Guatemala es un país que siempre me sorprende. Durante estos meses de crisis debido a la pandemia de covid-19 ha habido muchas especulaciones sobre lo que podría realmente ocurrir. Las predicciones, entonces, equiparaban las imágenes que a principios de marzo se veían en Italia y Ecuador como un aviso de lo que podría ocurrir en nuestro país debido a que ya se sabía que la infraestructura sanitaria de Guatemala era ya suficientemente precaria como para soportar la presión de la crisis.
Han pasado ya casi seis meses desde entonces, y los pronósticos se han cumplido solo parcialmente. Al principio se sintió cómo el pánico y la desesperación eran palpables por doquier, pero, conforme han ido transcurriendo los días, paulatinamente parece que todo está volviendo a la normalidad con más rapidez de la que todos esperábamos, pese a que en Guatemala nunca hubo una respuesta contundente y decisiva para enfrentar el desafío. Por eso desde hace varios días intento entender lo que ha sucedido de marzo para acá. ¿Estamos ya lejos del peligro que representa el covid-19? O, por el contrario, ¿será este solo un momento de calma antes de la tormenta?
La experiencia de casi todos los países demuestra que, luego del relajamiento de las medidas de confinamiento, usualmente se producen repuntes de los casos de forma espectacular, que obligan a retomar las medidas de confinamiento social. En Guatemala llevamos ya un mes de una apertura que cada vez nos acerca más a la normalidad previa sin que ello haya significado un aumento espectacular de los casos. Por eso intentar comprender el momento que vivimos es crucial.
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Antes de aventurar una explicación hay que decir que los países que lograron volver a la normalidad antes que nosotros basaron la decisión de la reapertura en un conocimiento bastante preciso de quién estaba contagiado y quién no gracias a la cantidad de pruebas que se realizaban y al seguimiento de los posibles contagios de cada caso positivo. Guatemala, por el contrario, desde el inicio fue uno de los países con menos pruebas realizadas de la región, característica que sigue vigente al día de hoy. El Gobierno sigue realizando menos pruebas de las recomendadas, tal como el mismo doctor Asturias reconoció hace unos meses: «Expertos de [la universidad de] Harvard han estimado que se necesitan hacer 45 pruebas por cada 1,000 habitantes cada mes antes de reabrir. El mínimo para Guatemala sería tener que hacer medio millón por mes, 17,000 por día» (Prensa Libre, 22 de abril). En contraste, el Gobierno de Guatemala ha realizado en promedio 3,229 pruebas por día hasta el 30 de agosto del presente año, una cantidad muy lejana del mínimo recomendado.
Lo más probable, por lo tanto, es que el Gobierno de Guatemala esté apostando a la ceguera como estrategia. Al no haber pruebas, no hay casos confirmados. Y al no existir estadísticas, el panorama aparenta ser mejor, con lo cual todos se relajan y todo vuelve a la normalidad. Adicionalmente, al implementar el semáforo, traslada la responsabilidad de las decisiones a los Gobiernos locales, con lo cual la presión hacia el Gobierno central disminuye.
Lamentablemente, esta estrategia es perversa porque tiende a invisibilizar el peligro, con lo cual la mayor parte de las personas empiezan a relajar sus medidas de bioseguridad, lo cual puede tener un efecto multiplicador que, aunque no se ve, puede tener consecuencias nefastas en el corto o mediano plazo. Esperemos, por el bien de Guatemala, que el presidente Giammattei sepa lo que está haciendo, ya que puede estar provocando la crisis sanitaria mas grave de Guatemala de los últimos tiempos.
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