Pero, a la vez y casi al instante, surgió el clamor: los indios de Patzicía (un pueblo kaqchikel en Chimaltenango) debían ser castigados duramente por haber asesinado a sangre fría a varios ladinos en el poblado. Los medios cubrieron a detalle cómo fue el asesinato de ladinos en el lugar, que pasaban la docena, pero no hablaron del desenlace: entre 600 y 900 kaqchikel muertos por milicias ladinas regionales y por el ejército nacional en los siguientes días, de manera indiscriminada, como aviso de que el nuevo gobierno no iba a tolerar insubordinaciones indígenas.
Así comienza el libro Comunidad y Estado durante la Revolución: política comunal maya en la década de 1944-1954 en Guatemala, del historiador y antropólogo kaqchikel Édgar Esquit. El mismo autor ya ha trabajado junto con Isabel Rodas este mismo tema desde otras perspectivas, y, junto con la novela El misterio de San Andrés, de Dante Liano, y los archivos y testimonios locales, son la mejor fuente de información sobre ese evento. Justo este martes 22 se cumplieron 75 años de dichos sucesos, que han pasado de lado y han sido enterrados por la narrativa victoriosa y nostálgica del período revolucionario, pero que son un buen indicador de un fenómeno específico que ya Ramón González Ponciano ha llamado «modernidad regresiva», es decir, los procesos modernizantes que esconden un sustrato represivo, reificante y reproductor de la desigualdad histórica. Esto surgió después de 1871, y ni la revolución de 1944 ni la guerra civil ni la era democrática ni los movimientos pos-2015 han podido romperlo. Y uno de sus elementos clave, desarrollados en el trabajo de Esquit, es el racismo durante la Revolución.
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Las políticas indigenistas de entonces, que crearon ejidos y desindigenizaron a los pueblos originarios en México, o a la mayoría de ellos, se aplicó con sus matices en Guatemala. Los matices incluían ladinizar al indígena, pero no en el sentido mexicano que implicaba un nuevo constructo de todos mestizos, sino en el de eliminar lo indígena por ser un resabio que impedía el pleno desarrollo del país. A la vez, el carácter dual del racismo revolucionario se manifestaba en la búsqueda de preservar lo prístino de dichas sociedades, como si de objetos de museo se tratara. Además, la Revolución no cambió las dinámicas de categorización racial, que implicaban el castigo al indígena —que incluía la muerte— si se atrevía a desafiar el orden establecido. El camino de la liberación del indígena debía ser dictado por los ladinos y dentro de los marcos que estos establecieran en nombre del desarrollo de todos.
Por supuesto que hubo oposiciones, tanto parlamentarias como en la práctica. También las comunidades utilizaron las herramientas del grupo dominante a su favor. Así, el proceso revolucionario también tuvo sus elementos favorables para los pueblos originarios, aunque siempre —como ya se indicó— normados por el Estado o bajo la atenta y temerosa mirada de los no indígenas, que veían en aquellos la consolidación de las demandas más radicales del proyecto revolucionario. Al mismo tiempo, el mismo proyecto remeció el orden interno comunitario, no siempre de forma pacífica. La posterior represión a los indígenas tuvo, además del siempre presente racismo, un componente ideológico: además eran comunistas.
Lo que sucedió en Patzicía fue la típica masacre colonial utilizada como mecanismo de castigo, de ejemplo y de terror por el poder colonial y republicano para someter a los pueblos indígenas, como lo conceptualiza Greg Grandin. Los hechores ocuparon puestos en los gobiernos revolucionarios. El mismo proyecto de 1944-1954 vio al indígena como un problema y un lastre para el desarrollo, pero, a diferencia de los liberales, también vio que debían tener derechos y propiedades para salir de ello. El carácter contradictorio de este proyecto, modernizante y racista-estamental, es algo cuya discusión es necesaria para poner en su justo lugar dicho proceso y comprender, como indica Esquit al final de su trabajo, las dinámicas de cambio, adaptación y resistencia de los pueblos mayas.
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Dedicado a las víctimas kaqchikel de Patzicía de octubre de 1944.
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