Escuchar al abogado es recibir un baño de información, de análisis, de humanidad, al respecto de los delitos que se juzgan y su impacto en nuestra sociedad. Con la magistral coherencia que lo caracteriza, el abogado expone sus conclusiones. No hay odio, no hay resentimiento, no hay chillidos ni gritos. Hay un tono de voz y un volumen, para que se le escuche, para que se entienda, para que se sepa lo que a lo largo de las audiencias se ha probado, la existencia de actos que tipifican el delito por genocidio.
El abogado Pérez inició sus conclusiones agradeciendo a las víctimas por haberle permitido ser su voz y en nombre de las víctimas, agradeció al sistema de justicia haberles permitido, después de varias décadas de sufrimiento, llegar a contar su verdad y su tragedia.
Es, la del abogado Pérez y sus representadas (las víctimas por genocidio) la actitud que ha caracterizado a esta parte del debate. La acusación ha actuado en el marco del estado de derecho, en el marco de las normas de respeto entre las personas.
Conducta que ha distado mucho de la mostrada por la defensa técnica de los acusados. Pero sobre todo, por los compañeros de armas y familiares de éstos y de los acusados. Al contrario de la conducta digna y ejemplar de búsqueda de justicia por los medios legales proveídos por el Estado, el entorno social que cerca a los acusados, ha levantado la daga.
Han invertido millonarios recursos en campañas mediáticas para satanizar a las víctimas y a quienes les acompañan o les apoyan en la procura de justicia. Si tan sólo se quedaran en la discusión, aunque sea como lo han hecho, sembrada de odio y provocadora de rencores, podría considerarse el ejercicio de un derecho antes negado y conculcado violentamente a quienes se les opusieron.
Lo lamentable es que han avanzado hacia la senda de la agresión verbal y, podría ser también física. Amenazas telefónicas para ofrecer muerte instantánea, operativos de seguimiento demostrativo, publicación de rostros y listas de nombres, son el deja vu de los actos de cuerpos paramilitares durante la acción contrainsurgente del Estado.
Mientras el pueblo ixil le agradece al Estado la posibilidad de que el juicio se realice, los paramilitares que aletean junto o alrededor de los acusados y su cohorte, llaman a destruir la institucionalidad. Claman por el retorno de la violencia y amenazan con desatar la barbarie.
Mientras el pueblo ixil aporta a la consolidación democrática y la reconciliación, buscando justicia en el marco jurídico que les protege, la entente paramilitar se esconde en las sombras y lanza panfletos y operativos de hostigamiento para generar, ellos sí, venganza por el juzgamiento.
El abogado de las víctimas destacó que Guatemala gana con el juicio. Afirmó que Guatemala se beneficia del proceso. Y así es. Juzgar el genocidio en tierras propias es beneficioso. Juzgar el genocidio nos permite levantar la frente y decirle al mundo, empezamos a caminar con buen pie contra la impunidad. Eso es motivo de orgullo. En caso contrario, nos tocaría a todas y todos, agachar la cara, bañarnos de vergüenza y decirle al mundo, los paramilitares que se nutren del odio racista y que se valen de la conspiración, como en el pasado, tienen cancha abierta para atacar a quienes tan sólo buscan encender la luz en el oscuro túnel de la impunidad.
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