La violencia se orquesta a la perfección y reporta jugosas utilidades. Somos una balacera cara.Sin embargo, todos los matices de esta guerra diaria ya son cuentos viejos que han dejado de sorprendernos, de producirnos escalofríos, de movernos la tierra bajo los pies. Vemos, oímos y vivimos esto a diario y permanecemos inmutables. Ya lo hemos normalizado, en medio de nuestra esquizofrenia social: somos impermeables.
Que todos y cada uno de estos males aparentemente aislados e inconexos, que derivan de un “clima de inseguridad”, tienen gran parte de su explicación en las líneas y entrelíneas de nuestro pasado, debería ser un principio que asumimos desde la niñez, para entender más y mejor esta enredadera de realidad que nos ahorca.
“Del Silencio a la Memoria. Revelaciones del Archivo Histórico de la Policía Nacional” es el nombre del informe presentado la semana pasada por el Consejo Consultivo Nacional, que analiza información oficial que da cuenta de la forma de accionar, la lógica de operar y los intereses encubiertos por la policía a lo largo de una historia de 116 años (1882-1997). A este punto se llega luego de un minucioso trabajo de hormiga (limpiar, ordenar, clasificar, volver a limpiar…) llevado a cabo por más de 150 personas, durante más de cinco años y medio, a partir del hallazgo fortuito, en 2005, de los documentos que componen el archivo más grande en su género en América Latina.
El archivo da cuenta de la historia de múltiples violaciones a los derechos humanos (desapariciones forzadas, torturas, ejecuciones extrajudiciales...) y analiza el accionar de la Policía Nacional en aquellos años, a partir de un horizonte expandido de información que en los años 90 fue vedado a los equipos a cargo de los informes “Guatemala Nunca Más” y “Guatemala: Memoria del Silencio”, llevados a cabo por la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado y la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, respectivamente. Como sabemos, el trabajo anterior de recuperación de la memoria histórica se basó principalmente en testimonios directos.
La importancia de esta publicación, además de conducir a la ventilación pública de crímenes ocurridos en pleno silencio y encubrimiento, así como a la prueba en juicio; es la posibilidad de reconstruir documentalmente nuestra historia, a partir de la comprensión de una lógica de terror bajo la que han operado las élites y el Estado a través de las fuerzas de seguridad en el país, durante el siglo XX, en donde es clave nuestra reciente historia de conflicto armado interno (1960-1996). Una lógica de autoritarismos, represión, contrainsurgencia e impunidad, que cala evidentemente en la Guatemala de hoy, en su manera de ser, de sentir, de pensar, de convivir, de discutir, de hacer política…
La violencia y opresión de ayer son mucho más elásticas de lo que parecen. Nos alcanzan hoy hasta el subconsciente, hasta la casa, hasta la cama. Están presentes, y condenadas a crecer y reproducirse en los niños, e infinitamente, mientras no comprendamos de dónde vienen; mientras no comprendamos la manera en que la historia colectiva afecta y se amalgama con las historias individuales, reflejándose mutuamente.
Conocer la historia nos serviría, como mínimo, para construirnos un criterio propio sobre lo que somos en singular y lo que somos en plural, y para interpretar la realidad con un poco más de autonomía, fuera de los pensamientos impuestos que a base de repetición hemos convertido en verdades. Nos serviría para tener memoria. Y a lo mejor, también, para actuar en consecuencia con el presente. Tan solo eso sería ganancia, para esta postal del terror. Y ahora tenemos más información, más historia a la mano.
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