Durante la segunda ola del movimiento feminista estadounidense, en los años sesenta-setenta, las mujeres adoptaron como leiv motif la noción de que lo personal es político, que era en la esfera pública, en las entidades del gobierno, donde se tomarían las decisiones que mejorarían sus vidas. El paso de las mujeres de la esfera estrictamente privada a la pública no se ha realizado sin presentar una afrenta a las instituciones patriarcales.
A inicios del siglo XXI, esto es todavía palpable en cada región del mundo, sobre todo durante las campañas electorales, independientemente de las inclinaciones ideológicas de las mujeres que deciden hacer de la política su vida. Y ultimadamente, lo que ha ayudado a trascender barreras a muchas mujeres, es una política de la convicción (parafraseando a Weber y su ética de la convicción), en donde la autenticidad, la disciplina, la pasión por temas que otros no se han atrevido a evidenciar, marcan la senda de un liderazgo particular.
Allí está por ejemplo: Sandra Torres, en su ya conocida fallida estrategia para participar en las elecciones presidenciales. Independientemente de nuestra simpatía o no con Torres o de nuestro apoyo a su partido y tácticas para participar en las próximas elecciones presidenciales, sin duda alguna hay ciertas características que sobresalen en su perfil como lideresa, y que en una sociedad machista y conservadora como la guatemalteca, pusieron a temblar tanto a hombres como mujeres no acostumbrados a ver la figura de la primera dama tan visible en los asuntos de estado, y tan decidida a defender sus derechos como ciudadana.
También está Cristina Fernández, la presidenta argentina. La candidata peronista acaba de ganar con poco más de 50% de los votos de las primarias de su partido previo a las elecciones presidenciales en Argentina en octubre próximo de las que seguramente saldrá vencedora. Cristina Fernández siempre ha levantado resquemor por sus medidas consideradas populistas, pero que van de la mano con su ideario y convicciones personales, lo cual la ha hecho una lideresa reconocida en Suramérica. Quizás porque Cristina se identifica tanto con la entrega y pasión de su marido, Ernesto Kirchner, las cuales ella explica como una noción trascendente de la política.
En el otro cuadrante del espectro ideológico, sobresale la estadounidense Michele Bachmann, la congresista republicana por el sexto distrito del estado de Minnesota, vecino al distrito donde vivo. Como se recordará, la congresista Bachmann acaba de postularse hace dos meses como candidata presidencial por el partido republicano, apoyada por una pequeña, acéfala, pero bulliciosa base de fanáticos evangélicos, conformada por conservadores a ultranza, bajo el lema de Tea Party. A pocos sorprendió que ganara una consulta popular informal de su partido en Ames, Iowa, hace dos semanas. Los republicanos que asisten a este evento representan en su mayoría la base religiosa-conservadora del partido, esa que ha sido su fermento. Pero es la primera vez que una mujer gana este simbólico voto y ni siquiera la otra heroína del Tea Party, Sarah Palin, le ha hecho sombra. Ahora bien, de llegar Bachmann a disputarse la presidencia con Barak Obama, se predice que no necesariamente obtendrá el voto de las mujeres que históricamente han apoyado al partido demócrata.
Esta es solo una mínima muestra del talento femenino nacional e internacional en la política, vista desde tradiciones ideológicas difícil de comulgar la una con la otra. En mi opinión, si bien las cuestiones personales son políticas y la política es personal, la clave del nuevo liderazgo (sea este femenino o masculino) radica en traducir esa política de la convicción, de la entrega y la pasión, en oportunidades para la colaboración y el entendimiento en beneficio del bien común, y no como medio para construir bastiones de intereses personalistas intrascendentes.
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