Del documento estratégico presentado por las Cooperativas en 2011, extraigo algunas reflexiones sobre el tema que parece más oportuno que nunca realizar.
El objetivo principal es mostrar cómo la soberanía alimentaria debe superar el dilema de ser vista por algunos como el auto-abastecimiento y por otros como un aparente absurdo reñido con el libre mercado y el libre comercio. La seguridad alimentaria debe lograrse en base a instrumentos de política en cuatro áreas: Reducción de los costos de transacción en los mercados; mejora de la capacidad adquisitiva de la población más pobre; mejor disponibilidad de divisas y acceso a mercados externos y disponibilidad interna de algunos productos básicos.
Es evidente que se ha apostado con un exceso de confianza a los mercados internacionales (precios altos para los productos que se pueden exportar y precios bajos para los productos que se tienen que importar), y como consecuencia la dependencia externa de alimentos básicos ha aumentado.
Las condiciones alimentarias en Guatemala son un problema estructural. Abordar este problema en el contexto de las nuevas condiciones en el mercado mundial de alimentos básicos, requiere este reconocimiento. La pobreza y sus secuelas alimentarias y nutricionales van más allá de las condiciones actuales de altos precios internacionales de los alimentos.
En teoría y de acuerdo al análisis comparado, ningún país exitoso ha mostrado sostenibilidad inter generacional si no le otorga particular atención a la seguridad alimentaria de la población. Las naciones hoy industrializadas han procedido en primer lugar a fortalecer y asegurar los alimentos para los asentamientos industriales grandes. Esto lo ha hecho a través de profundas transformaciones agrarias en su interior, y a través del intercambio internacional. En este campo han acudido a las ventajas comparativas, para asegurar intercambiar bienes industriales por granos básicos y alimentación. Para asegurar la alimentación de la población a precios razonables, han sido indispensables transferencias y programas fiscales. En contraste con este tipo de políticas públicas de los países industrializados, las políticas de ajuste estructural del pasado, y que están siendo redefinidas a lo largo de la región, se preocuparon más por un impulso a los bienes comercializables internacionalmente. Lo anterior vino en detrimento de la producción de granos básicos, leche y alimentos de primera necesidad, los cuales son el insumo básico para la reproducción de la fuerza de trabajo.
Debe reconocerse que, tanto las políticas relacionadas con el fortalecimiento de la integración centroamericana, como del cambio estructural y la reconversión productiva, han fallado. Este fallo ha sido tanto en el plano de lo social, como en materia agraria y agrícola. La prioridad en el apoyo a la agricultura ha sido baja, tema que contrasta con el cuidado que los países industriales y emergentes han tenido en esta materia, a través de subsidios diversos, acopio de alimentos, mantenimiento de precios de garantía y esquemas de provisión de alimentos para grupos vulnerables, conocidos hoy en día como los “programas de hambre cero”.
Relacionado con la falta de políticas públicas y la situación de ingresos del Estado, se hace evidente la falta de apoyo en infraestructura (de riego, almacenamiento y otras) y servicios (asistencia técnica, capacitación, crédito y otros) de apoyo a la producción. Esto último ha influido también en el estancamiento o retroceso inclusive, en la diseminación de prácticas amigables para la utilización de los recursos naturales, principalmente agua, suelo y bosques. El añorado círculo virtuoso se nos convierte en vicioso.
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