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La rutina cambió en Tribunales

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La rutina cambió en Tribunales

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En Guatemala, hace ya un año, que mucha de la atención y de las miradas de los ciudadanos se fijan insistentes en los niveles más altos de la torre de Tribunales. Buena parte de las discusiones, de la tinta y de las horas al aire se consagra a lo que allí sucede. Cada nuevo caso amenaza con desbordarlo todo. Escándalo tras escándalo, los casos de corrupción ponen a prueba al sistema de Justicia y, en especial, al juez de Mayor Riesgo B, Miguel Ángel Gálvez.

Cada nueva revelación de la CICIG y del MP se convierte en día de gran estreno: Las salas donde ocurre el espectáculo de las primeras audiencias son abarrotadas por los periodistas que alternan su tiempo entre la vorágine y la adrenalina por tener la imagen exacta y largas jornadas tediosas y soporíferas. Se sigue armando el rompecabezas de las estructuras de corrupción en el Estado.

Los rostros de los imputados son protagonistas insistentes en los medios, los escándalos que los vinculan están en boca de todos. Cada gesto de los acusados se ha convertido en bomba, en carnada para el morbo. Sus manos, en cambio, procuran esconderse. Los acusados intentan ocultar los grilletes del escarnio. Desde hace meses en estos Tribunales se puede observar algo que antes de 2015 era bastante inusual: las manos de aquellos poco acostumbrados al trabajo rudo, las manos engrilletadas con cuidada manicura.

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