No es nada nuevo que para las principales potencias mundiales tanto económicas como políticas, Centroamérica tiene valor como un bloque y no por los diferentes países que lo componen. Esto se ha evidenciado con el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos (DR-CAFTA) y el Acuerdo de Asociación con la Unión Europea.
El gran problema a la hora de enfrentar los diferentes desafíos y obstáculos que se presentan en estos procesos es que el consenso entre los países centroamericanos para sentarse a negociar parece responder a una presión externa (Estados Unidos y la Unión Europea). Una ventaja es que en cuestiones de política económica y comercial existe una mayor flexibilidad que permite un mayor campo para maniobrar y corregir errores. Sin embargo, en materia de seguridad nacional y regional no existe tal flexibilidad.
Al igual que todas las esferas de la economía internacional, el tráfico internacional de drogas ilícitas se ha globalizado. Para mantener y aumentar este lucrativo negocio (USD 400 mil millones anuales) los diversos carteles han empleado a grupos armados para asegurar territorios, rutas y enfrentar a las fuerzas estatales. En la actualidad los carteles de drogas cuentan con la capacidad de movilidad para operar en diferentes partes del mundo. Su centros de operación no tienen un domicilio fijo, no conocen fronteras, se mueven según las leyes del mercado o cuando enfrentan un alto grado de oposición estatal para operar. Además cuentan con todos los recursos necesarios para lograr sus objetivos.
Independientemente de los atributos nacionales como la economía o las fuerzas armadas de cada uno de los países de la región, ninguno es capaz de contener en el corto plazo, mucho menos eliminar, la presencia de los narcotraficantes y sus respectivas fuerzas armadas. Como ya lo hemos mencionado, cuentan con los recursos económicos necesarios para desarrollar toda la infraestructura necesaria para transportar su producto desde los confines de las selvas bolivianas y peruanas hasta las metrópolis más desarrolladas en Estados Unidos y Europa. Son capaces de adquirir y desarrollar tecnología comparable a la de cualquier agencia de inteligencia y seguridad de un país desarrollado (cabe recordar que uno de los principales medios de transporte de cocaína son submarinos ensamblados en Colombia). Están mejor armados de lo que en un momento estuvieron cualquiera de los grupos subversivos latinoamericanos y que muchos ejércitos incluso. Pero lo más preocupante es su capacidad de reclutamiento. Aprovechándose de los índices de pobreza en la región, los diversos grupos dedicados al narcotráfico encuentran en toda Latinoamérica la mano de obra necesaria para cubrir sus necesidades de producción, transporte, distribución, lavado de dinero y defensa.
Más que coordinar esfuerzos, los países centroamericanos necesitarán cooperar estrechamente para hacerle frente a este flagelo. Será necesario contar también, como lo hizo Colombia y lo hace México, con el apoyo logístico de Estados Unidos que está dispuesto a hacerlo pero solo si se le presenta un plan regional y no cinco estatales. De acuerdo a Roger Pardo (elPeriódico 04/07/2010) el centro de operaciones del narcotráfico dejó Colombia después de ser contenido para irse a México y en la medida en la que el vecino país tenga éxito en complicarle la vida a los narcos estos se mudarán, como ya lo han empezado a hacer, a Centroamérica. La unión es la única alternativa, pero la gran pregunta es si lo haremos por la convicción de que trabajando juntos alcanzaremos más objetivos y tendremos mejores resultados o si lo haremos por una presión externa. Solo tomemos en cuenta que este rival no viene a negociar sino a imponerse.
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