El año 2020 nos tomó por sorpresa. Fue un año caótico. Si echamos una mirada atrás, mucha gente estaba a la búsqueda de oxígeno que escaseaba, la incertidumbre y la angustia habían hecho presa de muchas personas y no se avizoraba una salida a corto plazo.
El año 2021 la ciencia y los científicos demostraron con creces sus capacidades y pusieron al servicio de la humanidad más de ocho proyectos de vacunas. Fue el momento de la bisagra porque se nos dio la oportunidad de abrir o...
El año 2020 nos tomó por sorpresa. Fue un año caótico. Si echamos una mirada atrás, mucha gente estaba a la búsqueda de oxígeno que escaseaba, la incertidumbre y la angustia habían hecho presa de muchas personas y no se avizoraba una salida a corto plazo.
El año 2021 la ciencia y los científicos demostraron con creces sus capacidades y pusieron al servicio de la humanidad más de ocho proyectos de vacunas. Fue el momento de la bisagra porque se nos dio la oportunidad de abrir o cerrar las puertas a la vida. Y también fue el lapso en que sobreabundaron las noticias falsas, las acusaciones sin fundamento (en contra del propósito y la efectividad de las vacunas) y se puso en evidencia la falta de buena voluntad por parte de los gobernantes de muchos países de Latinoamérica, Guatemala incluida.
El año 2022 tendría que ser (y está siendo en muchos países del mundo) el año del declive. Las razones son claras. Se conoce a cabalidad el agente causal y cómo enfrentarlo, se sabe al dedillo cuáles son sus capacidades para mutar y cómo y hacia dónde puede variar. Así, se ha ido un paso adelante en su evolución al grado que ya se están preparando biológicos para hacer frente a variantes que puedan aparecer evadiendo los anticuerpos generados por las vacunas ya administradas. De tal manera, este 2022 tendría que ser el año del descenso pandémico.
Para nuestra mala fortuna, la quinta ola pandémica pareciera estar demostrando lo contrario en Guatemala. Los casos van en ascenso y no se avizora una merma a corto plazo. Las razones son las siguientes: Encabeza la manera desastrosa en que el gobierno ha enfrentado la pandemia. No hubo un adecuado plan de vacunación que incluyera uno o varios planes educacionales (a ratos la vacuna se ofrecía hasta de casa en casa y ahora hay escasez), no hubo ni hay suficientes pruebas para la enorme cantidad de personas que las está demandando y el personal de salud está ya agotado física y anímicamente.
Si hacemos un cotejo con el devenir pandémico durante la peste negra (1348-1350), a falta de certeza científica se dejó a Dios como timonel (de un barco sin brújula) en el mejor de los casos y como causa en el peor de los estrados. Optaron las masas entonces por la práctica de la piedad extrema y su exageración se personificó en el movimiento de los flagelantes. La idea de un castigo divino impelió a las poblaciones a dejar de lado las buenas costumbres y a la adquisición de otras nada gratas como el uso de amuletos y fetiches.
Hoy, en pleno siglo XXI, la falta de voces autorizadas —y que sean debidamente escuchadas— ha provocado que las masas poblacionales se abandonen a su suerte. Esa es otra causa por la que vemos hechos tan insensatos como cientos de personas esperando un hisopado y a la par otras deambulando con la mascarilla puesta en el cuello. Puede decirse entonces que, si en el siglo XIV las poblaciones optaron por la piedad extrema ante la falta de certeza científica, en el siglo XXI están optando por el abandono a su suerte no obstante se dispone de toda la certeza científica que se pueda imaginar.
Ni duda cabe que nosotros como pueblo valemos un comino para el gobierno. Pero estamos en el siglo XXI, tenemos acceso a la información adecuada y voluntad para proceder en consecuencia. Por favor, hagámosle frente a esta quinta ola de la pandemia para que el año 2022 sea el año de su declive. La vacunación, el uso correcto de las mascarillas, el adecuado distanciamiento físico y la debida higiene personal siguen siendo nuestros salvavidas.
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