Un fenómeno similar ha ocurrido desde que en 1986, asumió el primer gobierno electo popularmente después de décadas de autoritarismo y fraudes electorales: el lento pero seguro desgaste del partido en el gobierno, debido a la incapacidad del equipo gobernante de generar condiciones de diálogo y consenso que permita que en cada acción emprendida, existan el mayor número de aliados y el menor el número de los potenciales opositores: la lógica perversa en cada acción gubernamental emprendida es querer ganar “tiempo al tiempo”, por lo que usualmente, los planes de acción tiene un ciclo de construcción de consenso muy corto y efímero, mientras que la estrategia casi segura es la de implementar acciones con lujo de fuerza y autoritarismo.
El absurdo, trágico y previsible enfrentamiento entre manifestantes y fuerzas de seguridad ocurrido en Totonicapán el 4 de octubre recién pasado, es un perfecto ejemplo de esta perversa, pero permanente forma de pensar: como urgen los cambios, se implementan aún en contra de la opinión de los actores inconformes, y la consecuencia es estériles enfrentamientos que tarde o temprano, llevan a dar marcha atrás a las medidas implementadas.
Desde el punto de vista gubernamental, es entendible esta lógica perversa: el periodo de gobierno es muy corto; especialmente si se consideran los recursos limitados con que cuenta el Estado, y la lista de cosas que se han hecho mal, o que se han dejado de hacer en el pasado es tan grande, que sentar las bases para hacer buen gobierno es una tarea titánica.
Adicional a este factor de tiempo y fragilidad institucional, existe una amenaza aún más fuerte: la desconfianza ciudadana y de los principales actores sociales es tan grande, que la tolerancia al gobierno es muy corta: muy pronto empieza a expandirse un lento, pero seguro descontento que va minando los apoyos del partido en el poder, por lo que los preparativos para el relevo electoral empiezan muy pronto, con la consecuente campaña electoral anticipada.
¿El resultado previsible de todos los factores anteriores? Los gobiernos se embarcan en una serie de programas y acciones que tienen como objetivo, demostrar rápidamente logros qué exhibir ante la ciudadanía, y la urgencia del tiempo los hace cometer toda clase de errores políticos que van desgastando de forma lenta, pero segura, la base de apoyo con que cuentan. Esa parece ser la historia del actual gobierno, especialmente si consideramos el lema que ha usado frecuentemente: “Gobierno del Cambio”.
Probablemente, todos los gobernantes desde 1986 a la fecha, han tenido la intención verdadera de hacer la diferencia para el país, quizá porque también de ello dependía la posibilidad de que su partido pudiera repetir un triunfo electoral. Sin embargo, irremediablemente se han enfrentado a la polarización, al desgaste previsible, y a la segura derrota electoral que es la esencia de esta curiosa “maldición” del partido gobernante: su destino inexorable es la acelerada pérdida de importancia política.
¿Cómo se rompe este perverso círculo vicioso? Generando condiciones de credibilidad y consenso que permita ir superando, de uno a uno, las enormes diferencias de opinión que existen en la actualidad. ¿La clave en todo esto? Una verdadera disposición a encontrar puntos de consenso, lo que significa, abandonar toda demostración de poder y de intransigencia que permita encontrar puntos intermedios de encuentro.
La historia de engaños y enfrentamiento, la urgencia por los cambios, las posturas radicalmente contrapuestas y la tendencia a la descalificación de quien piensa diferente es tan fuerte, que quizá un sistema de diálogo sea muy tardado en establecer. Sin embargo, es la única solución verdadera que nos queda para enfrentar con decisión el futuro. Como decía mi mamá cuando el sentido de urgencia le ganaba a la cordura: “Despacio, que voy de prisa”.
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