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La primacía del voto emocional y una candidata con demasiados anticuerpos

Lo mejor que puede hacer Torres por la UNE es alejarse de la política y permitir un relevo
Torres era el peor producto de consumo electoral para intentar ganar la presidencia
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La primacía del voto emocional y una candidata con demasiados anticuerpos

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La participación rondó el 42%: el abstencionismo en el verdadero ganador. Sin duda alguna el nuevo presidente tiene un débil respaldo. Pero hay dos cosas sólidas: 1) Guatemala es de derechas (descripción sin juicio de valor); y 2) el clivaje rural-urbano es más que incuestionable. ¿Por qué ganó Alejandro Giammattei y no Sandra Torres? Empecemos a buscar las respuestas en el voto emocional, y en la mala calidad de Torres como candidata.

Primeras conclusiones: «El interior del país» no ha podido poner presidentes en las últimas tres elecciones consecutivas. Sin el incentivo del voto municipal, la gente de lo rural se ha quedado en casa. Los votos obtenidos por Sandra Torres rozan 1.4 millones. Poco mayor a los obtenidos en la primera vuelta y a su núcleo duro de 1.2 millones. Esto hace pensar en el rechazo que causa su figura entre el votante urbano y peri-urbano así como en cabeceras departamentales. Las encuestas vuelven a equivocarse aumentando la intención de voto y la posible participación. La democracia guatemalteca muestra síntomas de cansancio.

Dicho esto, pasemos a explicar el resultado electoral de la noche del 11 de agosto.

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De entrada, por mucho que el partido ganador sea un partido nuevo, su desempeño electoral fue fantástico: después de haber obtenido la mitad de votos que la UNE en la primera vuelta, logró en la segunda revertirlo y despegarse de su rival por más de 18 puntos porcentuales. Ganar así una elección, introducir 16 parlamentarios, una organización consolidada en un tiempo exacto de 1.3 años es un homenaje a la baja institucionalización de los partidos políticos; pero no se puede negar el sentido práctico con el que usaron las reglas e incentivos existentes. Sin olvidar que el temor atávico a Sandra Torres ha sido una variable siempre presente, hay que reconocer que VAMOS tiene bases que supieron moverse y desplegarse para lograr la elección más allá de los territorios urbanos. Es probable que este despliegue haya sido mucho más efectivo que sus mensajes y meta-mensajes durante la campaña electoral.

En otras ocasiones he dicho que este proceso electoral se definía entre la capacidad de una aparente maquina movedora de votos y un voto emotivo (irracional). En las democracias institucionalizadas el acto del voto no deja de ser emotivo, y en las semi-democracias (o democracias de muy baja calidad) esta condición lo es aún más. Con lo cual entonces la pregunta interesante es: ¿Cómo se explica el resultado de la elección y la debacle electoral de Sandra Torres?

Vamos por partes. Sandra Torres es una excelente candidata para potenciar candidaturas al parlamento pero es terrible para segunda vueltas. Puede ser fantástica como capataz de su partido pero es terrible como el producto. Los consultores gustan de utilizar un palabrita cuasi-mágica: la «flexibilidad» de un candidato en término de su aceptación en el mercado electoral. Esto debió haberlo entendido Sandra Torres hace mucho. Cual producto de consumo, resultaba imposible hacerla penetrar en los distritos urbanos, que son en definitiva, quienes colocan presidentes: Ni la agenda de seguridad democrática tradicional en la UNE ni los esquemas de política asistencialista son de apetencia en el marco urbano. Quizá pensó que podía reproducir la victoria de la UNE, cuando la encabezaba su exesposo, la última que contravino los deseos de la capital, quizá pensó que la expansión del voto rural que se propició durante aquel gobierno le bastaría, pero Torres es un producto con demasiados anticuerpos que la hacen incomestible (como a Thelma Aldana): su anti-voto proyectado era del 40 %.

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Hay otro aspecto que resulta fundamental tener claro y es que el votante rural, sin el incentivo del voto municipal, se queda en casa.

A toda esta receta de desastre, se puede agregar el hecho de que los mecanismos acarreadores de la UNE posiblemente no estaban lo suficientemente asegurados. Sí, al igual que Baldizón, Sandra Torres sufrió el desgaste de su figura y el cansancio que produce ser la mandamás de un partido. Lo mejor que puede hacer por su propia organización es alejarse de la política y permitir un relevo que era a todas luces necesario.

¿Es Alejandro Giammattei otro tipo de producto a consumir por el mercado electoral? Sí, con mayor flexibilidad y menos anticuerpos.

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Le respalda un proceso de posicionamiento en el mercado electoral de 20 años y una narrativa de oferta que pega directamente en las apetencias del votante urbano: Mano dura contra la delincuencia (lo que sea que signifique); facilidades para la inversión-flexibilidad fiscal; defensa de la soberanía nacional.

Sandra Torres podría haber hecho mil cosas más, pero era imposible, frente a un candidato flexible que lograba gustar en el distrito urbano, peri-urbano y cabeceras departamentales.

Tampoco se puede negar que el paro promovido por Codeca terminó generando una reacción en el votante urbano que castigó a Sandra Torres en términos de una relación mental equivocada que posiciona a Torres en la izquierda.

Pero de nuevo, quizá esa sea la lección de la noche. El voto emotivo en contextos concretos tiene mucha más fuerza, incluso a la hora de vincular a votantes que no están alineados entre sí, para pasar por encima de un partido que se miraba como una perfecta máquina movedora de votos.

Hay que confesar algo que es duro para los politólogos institucionalistas: las campañas políticas no necesariamente se construyen a base de propuestas. El voto, en las democracias semi-institucionalizadas como la guatemalteca, no es el resultado de la lectura de una plataforma de propuestas.

Los pocos spots que hubo en esta campaña electoral 2019 en Guatemala (lo que explica la apatía, además) estuvieron dirigidos a generar reacciones emocionales en las personas de manera de causar miedo o empatía. Estas dos últimas emociones son fundamentales para controlar la reacción instintiva de las personas, en este caso los electores. Hay temáticas en la disputa de una elección que generan reacciones más fuertes que otras, e incluso, pueden afectar la aparente toma de decisiones racionales.

Entonces, ¿no hay lugar para lo racional en las modernas campañas? Lo que llamamos racional se construye sobre la base de decisiones anteriores, tomadas de antemano que van a terminar sustentado una conclusión ya existente. Así las cosas, el voto en la mayoría de las democracias donde el votante conoce menos o nada el plan de gobierno, pero vota, termina siendo afectado por una enorme serie de mecanismos no conscientes: la cara del candidato, su voz, las creencias («aumentar impuestos o políticas asistenciales es socialismo»).

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El denominado sesgo de confirmación es fundamental: nos inclinamos a decidir por aquello que prácticamente desde el inicio ya hemos decidido. Como lo explica muy bien Bryan Caplan en su texto Mito del votante racional, el aspecto ideológico en la toma de decisiones electorales pesa a lo sumo un 40%. El resto depende de ingredientes que trascienden la discusión racional de idea.

Otro aspecto que Caplan recoge muy bien: La gente radicalizada no cambia su opinión. El cambio de opinión se da en la zona de gris, no en el blanco y negro, pues allí no hay dudas, pero al mismo tiempo los grupos más visibles son los radicalizados.

Así las cosas, Sandra Torres era el peor producto de consumo electoral para intentar ganar la presidencia, pues eso requería intentar modificar un voto urbano irracional en su temor frente a su candidatura. Temores que dicho sea de paso fueron acrecentados con el uso de recursos jurídicos para evitar la crítica de la prensa, su negativa a participar en los foros organizados por el empresariado y el cambio de retórica en propuestas relativas al uso del ejército o el matrimonio igualitario.

La desesperación se olía a distancia. Y en la democracia guatemalteca los temores irracionales pesan más que una discusión que fríamente analiza la palestra.

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