El 17 de diciembre de 2010, Mohamed Bouazizi se inmoló en una ciudad tunecina en protesta a que la policía lo despojara de los productos que vendía en la calle. Y no fue simplemente por el abuso de autoridad por lo que Mohamed decidió prenderse fuego. La acumulación de decisiones dictatoriales por parte del presidente Zine El Abidine ben Ali provocó en Mohamed, como en muchos ciudadanos, tanta indignación que todos ellos decidieron ponerle límite al despotismo. Tras menos de dos meses de protestas, el presidente Ben Ali fue derrocado.
Salvando las diferencias, estas semanas hemos sido testigos de protestas en nuestra región. Es increíble la cantidad de información y de artículos de opinión escritos en torno a las manifestaciones en Chile, Ecuador y Bolivia. Es cierto que los reclamos y las peticiones son distintos en forma y orden con los de Túnez, pero lo que conecta a estos países es que han sido protestas multitudinarias como pocas y que se han enfocado en reclamos legítimos.
Me parece digno de admirar el valor que han demostrado los jóvenes al expresar su descontento con aplomo, a sabiendas de la represión mortal ejercida por algunos miembros de la fuerza armada. Lamentablemente, muchos grupos organizados de bajo perfil se han mezclado entre los que protestan para robar almacenes, destruir propiedad privada y dañar los espacios públicos. Pero, de igual forma, muchos políticos, empresarios y miembros del ejército de rango superior han aprovechado los vacíos de poder y la inestabilidad en el mandato constitucional para hacer lo que les venga en gana, para favorecerse a sí mismos y privilegiar a sus secuaces.
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Es condenable que durante una manifestación ingresen a la fuerza a un centro comercial para robar unas libras de arroz y pintar una pared con grafiti, pero mucho más deplorables son las causas que han llevado a cientos de jóvenes y adultos a arriesgar su bienestar e integridad por gritar su descontento. Desde esta óptica, los que se han sumado a las protestas no son los responsables de la desigualdad social, del incremento al transporte público o del alza en los precios de los productos de la canasta básica. Los que han participado en las manifestaciones estos días están mostrando al mundo entero que la situación en la que se encuentran es insoportable y que se necesitan reformas que se traduzcan en bienestar para muchos, y no para unos pocos.
Lo anterior podría indicarnos que la tan añorada democracia no ha funcionado y, por lo tanto, que debemos modificar y repensar la forma tradicional en que los poderes del Estado toman decisiones a todo nivel, sea ejecutivo, legislativo o judicial. La resolución de conflictos y llegar a acuerdos como país deben priorizarse antes que cualquier estrategia que implique represión y violencia de todas las partes implicadas. Lo anterior suena ideal, pero el problema es que ya hemos tenido nuestros propios Mohamed Bouazizi, es decir, jóvenes y adultos que han ofrendado su vida para abonar un futuro mejor. ¿Estamos valorando el sacrificio que han realizado?
En Guatemala provocamos la dimisión del presidente Otto Pérez Molina en septiembre de 2015, luego de meses de protestas. ¿Hemos mejorado? En Bolivia, Evo Morales abandonó su cargo. ¿Se resolverán los problemas de ese país? En Ecuador y Chile son alarmantes las cifras de muertos en las protestas. ¿Han perdido la vida en vano?
Las protestas nos invitan a pensar que nos encontramos en una primavera latinoamericana mediante la cual es posible reafirmar el valor de la democracia y de los derechos sociales, pero, hasta el momento, los únicos frutos han sido sangrientos.
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