La ocasión da para mucho: para festejar, para revisar, para reflexionar. Para algunos (diría que la gran mayoría de los creadores de opinión pública, la derecha política y la empresa privada) es ocasión para cantar triunfales un himno a la caída de esa primera experiencia de Estado obrero y campesino.
Obviamente, no se puede agotar un tema tan complejo como este en un breve escrito de 700 palabras. De todos modos, vale la pena dejar indicadas algunas ideas y esperar que sirvan para alimentar un debate más amplio.
¿Qué significado tiene esa gesta revolucionaria hoy, un siglo después de acontecida? Mostrar que sí es posible cambiar una sociedad. Esto es importante, quizá imprescindible de ser dicho con toda la voz en este momento, en que pareciera que al campo popular le fueron arrebatadas las esperanzas.
Hoy, después del auge de las luchas revolucionarias y de los grandes cambios acontecidos durante el siglo XX (además de la Revolución rusa, también la china, la cubana y la sandinista, la aparición de movimientos guerrilleros y distintas formas de protesta que fueron ganando espacio a través de los años), la derecha ha tomado la iniciativa. De hecho, en estas dos o tres últimas décadas han desmontado muchos (si no casi todos) los avances político-sociales que había ido ganando el campo popular. Hoy en día se conculcan inmisericordes los derechos laborales obtenidos en años de lucha, se avasallan logros humanos, se promulga el libre mercado como nuevo dios todopoderoso y los imperialismos invaden y saquean países como lo hicieron hace 500 años (con más tecnología, por supuesto).
En la actualidad, hablar de lucha de clases, de revolución, de socialismo, de clase trabajadora organizada parece algo pasado de moda. O al menos así lo presenta la derecha exultante. El grito triunfal de «fin de las ideologías» (de izquierda, claro) y de «fin de la historia» parece entronizarse. Retomar los ideales que dieron lugar al triunfo de la revolución bolchevique hace 100 años quiere presentarse como un error histórico que necesariamente debe ser corregido. Hoy por hoy, luego de años de neoliberalismo feroz, de capitalismo sin anestesia (se terminaron los planes de capitalismo de rostro humano con las teorías keynesianas), se intenta mantener apagada la chispa que encendió esa gran gesta que fue la Revolución rusa.
Pero esa chispa no puede apagarse. No es posible apagarla porque, sencillamente, esa chispa surge como reacción a un estado de injusticia estructural que no ha terminado, que no ha cambiado un ápice. Aunque hoy se intente remplazar Marx (el pensador alemán) por MARC (métodos alternativos de resolución de conflictos), el intento siempre queda fallido. Se puede silenciar por un tiempo el discurso revolucionario, se puede desarticular la protesta social con tecnologías de manipulación colectiva (manejo de la opinión pública, medios masivos de comunicación anestésicos, religiones varias) y se puede apelar al terror de la represión física (dictaduras, torturas, desaparición forzada de personas), pero nada de eso cambia la situación de base: la explotación sigue estando.
El ideario socialista es la pretensión de construir un mundo libre de esas inequidades, de superar la explotación, de generar un poder popular realmente democrático, con participación efectiva de toda la población. Eso se ha podido lograr en algunos pocos momentos de la historia. La Revolución rusa de 1917 fue el primer espacio donde ello sí fue posible.
Hoy en día se puede preguntar, con carácter crítico constructivo, por qué cayó esa experiencia en 1991. ¿Cómo fue posible que, sin disparar un solo tiro, sin reacción popular, el primer Estado obrero y campesino de la historia desapareciera sin pena ni gloria? El análisis pormenorizado de eso excede en mucho este breve escrito. Lo que se debe remarcar ahora es que sí, efectivamente, los trabajadores rusos pudieron construir una alternativa al capitalismo desde 1917.
No caben dudas de que lo que allí se edificó fue importante: Rusia, de ser un país semifeudal plagado de hambre e ignorancia, pasó a ser una superpotencia económica, científica, militar, cultural. El socialismo, sin dudas, mejoró sustancialmente la vida de millones de personas. Y hoy, caída esa primera experiencia, el grueso de la población ansía los beneficios que logró la Revolución. En tal sentido, parece impostergable estudiar pormenorizadamente esa historia.
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