Relaciones Exteriores (como se le conoce en México), Exteriores (como se le dice en España) o Cancillería (como se le llama en los países centroamericanos) es algo mucho más allá de las cuestiones bilaterales. Significa, primordialmente, mantener vigente y sana la relación de un Estado con el sistema internacional, profundizar las relaciones multilaterales, asegurarse de que la política exterior promueve, primero, ante todo y por sobre todo, los derechos humanos. Nótese que he dejado fuera las clásicas afirmaciones relativas a promover los intereses estratégicos de los Estados. Si bien es una fórmula que puede seguir teniendo cierta validez, hoy entendemos que lo estratégico de un Estado no puede separarse del sistema internacional.
Los perfiles para ocupar la cartera de exteriores siempre han resultado diversos. El actual secretario de Estado americano, Mike Pompeo, no tiene ninguna experiencia previa en materia de exteriores, pero lo certifica su paso por la Agencia Central de Inteligencia. Para las formas y los aspectos protocolarios hay cuerpos de asesores. John Kerry, mismo cargo, ocupó la silla del Departamento de Estado y lo respaldaba una carrera política tradicional. Lo mismo se podría decir de Hillary Rodham Clinton. Aquí la clave es entender que la maquinaria dinosaúrica del Departamento de Estado tiene la capacidad para meter en cintura a los actores individuales, por muy diferentes o inexpertos que sean. Fue incluso posible con el petrolero Rex Tillerson.
Hay casos distintos. Poco conocido —excepto para connoisseurs de la historia de los cancilleres— es el caso de Aubrey Solomon Meihen, ministro de Relaciones Exteriores israelí, más conocido cómo Abba Ebán. Su formación académica fue la de un gentleman británico egresado de Oxford. En 1967, ante la amenaza del bloqueo árabe, viajó a París, a Londres y a Washington D. C. para buscar una salida pacífica a la crisis. Cuando la diplomacia falló, su oratoria y elocuencia para justificar las acciones militares israelíes le ganó la admiración en la Asamblea de Naciones Unidas incluso de quienes no simpatizaban con su posición. Salvando las distancias, ha habido cancilleres con formación académica exquisita como Jorge Castañeda Gutman (secretario de Relaciones Exteriores mexicano durante el gobierno de Vicente Fox), pero las condiciones del momento lo obligaron a dejar el puesto: la reforma migratoria que permitía la ansiada amnistía y la regularización (la enchilada completa) se vino abajo al momento de los ataques del 9-11. Estados Unidos retiró la prioridad de su relación bilateral con México para posar sus ojos en Oriente Medio.
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Los cancilleres no hacen las doctrinas de política exterior, pero son instrumentales. Tampoco los presidentes las hacen deliberadamente —si bien articulan principios—, ya que los Parlamentos son los que esencialmente ratifican las decisiones en la materia. Pero los cancilleres son determinantes para articular, presentar, abrir puentes de diálogo, justificar, explicar. Todo esto se aplica ya sea que hablemos de nuevos giros en la política exterior, de ruptura de relaciones, de apertura de nuevas misiones, de reconocimiento de Estados, de la transformación de la Cancillería en ventanilla captadora de inversión o de un sinfín de etcéteras. Pero lo que jamás puede dejar de ser una prioridad para cualquier canciller es mantener la salud en la relación con los cooperantes tradicionales de cada Estado, ayudar a mantener el posicionamiento del país dentro del sistema internacional, respetar el consenso aceptado de la comunidad de naciones respecto a los temas sensibles y profundizar aquellas relaciones que son realmente prioritarias. Mientras la nueva política exterior se cocina bajo el supuesto de que los presidentes la construyen, hay aspectos de conducción que son de piloto automático. En un momento en el que algunas potencias parecen dejarse seducir por los discursos aislacionistas, países pequeños como Guatemala, que por sus condiciones estructurales son dependientes del sistema internacional, no pueden sucumbir ante estos discursos.
Esta es la importancia de un canciller, de su estilo de gestión sobre el ministerio de exteriores. No se puede improvisar la curva de aprendizaje. No puede ser muy prolongada. Los errores se pagan caro. Es muy importante rodearse de técnicos y conocedores que puedan traducirles a los nuevos cancilleres el sentido estricto de las dinámicas y sus implicaciones en la toma de decisiones.
Cancilleres van. Cancilleres vienen.
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