Sé que la esperanza debe prevalecer en esta época, mas a veces esa confianza plena y certera con que nos signa tal virtud debe ganarse a pulso.
Sucede que la esperanza se concibe como una condición del espíritu en la cual, mediante un soporte racional o un fundamento de creencias, se establece en nosotros cierto grado de confianza que permite asumir como posible aquello a lo que se aspira. Y en muchos casos, para lograr esa confianza, se necesita de una buena dosis de razón humana.
Los guatemaltecos somos muy dados al arrobamiento. Ello no es malo per se. El problema nos sobreviene cuando el excesivo embeleso se convierte en enajenación y provoca un grave desplazamiento del juicio. Sucede así durante la actividad de los saltimbanquis, de los prestidigitadores, de los payasos de cierta categoría y de ciertos pseudolíderes políticos que con pico de oro convencen a las masas de lo pregonado por ellos. La multitud lo asume como absolutamente cierto.
Los últimos, los intentos de político, bien saben que en ocasiones sus estratagemas les pueden fallar y quedar ellos al descubierto: chuscos fantoches cuyos huesos van a parar a la cárcel. Empero, también saben que mediante artimañas muy comunes en nuestro medio pueden salir bien librados. Y así, frente a esa posibilidad, para cerrar los ojos ante el escarnio hacen acopio del refranero popular: «La vergüenza pasa, pero el pisto se queda en casa».
¿Quién no recuerda a Luis Rabbé desplazándose por áreas marginales preguntando a la gente por su bienestar? ¿Y de Alejandro Sinibaldi? ¿Acaso se puede olvidar su figura circunspecta haciéndose el ofendido cuando la R le dijo que estaba fisiquín? Casi héroes, magnánimos, probos, virtuosos, justos, íntegros se decían. Casi candidatos a los altares. Pues bien. El primero es un prófugo intentando evadir la justicia y el segundo está relacionado con nueve inmuebles, dos hangares y un helicóptero que recién inmovilizó la Fiscalía Especial contra la Impunidad (FECI) por un supuesto caso de lavado de dinero. Conste que también anda escondidito.
«La vergüenza pasa, pero el pisto se queda en casa» ha pasado entonces de ser un dicho muy popular a ser un mecanismo de fingimiento que en el fuero interno de tan despreciables seres simula soslayar aquello que les duele hasta el alma. Porque durante muchos años navegaron con bandera de personas honorables. ¿Racionalización, desplazamiento o disociación? No sé. Dejo la respuesta a psicólogos y psiquiatras. Lo que sí puedo decir es que el pisto se queda en su casa y que a ello debemos hacer frente con esperanza.
No quiero parecer profeta de calamidades porque motivos de esperanza hay. Conste que no de esos dulzones con olor a manzanilla. Me refiero a esos actos de esperanza que anuncian la supremacía de la vida sobre las tumbas. Por ejemplo, la noticia de que la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala haya otorgado la Orden Monseñor Juan José Gerardi Conedera a los Derechos Humanos 2016 a perseguidos por su actividad en pro de la justicia en Huehuetenango, al obispo emérito de las Verapaces, monseñor Gerardo Flores Reyes, y a las mujeres víctimas de Sepur Zarco, sobrevivientes de una diabólica violencia sexual.
Ah, estos reconocimientos son verdaderos signos de esperanza.
Nótese entonces que dicha virtud debe ir acompañada de esfuerzo y no pocas veces antecedida de sufrimiento. Quizá uno de esos esfuerzos que habríamos de asumir como un serio compromiso de esperanza sería instruir, educar, contar de voz en voz y compartir con nuestros prójimos (los más próximos a nosotros) la realidad de Guatemala. Hacerles ver que ciertamente, aunque estas épocas (Navidad, Año Nuevo y Día de Reyes) son de mucha ilusión y arrobamiento, ese éxtasis no debería ser motivo para enajenarnos del aquí y el ahora de nuestro país. Porque, mientras nosotros nos diluimos en esa dilatada atmósfera, los payasos peligrosos, los picos de oro (politiqueros, diputados y todo tipo de transas) y otros muchos adefesios hacen de las suyas.
Finalmente invoco la exhortación de Juan XXIII: «Busquemos lo que nos une, y no lo que nos divide». Así, unidos, lograremos que nuestro pisto convertido en educación y salud se quede en nuestra casa.
Feliz y esperanzador año 2017. Son mis mejores deseos para quienes esperamos un mundo mejor.
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