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La manifestación, desde la creatividad y los simbolismos

No solo es un robo de dinero el que se ha hecho, sino un robo de nuestra capacidad colectiva de decidir.
El complemento de la pancarta: “somos los de abajo y vamos por los de arriba” es volver a colocar a la propia experiencia y reflexión por encima de las categorías ya definidas.
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La manifestación, desde la creatividad y los simbolismos

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Si algo tuvo la manifestación del sábado es que fue un enorme torrente de creatividad. Fue un movimiento que tiene las características de una protesta del siglo XXI: Descentralizado, convocado por redes sociales, promovido por ciudadanos urbanos. Como parte de repensar la política y la transformación social en Guatemala, es necesario reflexionar sobre algunas características y expresiones de la manifestación del 25 de abril.

1. Un mar de carteles

La manifestación tuvo como característica los quiebres. ¿En qué sentido? En que muchas de las expresiones artísticas, de carteles, de teatro, de consignas fueron hijas de la experiencia de cada quien. No se llegaba siendo representante de una organización, con un discurso ya articulado y un posicionamiento fijo, sino más bien fue una convergencia de experiencias. Es decir, las categorías políticas-económicas-sociales fueron rebasadas por un momento y surgió, contra las divisiones, un sentido de unión, como lo dijo un joven a quien escuché. Lo común es la negación a seguir aguantando, soportando y sufriendo un Estado, una organización que, con la excusa de representar al ciudadano, lo aísla y le roba, le roba y le aísla.  

Aquí hay algo de fondo. La manifestación parte de una crítica a la corrupción, al robo del dinero de los impuestos. No obstante hay algo más: no solo es un robo de dinero el que se ha hecho, sino un robo de nuestra capacidad colectiva de decidir. Lo que la manifestación demostró el sábado 15 de abril es un enojo contra la clase política en su conjunto, contra los partidos políticos que, sin excepción, han querido monopolizar su proyecto particular bajo la legitimación de todos y todas. La enorme cantidad de carteles, gritos, consignas, cantos de himno nacional fueron, en sí, una manera de participar libremente en una crítica a lo poco que motivan  las elecciones con los actuales grupos de poder. De hecho, el canto y las mantas son desde ya participaciones directas, democráticas, de un conglomerado social cansado de la violencia, el desfalco y la apatía.

Nora Pérez

2. La piñata del diablo

La manifestación vinculó a las distintas religiones en un solo caudal de experiencia. Si normalmente, en la cotidianidad, la religión es vista como un tema “problemático”, hoy fue parte de la expresión social. Algunas imágenes que se vieron ese día. Una señora, posiblemente abuela, sostenía un cartel: “En el nombre de Jesús quedan atados los demonios que nos gobiernan y son echados al fondo del mar”. Aquí el cartel posiciona la denuncia desde el nombre de Jesús, el cual es identificado con la demanda popular y la indignación. Los gobernantes son vistos como demonios y, con la denuncia, son mandados al fondo del mar. En esto hubo convergencia. Otro grupo llevó distintas piñatas, entre ellas la de un diablo, como el que se suele quemar cada 7 de diciembre.

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De cierta manera se puede decir que el 25 de abril fue un 7 de diciembre. Hacia las cinco de la tarde, un grupo de jóvenes colgó y ahorcó al diablo en el Palacio Nacional. Acto seguido, una gran euforia y aplausos fueron hechas mientras miles se acercaban a ver al diablo ahorcado. ¿Por qué esa convergencia espontánea, sin preparación, de esa crítica al diablo, tanto en la señora como en los jóvenes? El diablo es, tradicionalmente, asociado a la avaricia, a la mentira, a la muerte, a la opresión, a la violencia. En general, a las fuerzas destructivas que atentan contra el ser humano. Lo común en la manifestación es que al diablo se le echó “al fondo del mar” y se le ahorcó. Para un habitante de Ciudad de Guatemala, rodeado de las noticias de muerte de los periódicos y el miedo a salir a la calle, se siente en un ambiente de constante violencia. Deshacerse del diablo – de la violencia, el miedo – es una afirmación de la vida.

Nora Pérez

3. El Jesús del Parque Central

Precisamente, en una cultura religiosa cristiana, Jesús es visto como la afirmación de la vida por sobre la muerte. Durante la manifestación se vio a un joven vestido de Jesús, con una barba y sangre pintada con marcador, con una cruz. En muchos y muchas despertó gran interés, acercándose a verlo, hablarle, proponerle incluso los lugares donde podría ser visto. Un grupo de estudiantes de San Carlos le dijo si podía ir al asta de la bandera. Allí, cuatro jóvenes sostuvieron la cruz para que no cayera, él subió. Una joven llevaba una manta de la represión que hizo el Estado durante la guerra. Decidieron colocarla a los pies de Jesús, todo esto sin plan, sino a medida que iba surgiendo la escena. A muchos impresionó: Jesús estaba crucificado en el asta de la bandera de Guatemala, con una manta a sus pies denunciando la represión histórica del Estado.

Pero, ¿por qué Jesús? Si en otro momento era la crítica y denuncia al diablo, aquí el teatro de la calle propició la imagen del Jesús, en lo que podría verse como una personificación del sufrimiento del pueblo de Guatemala. La manifestación, pues, permitió un momento de empatía con quienes sufren en la ciudad: con quienes se enteran de la muerte de sus esposos, hijos, hijas en el transporte urbano, con quienes pasan hambre en los barrancos a la par de centros comerciales rebosantes de comida, con la soledad que significa luchar por vivir y tener esperanza ante el cinismo de una cultura de la corrupción, del dinero, del egoísmo. El Jesús del Parque Central fue, por esa tarde, un recuerdo del dolor y sufrimiento de tantas personas, en todas las zonas de Guatemala. Una democracia que no siente el dolor ajeno es  la construcción de un sistema de muerte e indiferencia.

Nora Pérez

4. “No somos de izquierda ni de derecha…

Somos los de abajo y vamos por los de arriba”, tenía escrito un cartel. ¿Qué puede significar esto? Una gran parte de los asistentes a la manifestación del 25 de abril fueron jóvenes. Provenían de colectivos feministas, de la San Carlos, Landívar, Mariano Gálvez, del movimiento gay y lésbico, de Hijos. En su mayoría era jóvenes urbanos que nacieron durante la década de 1980 o, sobre todo, de 1990. En ese momento el Estado soviético se desmoronaba y en Centroamérica se firmaban los acuerdos de paz. Fukuyama, en su famosa frase, bautizó a 1990 como el fin de la historia. La pancarta del “no somos de izquierda ni de derecha” conjuga precisamente la experiencia histórica que ha tocado vivir a millones de jóvenes, tanto en Guatemala como en el mundo. Negarse a la definición, parece ser el punto en común de esta nuestra generación, lo cual puede leerse de distintas maneras.

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Empero, guarda un rasgo central en lo que tiene que ver con lo acontecido en la manifestación del 25 de abril: un hartazgo de los jóvenes a ser definidos por los adultos, por los partidos políticos, por quienes se consideran autoridades para definir a los demás. A su vez, es un hastío por saber que su voto no representa su particularidad, sus anhelos, sus deseos. La despolitización no solo es “anomia juvenil”, como podrían pensar quienes juzgan sin antes buscar comprender, sino la despolitización es a la vez una crítica a una manera rígida de entender lo político. En este sentido, lo expresado el sábado 25 de abril fue una creación de nuevo vocabulario, de posibles nuevos horizontes de entender lo político. El complemento de la pancarta: “somos los de abajo y vamos por los de arriba” es volver a colocar a la propia experiencia y reflexión por encima de las categorías ya definidas. Es una crítica al poder de quienes solo mandan, posicionarse desde un nuevo momento histórico.

Reflexión

Tal vez la mejor expresión de lo genuino de un acto humano es la poesía que puede abrigar y contener. La manifestación del 25 de abril estuvo cargada de ella, expresó muchos contenidos, tan diversos y contradictorios si se quiere, pero que salen de expresiones de hastío legítimo. Cada cartel, cada cacerolazo, el sentimiento con el que se cantó el himno, las consignas, el pueblo unido jamás será vencido, fueron expresiones legítimas. Una democracia que solo utiliza a la gente para avalar grupos mafiosos y enriquecimientos personales es, a todas luces, un sistema que oprime. Es momento de repensar la democracia desde la fortaleza de la experiencia de cada una y cada uno de nosotros. Construir una democracia donde no seamos objetos partidistas, sino sujetos cotidianos de decisión social, con bienestar para todas y todos. Es momento preciso para empujar los límites con la fuerza de la utopía, de la indignación. ¿Cómo construir una Guatemala donde podamos vivir, no solo sobrevivir? Esta es una pregunta que se responde colectivamente

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