en ruta de colisión con el México independiente o seguir su ejemplo. Pues asústese usted, estimado lector. Don Gabino, fiel hasta la muerte al rey Fernando VII, optó por una salida muy cómoda: “Declarar la independencia adhiriéndose al Plan de Iguala y uniéndose con México” […] El proceso en mención lo hizo público en agosto o septiembre de 1821, y el 28 de agosto, para desagraviar al de Iguala, consiguió que algunos de sus amigos colocaran luminarias como obsequio para Iturbide. Era el día de san Agustín. Ah, pero él, feo que era, se quedó a la espera de las reacciones de los nobles, quienes veían en el Plan de Iguala la posibilidad de una emancipación unidos a México y de una monarquía borbona».
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A partir de entonces, las luminarias comenzaron a convertirse en una tradición, que llegó a oficializarse a principios de la segunda década del siglo XX. Hubo incluso una carrera que partió de Guatemala y llegó a Costa Rica. Se llamó la Carrera de la Antorcha de la Independencia.
Abonaron a la tradición las antorchas que iluminaban el recorrido entre el palacio de gobierno y la catedral el 14 de septiembre de cada año. Se colocaban para esplender el paso de los gobernantes desde el palacio hasta la catedral, donde, muy orondos y contritos, participaban en el tedeum [1] que tradicionalmente celebraba el arzobispo de turno para dar gracias por la independencia.
Pasados casi dos siglos, y en orden a lo visto y sufrido en carne propia, me parece que los desfiles, carreras y marchas de las antorchas se han convertido en un acto de evasión (de la realidad) para quienes transitan largas horas llevando las luminarias y de catarsis para quienes lanzan agua, lodo y hasta piedras a quienes transitan con ese propósito.
Ni duda cabe de que habrá grupos que sí lo hacen con fervor patrio, y ello debe respetarse. Creo que son quienes marchan y corren con solemnidad y sin molestar a los transeúntes.
En orden a nuestra emancipación política, no debemos olvidar que si don Gabino juró la independencia fue porque doña Dolores Bedoya lo agarró del mocho y no lo soltó hasta que aceptó la propuesta de Juan José y Mariano Aycinena. El hombre no tenía convicciones, pero sí muchas presiones.
Hasta la próxima semana, estimado lector.
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[1] Liturgia de acción de gracias.
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