Porque la fórmula, debido a su simplicidad, resulta muy efectiva. ¿Quién estaría en desacuerdo con el respeto al prójimo y la empatía como actitudes positivas para acercar a personas con distintas ideologías en contextos (cada vez más) polarizados? Dado el alto grado de polarización que Guatemala vivió por décadas y sigue viviendo debido a fallas inherentes del mismo Estado, como argumenta Bobby Recinos, y dados también las agendas externas de estabilidad nacional (la Guerra Fría, la guerra contra la corrupción) y algunos factores internos (la exclusión política, las desigualdades sociales), parece lógico que un llamado a la sensatez, a la moderación, y la posibilidad de hablarse cordialmente entre todos sume adeptos. Es como esos llamados a la ética, a la buena moral o a la educación como valores ciudadanos que todos deberíamos practicar. ¿Quién podría oponerse?
Sin embargo, en la misma premisa absolutista reside su limitación.
Primero, afirmar que no hay otro camino que la moderación excluye la visión e imaginación de otros caminos hacia esa tierra prometida. Hace unos días escuché en persona una ponencia de la alcaldesa de San Juan, Puerto Rico, Carmen Yulín Cruz. Como recordaremos, Cruz se convirtió en la cara de la situación de emergencia de la isla ante la negligencia del Gobierno estadounidense hacia sus conciudadanos (por mucho que Puerto Rico sea solo un territorio) después del paso del devastador huracán María.
Yulín confrontó firmemente al presidente Trump, quien no solo afirmó que no había un alto costo en vidas, sino que dio por misión cumplida su ayuda en la isla. Su liderazgo atrajo atención sobre la magnitud de la crisis y activó mayor ayuda. Hoy un estudio de Harvard demuestra que el saldo en muertos fue mayor que el de los ataques del 11 de septiembre y el del huracán Katrina juntos. Como Yulín dejó entrever, en tiempos de crisis la moderación no es una opción. Todas las vidas cuentan.
Guatemala vive una severa crisis crónica en la cual las soluciones a la problemática del país no van a ver el día bajo el prisma de la moderación. Los problemas que aquejan a la ciudadanía no apelan tanto a la moderación como a la obstinada acción radical, o sea, a medidas que vayan a la raíz, como las causas de la emigración o de la pobreza, que afectan a los más desposeídos y vulnerables ante las catástrofes naturales.
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Segundo, estos conceptos del buen ciudadano moderado y respetuoso están basados en comportamientos y decisiones individuales y no confrontan o cuestionan sistemáticamente aspectos inherentes a los sistemas de exclusión, marginalización y opresión que las grandes mayorías sufren en el país. Dice Porras que somos herederos de nuestra ideología (sin definir «somos»), cuando sabemos que más bien somos herederos de nuestras circunstancias socioeconómicas, en las que algunos somos más privilegiados que otros: lugar de nacimiento, género, pertenencia étnica, color de tez, clase social y orientación sexual marcan nuestras oportunidades en la vida.
La ideología se va desarrollando después, modificándose con el tiempo. Por medio de nuestra socialización y educación adoptamos unos valores e ideas que priorizamos sobre otros. Así pues, confiar en que el cambio es personal cuando es sistémico-estructural es no ver otros caminos para mejorar el país y conlleva el riesgo de volvernos negligentes y de llevarnos a profundizar las desigualdades.
Guateámala (2006) y Guatemorfosis (2012) fueron campañas de las élites para revalorar al país que pegaron en su debido momento, solo para convertirse en un manifiesto mercadológico de buenas intenciones, al tiempo que la corrupción rampante no se modificó y hasta la fecha somos uno de los países parias a nivel internacional por los crudos índices de desarrollo humano y de desigualdades lacerantes, sobre todo en niños y jóvenes.
Aunque bien intencionada, no es tanto la actitud moderada la que ilumina el camino como la visualización, profundización y discusión de las contradicciones que nos dividen y separan sin criminalizar ni tratar de erradicar al otro.
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