Al no haber un acceso delimitado, preguntamos si podíamos meternos por alguno de los callejones que, entre los lotes o ranchos, dan acceso a la playa. Un señor moreno por el sol nos contesta con energía que por supuesto, que esos callejones son territorio nacional y que nadie puede prohibirnos el paso.
La playa del Tamarindo es una media luna de arena fina que se abre hacia el Golfo de Fonseca. A un lado se alza el volcán de Conchagua. Al frente, las islas de Meanguera y Conchagüita. Al fondo se descubren Honduras y Nicaragua. Es hermosa, probablemente una de las mejores playas que existen en el costa del Pacífico entre Chiapas y Honduras. Tiene pocos cocoteros, muchos árboles pequeños y de tronco nudoso, y cantidad de lanchas de pesca esperando la marea alta.
Nos sentamos en la arena y una señora delgada y oscura, arrugada por el sol, se aproxima y nos pregunta si somos amigos de don Mario. Le decimos que no. Ella nos sonríe y continúa su camino hasta una de las pocas pero imponentes casas de veraneo que se esconden tras los palmerales.
Luego llega Óscar.
Óscar también es delgado, moreno, afable. Tiene 42 años pero protege su cabeza con una gorra azul puesta para atrás, y quizás es eso lo que le da un aspecto juvenil. Óscar se acerca y nos pregunta si conocemos alguna crema buena para las quemaduras. ¿Quemaduras de sol? No. Óscar nos cuenta que una olla de frijoles hirviendo se le cayó encima. Que lo llevaron al hospital, pero que allí casi se muere porque le sacaban sangre todos los días y no se la ponían. Que le dijeron que había que hacer un trasplante, y eso ya fue lo que lo asustó del todo. Por eso decidió volver a su casa para curarse, pero nunca pensó que se quedaría así. Óscar se levanta la playera y deja al descubierto durante unos segundos un torso y abdomen completamente deformados por unas terribles quemaduras de tercer grado.
Óscar es del Tamarindo, allí vive con su viejita, pero hace más de un año que no puede salir a pescar porque las quemaduras le han dejado el brazo izquierdo pegado a la axila. También tiene problemas para mover una pierna.
En la playa apenas hay gente. Unos hombres de piel blanca haciendo kitesurf, unas señoras de elegante bañador negro.
Una moto de cuatro ruedas pasa con dos viejos de bermudas coloridas y gafas de sol. El que va en la parte de atrás nos saluda.
-Ese es Don Félix -dice Óscar.
-¿Qué Félix?
-Don Félix Simán
En la playa de El Tamarindo tienen casa algunas de las familias más poderosas de El Salvador. Los Simán. Los Saca.
Óscar nos cuenta que mientras gobernó “el otro partido”, ARENA, los propietarios de las hermosas casas mantuvieron cerrados los callejones y limitaron el acceso a la playa. Incluso los pescadores tenían problemas para llegar. Por eso, aún hoy llega poca gente a esta playa; piensan que es privada.
Óscar no siempre fue pescador. Cuando tenía diez años se fue de mojado a los Estados Unidos. Allí lo esperaba parte de su familia. Trabajó de cocinero en Annapolis, estado de Washington, y se casó con una “morena”. Cuando dice morena quiere decir negra, y cuando dice que se casó quiere decir que directamente se llevó a la muchacha porque le gustaba y ella estaba de acuerdo. El problema es que sus padres no pensaban lo mismo. La muchacha tenía quince años, y él se pasó cuatro en la cárcel.
-Pero la cárcel en los Estados Unidos es buena. Hay teléfono, televisión y restaurante. Lo único es que no puedes salir -dice Óscar.
Luego se marchó a Cleveland, estado de Ohio. Allí se “casó” con una boricua que solo lo quería en verano, cuando trabajaba. Cuando llegaba el invierno lo botaba de la casa porque no traía dinero para pagar el cable. En invierno Óscar se buscaba la vida quitando nieve de la calle.
Para Óscar lo peor de los Estados Unidos es que no se puede pescar como en el Tamarindo. Hace falta tener licencia. El fue al río a escondidas en Annapolis, y se hizo con un buen pescado para la cena. Pero llegó una patrulla, y el policía, que era portorriqueño, se llevó el pez y le puso una multa de 500 dólares. No volvió a pescar allá.
Óscar no sabe leer ni escribir, nunca fue a la escuela, pero sabe inglés.
Estuvo diez años o más en los Estados Unidos. No se acuerda. No hizo mucha fortuna porque se murió un familiar y parte del dinero es para la familia, lo normal. Pero compró un pequeño lote en el que vive con su viejita, Catalina, y ve cómo las barcas salen a pescar.
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