Por un lado, resulta que el 13 comenzó el tercer año de que la actual Corte Suprema de Justicia (CSJ) rebasa su período constitucional. Un día antes, en el marco de la movilización de pueblos indígenas en reivindicación de la resistencia a la colonización y a la instauración del Estado racista en Guatemala, fue decapitada la estatua de José María Reina Barrios, gobernante que consolidó la estructura esclavizadora del modelo económico en Guatemala.
En el caso del poder judicial, cuando debieron ser nombradas la nueva CSJ y las salas de apelaciones en el 2019, las comisiones de postulación cometieron anomalías y debieron suspender el proceso por orden legal. Posteriormente, el Congreso fue igualmente conminado a excluir de las candidaturas a quienes se habían involucrado en posibles negociaciones fraudulentas para ocupar magistraturas. Desde entonces el Congreso no ha realizado el proceso de elección y no muestra intenciones de llevarlo a cabo. Los poderes que controlan el Estado-mafia de Guatemala se sienten cómodos con esta corte que está presidida por Silvia Patricia Valdez y que, salvo las honrosas excepciones de María Eugenia Morales y Delia Dávila, se integra con quienes operan en favor del crimen y de la impunidad.
La estructura de Estado-mafia, cuya raíz es el Estado colonial y racista, necesita de instituciones al servicio de la ideología que sustenta el racismo y justifica el uso de la ley en extremo. Una CSJ como la actual les viene como anillo al dedo para criminalizar las expresiones de descontento extremo con el estado de cosas. Lejos de reflexionar sobre las motivaciones del enojo contra la imagen del Estado colonial y racista, las células del poder se concentran en mandar un castigo ejemplar. De ahí que, mientras en otras fallas del sistema de administración municipal predomina la ineficiencia absoluta (agua, drenajes, transporte público, gestión de desechos), en la persecución de supuestos responsables de la decapitación de una estatua no duran ni un día en identificar a los presuntos culpables. Cabe decir que dicha estatua ya había sido descabezada por el mismo poder que sustituyó la cabeza original, lo cual podría explicar la facilidad con que la derribaron.
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Si bien los hechos parecen inconexos, el hilo que los une es el poder vinculado a la permanencia de las cortes, así como a la criminalización y al castigo ejemplares ante la disidencia. En este caso, la disidencia desde los pueblos indígenas ante el Estado racista. En ambos hechos el poder central es el mismo. De ahí que no haya pasado ni un día sin que precisamente las gremiales que representan a este se pronunciaran, al igual que las intelectualidades orgánicas que lo integran. Desde sus espacios públicos han requerido castigo ejemplar por la destrucción de lo que llaman patrimonio cultural. Las mismas voces que han guardado silencio cómplice cuando se produce el saqueo de los bienes de asentamientos arqueológicos mayas, con los cuales lucran perversamente. Las voces que de igual forma no solo enmudecieron, sino que incluso patrocinaron las barbarie del genocidio durante el conflicto armado interno, que dejó más de 250,000 víctimas, mayoritariamente indígenas.
Hoy es criminalizado por las élites depredadoras el liderazgo de pueblos indígenas que defiende el territorio de la voracidad extractivista. Para esta criminalización, la estructura del sistema de justicia les resulta favorable. Estructura que no actúa cuando se trata de investigar las acciones que destruyen el entorno o mediante las cuales se les roba el territorio a pueblos originarios y a comunidades excluidas del sistema y modelo depredador.
La CSJ de Patricia Valdez tarde o temprano conocerá las acusaciones ejemplares que la estructura encomendera enquistada en la municipalidad capitalina intentará impulsar contra las personas detenidas ilegalmente. La misma corte que seguirá liberando delincuentes de cuello blanco y de cabezas rubias. Mientras, los pies morenos de los liderazgos indígenas en resistencia a la opresión seguirán mordidos por la serpiente que anida en el racismo estructural que domina las mentes y las instituciones.
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