La inacción ante esta realidad debería interpelarnos sobre nuestra resignación a lo injusto, sobre nuestra trayectoria de sociedad, de las patologías y las anomias sociales.
Esta resignación se revela incluso en los diálogos cotidianos en apariencia triviales, en charlas con compañeras y compañeros de la universidad, del trabajo y personas de otros espacios, donde inevitablemente surgen los temas cotidianos como la paternidad ausente e irresponsable, el alza de precios, los...
La inacción ante esta realidad debería interpelarnos sobre nuestra resignación a lo injusto, sobre nuestra trayectoria de sociedad, de las patologías y las anomias sociales.
Esta resignación se revela incluso en los diálogos cotidianos en apariencia triviales, en charlas con compañeras y compañeros de la universidad, del trabajo y personas de otros espacios, donde inevitablemente surgen los temas cotidianos como la paternidad ausente e irresponsable, el alza de precios, los sueldos indignos, los empleos precarios, la corrupción, el tráfico de influencias que dañan al Estado, entre muchos otros que se podrán mencionar. A su vez, emergen de manera recurrente expresiones como «no quiero presionar al papá, ya Dios se encargará de juzgar», «no quiero pelear con el papá del nene, que pase de dinero lo que le nazca», «no me ayuda con el bebé, pero si está al pendiente de como esta», «todo está caro, no puedo pagar el colegio», «me toca tragarme la injusticia en el trabajo porque me pueden despedir», «trabajo de docente y mi contrato dice que solo es medio tiempo, por eso me pagan menos del mínimo», «Gálvez debería mejor salir del país antes de que lo agarren y lo tengan como a Laparra», «mejor que se vaya exiliado porque acá ya todo lo cooptaron», «al final ya tomo posesión en la USAC, ya se sabía que así iba a ser» «¿viste que le quitaron presupuesto a Salud y Educación?», «llegué tarde al trabajo porque llovió y el camino se inundó», «la calle se partió en dos por los drenajes que colapsaron», etc.
Ni siquiera porque las notas de prensa nacionales e internacionales confirman diariamente estas preocupaciones ante la pasividad casi pétrea de la sociedad, ante tanta injusticia, no actuamos. ¿Por qué no lo hacemos?
[frasepzp1]
Todas y todos nos vemos afectados, desde la niñez con un desarrollo precario en salud, educación, nutrición; en la adolescencia y la juventud sin posibilidades reales de un plan de vida; en la adultez sin capacidad de un empleo digno y en la vejez sin seguridad social. ¿Tener que pagar un colegio privado porque el sector público es decadente? ¿tener que buscar un seguro médico porque el sector salud esta cooptado? ¿tener que trabajar hasta que tus posibilidades físicas lo permitan a falta de seguridad social? Todo ello lo pagamos y lo pagamos al doble o triple y lo donamos a las siguientes generaciones, porque hasta hoy seguimos con esta resignación que pareciese perpetua.
Vivir bajo esas condiciones definitivamente no es una opción en un país donde cada quien debe buscar la forma de sobrevivir, una película de terror siquiera se asemeja a la realidad de las calles e incluso la propia realidad a lo interno de los hogares en Guatemala. El miedo tiende a paralizar, la apatía y la inercia matan y para ello nos podemos remitir a la historia. El primer paso para que todo esto no quede en lamentaciones, más allá de actuar sin horizonte o de realizar activismos impulsivos y sin mayor trascendencia, es preguntarnos ¿cuál es el acuerdo de país con el que deseamos vivir? Pero previo a ello, ¿cuál es el país en el que realmente queremos, o vale la pena vivir?
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