La tradición la impusieron los asesinos de Monseñor Gerardi, quienes computaron mucho tiempo de su pena protegidos por las salas de un hospital.
Ellos, que cuando usufructuaron el poder no dieron a sus víctimas la más mínima posibilidad de defensa y protección, al momento de ser conminados a presentarse ante la justicia hicieron aparecer enfermedades tan complicadas que supuestamente exigían hospitalización permanente. Hay un reo que, si bien se receta largos paseos sabatinos por la ciudad capital, se niega a salir de un centro de detención “porque tiene necesidad de un aparato eléctrico para poder dormir”.
Estos sujetos, que cuando ejercieron cargos públicos con funciones de protección de los ciudadanos se cebaron en sus víctimas, aduciendo la comisión de delitos políticos, cuando convocados a declarar no sólo niegan tales prácticas, sino que se esconden en las filipinas de médicos y enfermeras y cuando asisten a los tribunales lo hacen en sillas de ruedas, asumiendo actitudes de víctimas, pero con sonrisas cínicas en los labios.
De esa cuenta, tal vez es el momento de preguntarse por qué, si en la escuela especializada donde se profesionalizaron supuestamente les educaron en el honor y la firmeza, cuando acusados simplemente niegan lo que hicieron. Las pruebas presentadas en los distintos juicios han demostrado hasta la saciedad que estos señores torturaron, masacraron, asesinaron y desaparecieron a personas que consideraban sus enemigos -o al menos enemigos de quienes les ordenaban comportarse de ese modo-, por qué entonces ahora lo niegan y se declaran como simples burócratas que firmaban papeles y no sabían lo que hacían sus subalternos.
Los formadores de opinión y supuestos académicos que públicamente les han defendido hasta la saciedad han dejado latente la idea de que los ahora reos actuaron para defender al país y la sociedad de una imaginada catástrofe social. Sin embargo, al hacerse evidente la comisión de los crímenes, optan por negar toda evidencia, tratando de tapar el Sol con un dedo. Incapaces de condenar tales atrocidades han inventado conspiraciones en las que los reos y sus secuaces resultan víctimas inocentes.
Pero si en sus pasquines y publicaciones insisten en decir que actuaron para salvar al país, cuando enfrentan un tribunal optan por callar y victimizarse, siendo incapaces de hacer públicas sus razones y justificar sus actos, ¿por qué negar cobardemente lo que supuestamente hicieron como valientes? Es evidente, entonces, que están convencidos que sus actuaciones no fueron dignas, mucho menos honestas ni adecuadas.
Tal vez en ello uno de los sentenciados por la desaparición de Fernando García haga la diferencia: Jorge Alberto Gómez López, quien por cierto no es militar, asumió que lo habían capturado y entregado a Inteligencia Militar porque era “subversivo”. Vale la pena preguntarse entonces ahora ¿dónde está el valiente y digno militar que para ese entonces era el responsable de esa unidad, para asumir la responsabilidad de sus actos? ¿Aparecerá también en silla de ruedas o simulando olvidos seniles para no defenderse ante la justicia? ¿Continuará usando una supuesta fundación para, atacando a otros ciudadanos, poner cortinas de humo sobre sus crímenes?
Las respuestas tal vez parezcan simples: se niegan a hablar para no ganar una sentencia mayor. Pero eso, lamentablemente para ellos, les muestra mucho más cobardes que lo que ya aparecen al haber golpeado, violado y asesinado a personas a las que ellos no les dieron la más mínima posibilidad de defenderse.
Si, como dicen sus corifeos y aduladores, ellos salvaron a Guatemala ¿por qué no reivindicarlo a los cuatro vientos cuando enfrentan un tribunal? Porque, al final de cuentas, unos y otros saben, y sabían, que lo que hicieron fueron crímenes horrendos y asquerosos, de los que si no se arrepienten, con sus prácticas demuestran que se avergüenzan.
Ellos ahora pueden guardar silencio sin temor a sufrir las más mínimas vejaciones que en su época infringieron a sus víctimas, pudiendo además usar todos los artificios legales para atenuar sus condenas, cosa que tampoco permitieron a quienes masacraron y desaparecieron.
Aunque con dificultades y problemas, felizmente Guatemala no es ya la misma, y ellos ahora que son reos pueden, dichosamente, tener juicios justos y adecuados.
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