Su peculiar comportamiento político-comercial volvería loco hasta al «camaleón que finalmente no sabía de qué color ponerse» de la fábula de Tito Monterroso, ahora que el ilustre hondureño con pasaporte guatemalteco ha sido puesto de moda por el líder máximo del partido al que, por ahora, pertenece el joven diputado marquense.
Este joven político es posiblemente el más claro ejemplo de lo que es el guatemalteco promedio. Sin convicciones claras, solo sabe que el éxito está en buscar la satisfacción de los intereses personales sin importar cómo ni con qué. Giordano sintetiza la ideología que desde púlpitos, cátedras, micrófonos y pantallas se ha venido imponiendo en los últimos 30 años: ser exitosos individualmente en un país que se hunde; donde lo importante es el yo, y no el nosotros; donde el único fin, enriquecimiento y beneficio personal, justifica la aplicación de cualquier medio.
En toda democracia los actores políticos, en la búsqueda del bien común, se enfrentan al dilema de actuar conforme a la ética de convicción —de acuerdo con principios— o a la ética de la responsabilidad —según los resultados— tratando de que lo uno no contradiga lo otro. El político actúa tratando de buscar lo mejor para quienes lo han delegado o elegido e intenta no renunciar a sus principios, pero consiguiendo el mejor beneficio para la mayoría.
De esa cuenta, cuando se privilegia lo personal sobre lo colectivo, no hay ya principio ético-político que respetar, lo que debilita la democracia en proporción semejante al porcentaje de políticos que así se comporten.
El ir y venir de una organización política a otra sin que exista más excusa que la búsqueda de beneficios personales, como muchos diputados han hecho en los últimos días, nos muestra cuán alejados estamos aún de establecer un sistema mínimamente democrático. Los fugados no se fugaron basados en convicciones políticas, sino orientados simple y llanamente en la satisfacción de sus muy personales expectativas.
Esto nos muestra que lo que con urgencia debe ser reformado no es el Congreso o el sistema electoral, sino las reglas de funcionamiento de los partidos políticos.
Equivocados están, en consecuencia, los que como Jorge Jacobs creen que la solución está en que el dueño de la curul sea el electo, y no la organización a la que pertenezca. De ese modo, radicalizando el individualismo en la representación, el poder no estará en los electores, sino exclusivamente en el electo, quien no tendrá más referencia de actuación política que sus propios intereses.
El derecho a proponer candidatos debe estar afianzado en los miembros de la organización partidaria, quienes, al compartir una misma visión de país y de nación y al ponerla a competir con las otras visiones y propuestas, harán que el electo los represente y actúe no con base en sus intereses, sino a partir de las propuestas por el partido defendidas. Al fraccionar la representación a lo individual, la gobernabilidad se inviabiliza, pues se tendría una multiplicidad de propuestas como número de diputados tuviese el Congreso.
Falso es también decir que el elector promedio no conoce a sus elegidos, pues en la mayoría de los distritos no hay más de tres diputados y la población interesada sabe de sus cualidades y defectos, al grado de que se movilizan a favor del que más beneficios personales les otorgue, lo que hace del tráfico de influencias y del clientelismo su principal soporte. En Jalapa, Zacapa o Suchitepéquez, la población sabe de qué pata cojean sus diputados. Y los eligieron porque a un buen número de electores les beneficia su populismo. Eliminar el papel de intermediarios de favores permitirá que se los escoja por sus propuestas, y no por capacidad de chantaje, lo que solo se conseguirá estableciendo carreras administrativas para todo el Estado y haciendo transparente y eficiente su sistema de compras del sector público.
Al salir a comprar diputados, lo que ha demostrado el partido de los oscuros exmilitares y del actual presidente es que no se trata de una organización democrática, sino de una franquicia electoral más que, creyendo que sus acciones están en alza, dispuso ampliar su capital político en el Congreso. Solo que, si bien ha imitado en el modo y la forma a la empresa de Manuel Baldizón, ellos no son la oposición que negociará prebendas para aprobar una ley, sino el partido oficial que, aunque obeso, no tendrá ya mecanismos de negociación espuria para imponer una ley. Para actuar como los patriotas de Pérez Molina, los avemilguas deberían haber creado su propio Baldizón para no comenzar a padecer, desde inicio de gobierno, un trastorno de identidad disociativo, pues algunas veces quieren ser patriotas sin tener a su Baldetti, y otras tantas, líderes sin tener a su Baldizón. Definitivamente, no siempre el que más billetes compra se gana la lotería.
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