La respuesta: nace.
La personalidad es un elemento de la vida que se evidencia desde el momento del nacimiento. Es decir, el neonato ya tiene las disposiciones a un estilo típico de personalidad que lo hará único e irrepetible, aunque puede modificar conductas y adquirir nuevas características. Si la personalidad es un elemento estable, el dinamismo deviene de las formas en que se interiorizan los esquemas. En este caso, la orientación sexual es un elemento con el cual nacemos. No es que elijamos ser heterosexuales, bisexuales u homosexuales, sino que es un aspecto que se descubre de la misma manera en que no aprendemos a pensar, sino que aprendemos a procesar los pensamientos. Esto hay que afirmarlo de todos los elementos de la personalidad.
No es por un padre o una madre ausente que una persona es homosexual. Es absurdo. La homosexualidad no es una enfermedad que se contrae con el virus de la soledad o de la separación. Muchas madres solteras han formado a sus hijos y algunos de ellos son homosexuales. Otros somos hijos de matrimonios heterosexuales estables y amorosos, lo cual hace referencia a que esos patrones de crianza solo fortalecen las expresiones de la personalidad. De hecho, si por abandono una persona se hace homosexual, en las separaciones o en los divorcios las hijas y los hijos dejarían de ser heterosexuales, pasarían al colectivo homosexual de inmediato y destruirían de ese modo las relaciones que han establecido con los opuestos a ellos mismos. Absurdo y demasiado fantasioso.
Parece que, para las personas que se ensañan tanto con quienes no pertenecemos al privilegiado grupo de la heteronormatividad, somos, por la simple razón de no ser como ellos, desviados y perversos. Sí, solo por ser diferentes.
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Si la homosexualidad fuera una situación de elección (como muy bien lo manifiestan expresiones del tipo «cada quien elige qué hacer con su vida»), seguro que nadie, en su juicio estable, va a elegir ser homosexual. Al afirmar la homosexualidad aceptamos un cúmulo de estigma y de discriminación. Perdemos derechos sobre la dignidad humana. Y eso, en realidad, a nadie le gustaría.
En nuestra sociedad, las rutas para vivir en paz con una orientación sexual no heterosexual son escasas, de modo que nos queda abrir espacios y allanar el camino, ya que «somos cimiento de los que están por venir» (Teresa de Jesús). De hecho, cada ataque que se nos hace basados en argumentos insostenibles por sí mismos solo denota que quienes los expresan tienen una huella de resentimiento contra sus propias vidas, por lo que proyectan una actitud muy denigrante ante otro ser humano. Es muy fácil reconocer este punto, pues nadie que es sumamente feliz y vive en paz dedica su vida a atacar a los demás, sino que expande su estabilidad y respeta aunque no esté de acuerdo. Busca comulgar con todos los elementos, y no dividir desechando lo que no se adecúa a su cerrado mundo interno. Como en un clóset existen muchos tipos de prendas, así es la diversidad humana: sabemos que no podemos vivir exclusivamente con los pantalones y tachar de innecesarias las camisas. Claro, no somos atuendos, sino seres humanos, y esa es la razón por la cual se debe resarcir a la homosexualidad, que viene incluida desde el principio de la vida, pero se descubre y expresa con la maduración humana.
Por tanto, ante la sostenibilidad de que se nace con la orientación sexual y de que la homosexualidad no es un desvío, es necesario que los sectores sociales empiecen debates serios para crear las condiciones de vida digna que merecemos como humanos y ciudadanos.
Si nacemos, no somos culpables ni enfermos, ya que no hay delito ni enfermedad.
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