De momento se ignora si corresponden a un antiguo cementerio o a víctimas del conflicto armado interno. Demostrar su origen corresponderá a las autoridades competentes. Las exhumaciones, según se dijo, «se hicieron en coordinación con el Instituto Guatemalteco de Antropología e Historia (Idaeh)»[1].
Sucede que la Tierra jamás esconde la verdad. Siempre la hace aflorar provenga de una catástrofe provocada por la naturaleza, una guerra espuria o de la corrupción rampante.
Con relación a la corrupción, los socavones en Villa Nueva, una ciscunscripción geográfica ubicada dentro del departamento de Guatemala, lo están demostrando. Esos hundimientos están poniendo a ojos vistas la indolencia, las mentiras y hasta la falta de tino de las autoridades gubernamentales y edilicias para manejar una situación de desastre.
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Así, la falsedad, las mentiras y la infamia están siendo devueltas por la Tierra y la manera de hacerlo es iterativa a lo largo y ancho del país. Guatemala, como se lee, se está cayendo a pedazos. Encima de ello, basta ver las condiciones en que se encuentra el Libramiento de Chimaltenango, la carretera del valle del Río Polochic o las carreteras en el occidente para dar paso a un análisis que permite advertir que esos dramáticos escenarios pudieron haberse prevenido. Si la cimentación de las obras se hubiese realizado con algo más que materiales de construcción, el resultado habría sido diferente. Me refiero a la honestidad y el pundonor. Cualidad una y sentimiento el otro que son faltos en la mayoría de los políticos guatemaltecos.
Leonardo Boff, en su ensayo Espiritualidad y eventual fin de la especie humana, explicitó citando al médico y ambientalista que propuso un método para restaurar las algas que consumen dióxido de carbono: «James Lovelock, el formulador de la teoría de la Gaia, es decir, la Tierra como un superorganismo vivo, en su Venganza de Gaia, en 2006 dejó escrito: “Ahora, cuando la campana comenzó a sonar para anunciar nuestro fin, continuamos hablando sobre desarrollo sostenible y energías renovables, como si Gaia pudiera aceptar estas ofrendas débiles con un sacrificio apropiado y accesible; somos como un miembro negligente y descuidado de una familia que piensa que una simple disculpa es suficiente”»[2].
Recordé el ensayo de Boff y su mención del libro de Jovelock porque los chapuces como los rellenos con lodocreto, las peroratas de los alcaldes y los ex alcaldes echándose las culpas unos a otros, las constantes mentiras del presidente de la República, las apariciones oportunistas de algunos diputados y el peloteo entre el coordinador de la Unidad Ejecutora de Conservación Vial (COVIAL) y el ministro de Comunicaciones, Infraestructura y Vivienda (MICIVI)[3], todos tratando de salvar el pellejo y/o traspasarse la responsabilidad de lo sucedido (y lo que está por suceder), son justificaciones ridículas ante la magnitud de los desastres que estamos viviendo.
Esas calamidades devienen de una economía depredadora que siempre ha cobrado vidas. Sea por medio de la guerra, el expolio, la autorización de construcciones donde jamás debieron ser edificadas, la falta de una honesta supervisión de las obras y otras tantas felonías que hacen gemir no solo al ser humano sino también a la madre Tierra. Es tiempo entonces de poner nuestras barbas en remojo porque los escenarios provocados son trágicos y calamitosos. La factura está siendo muy costosa y el abismo nos está tragando. Necesitamos un cambio de conducta que nos empuje hacia una manera diferente de habitar la Casa Común para echar pasos atrás con relación al punto del no retorno.
Recuerden gobernantes: La Tierra jamás esconde la verdad.
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