La importancia de la solidaridad

El lema original de la Revolución francesa fue «libertad, igualdad y fraternidad», hecho histórico relevante que dispersó las ideas de lo que hoy se conoce como democracia liberal: un sistema de gobierno representativo que garantiza los ahora llamados derechos humanos de tal manera que el norte político fuera realizar lo que la sociedad considerara que fuera el bien común. Lamentablemente, el ideal de la democracia ha tropezado desde entonces con numerosas contradicciones y obstáculos.

Para entender el párrafo anterior hay que entender primero que la teoría política ha estudiado la democracia desde dos grandes vertientes: la democracia como tal y la democracia con adjetivos. La diferencia es que la primera se concentra en responder la pregunta quién gobierna, mientras que la segunda responde en beneficio de quién se gobierna. Teóricamente hablando, si se establecen mecanismos que permitan la selección de los gobernantes mediante los procesos electorales, esa designación mayoritaria debería conducir al bien común, ya que los representantes responderían a los deseos de esa mayoría, lo cual no siempre ocurre en la práctica.

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El problema es que garantizar el beneficio colectivo es más fácil cuando la colectividad es homogénea y compacta. Así, mientras más diversa, individualista y compleja sea la sociedad, más difícil será la capacidad de encontrar la mediación necesaria, empezando por la contradicción que se heredó de los mismos ideales de la Revolución francesa. Garantizar la libertad en una sociedad capitalista, que tiende a concentrar la riqueza en una minoría, puede atentar contra el principio de igualdad. De la misma manera, la teoría de los derechos humanos ha ido evolucionando con el tiempo para descomponerse en una multiplicidad de banderas: migrantes, mujeres, jóvenes, indígenas y diversidad sexual, entre muchos otros temas relevantes. La creciente diversidad, por lo tanto, hace surgir la tentación de confundir el bien sectario con el colectivo, de manera que cada quien piensa en una democracia con apellido diferente, siendo ese el lente desde el cual se juzga el sistema. Obviamente, esta es una receta garantizada para la decepción.

Si este obstáculo no es suficiente, garantizar el gobierno de la mayoría en una sociedad dividida en tantos intereses y sectores es contraproducente, ya que, después de cada elección, el sector triunfador emerge como el único ganador de una larga lista de perdedores. Y esa rivalidad preelectoral se extiende al ejercicio del gobierno, lo cual garantiza un conflicto permanente por incidir en los beneficiarios de las políticas públicas. Este conflicto electoral permanente, por lo tanto, puede conducir a la tentación autoritaria y alterar la esencia de la democracia procedimental para negar la alternancia mediante una variedad muy grande de variantes: sistemas híbridos que formalmente son democráticos, pero que sustantivamente reproducen prácticas autoritarias.

Por eso es importante recuperar el tercer ideal de la Revolución francesa, la fraternidad, que ahora puede traducirse en la necesidad de la solidaridad: la capacidad de producir la unidad en la diversidad de manera que se alcancen acuerdos mínimos indispensables que reconstruyan el tejido social roto. De lo contrario, la democracia, lejos de ser virtuosa, se convertirá en la tiranía de la mayoría, lo cual augura el conflicto permanente.