Guatemala está en la etapa final del proceso electoral 2019, y, como todos esperaban, este ha sido uno de los procesos más convulsos, más irregulares y con menos certezas de los últimos 30 años. Por ello, a una semana de conocer a quien emergerá como vencedor o vencedora, es conveniente recodar el país que el nuevo gobierno heredará en 2020.
Para empezar, escribo estas líneas en el pleno apogeo de la toma del campus central por parte de los colectivos estudiantiles de la USAC y en medi...
Guatemala está en la etapa final del proceso electoral 2019, y, como todos esperaban, este ha sido uno de los procesos más convulsos, más irregulares y con menos certezas de los últimos 30 años. Por ello, a una semana de conocer a quien emergerá como vencedor o vencedora, es conveniente recodar el país que el nuevo gobierno heredará en 2020.
Para empezar, escribo estas líneas en el pleno apogeo de la toma del campus central por parte de los colectivos estudiantiles de la USAC y en medio de una ola de manifestaciones que demuestran un clima parecido al del 2015, con una ciudadanía cansada de las malas decisiones de parte de los que nos han gobernado en los últimos años, con un país dividido por el tema de cómo combatir las arraigadas corrupción e impunidad que han caracterizado a Guatemala desde que todos tenemos memoria. El resultado de tales movilizaciones sigue siendo incierto, especialmente porque los dos contendientes de la segunda vuelta son percibidos más como una continuidad de los problemas que aquejan al país que como el inicio de una solución a ellos. Ante tal panorama complejo, el nuevo gobierno tendrá un contexto más difícil y más desalentador que el de cualquier presidente que haya asumido el poder en décadas.
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La posibilidad de encontrar un camino hacia las respuestas a tantos desafíos es muy remota si seguimos por la vía que hemos tomado en los últimos cuatro años, es decir, la correlación de fuerzas entre actores para visualizar quién emerge como el ganador de cada pulso político. Por ello, quizá es tiempo de empezar a considerar el diseño de un mecanismo de diálogo intersectorial, que empiece a tender puentes entre los diversos sectores para iniciar el camino de la reconstrucción de Guatemala.
El diálogo multisectorial, sin embargo, no es tarea fácil. En un contexto de polarización, el diálogo puede ser percibido como una estrategia más del enemigo para ganar tiempo, y para ello solo basta con recordar todos los ejercicios de diálogo que han tenido resultados poco satisfactorios debido a que los acuerdos a que llega cada espacio difícilmente se han cumplido. Hablamos de los acuerdos de paz, de la Agenda Nacional Compartida y de la agenda de desarrollo K’atun 2032, entre otros ejercicios de negociación fallidos.
Pese a las dificultades, la tarea de unir a los contrarios es vital para empezar a solucionar los graves problemas que nos aquejan como sociedad, empezando, por supuesto, por los polos más moderados de ambos lados. De hecho, empezar a crear espacios para el encuentro multisectorial es importante porque cada actor tiene un prejuicio sobre el que considera su enemigo. La única forma de cambiar esa concepción absoluta del otro es iniciar procesos para el encuentro, para la escucha mutua, para la ardua tarea de buscar puntos en común, pues usualmente cada sector solo se reúne con actores de su misma ideología y perspectiva. Construir espacios para el encuentro y la reconciliación es, por lo tanto, el primer paso para alcanzar el proceso del diálogo y consolidar así la verdadera democracia que todos anhelamos.
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