Unos excesivamente alegres porque su equipo iba ganando, los otros en cambio, estaban furiosos, con el árbitro, con su equipo, con el entrenador, y con los vencedores.
En ese caldo de cultivo cualquier cosa enciende la llama. Es así como uno de los perdedores, cree ver una sonrisa burlona en nuestro hombre. Le reclama, discuten y de inmediato se agarran a golpes. En la pelea, los dos hombres salen heridos. Aquel hombre tranquilo y taciturno que entró en el bar, ...
Unos excesivamente alegres porque su equipo iba ganando, los otros en cambio, estaban furiosos, con el árbitro, con su equipo, con el entrenador, y con los vencedores.
En ese caldo de cultivo cualquier cosa enciende la llama. Es así como uno de los perdedores, cree ver una sonrisa burlona en nuestro hombre. Le reclama, discuten y de inmediato se agarran a golpes. En la pelea, los dos hombres salen heridos. Aquel hombre tranquilo y taciturno que entró en el bar, sale ahora con una herida en el ojo.
En otro lugar, lejos de allí el marido entra borracho a su casa. Insulta a su mujer, le dice frases obscenas y grotescas. Ella guarda silencio porque le tiene miedo y porque le enseñaron que el esposo es amo y señor de la casa. El borracho se molesta porque la comida está fría, o porque está muy caliente, quizá. No importa, total siempre se enoja. Golpea la mesa, tira el plato contra la pared y después se le va encima a su mujer. La agarra del pelo, la tira para atrás y le golpea el rostro. La mujer sale de la casa llorando, y con una herida en el ojo.
La misma herida ensangrentada que tiene nuestro hombre del bar. El mismo golpe, en el mismo ojo. Sin embargo, a él se lo hizo otro hombre en iguales condiciones. Fue el resultado de una pelea de machos. El juez solo deberá buscar el origen del conflicto y ver quién lo inició.
En cambio, el golpe que tiene ella lo recibió porque era mujer. Porque su marido se siente con el poder “celestial” de golpearla. Entre ellos no hay una relación de iguales, sino una relación de sometimiento. Él se siente por encima de ella. Superior a ella.
El juez debe ser capaz de ver más allá del golpe. No se trata ahora de un conflicto entre iguales, ni siquiera se trata de un conflicto privado. Nada de que es un pleito entre marido y mujer, como se decía antes. Nada de aquella excusa de los varones, de que le pegan a la mujer porque tienen que educarla.
A partir del 2008, con la aprobación de la ley contra el Femicidio y otras formas de violencia contra la mujer, estos abusos están tipificados como crimen, y son sancionados por ley.
Me cuentan las juezas de los Juzgados Especializados que cuando a un hombre, como nuestro agresor del ejemplo, se le sentencia por violencia contra su mujer, este se sorprende. Para él es una sorpresa que se le castigue por hacer lo que siempre había hecho, por lo que él considera “normal”. Pegarle a la mujer es educarla, dicen algunos. Y no entienden por qué se les castiga.
Definitivamente hay que cambiar esta mentalidad. El hombre debe aprender a ver a la mujer como un ser humano igual a él. Con los mismos derechos y obligaciones. La mujer también tiene que asumirse como tal. Golpear a una mujer para educarla, no es normal. Ese debe ser el mensaje claro que como sociedad debemos dar.
Pero, el Estado por su parte debe encargarse de proteger a esta mujer y castigar al agresor. La Ley se debe convertir en un escudo protector. El agresor debe dejar de violentar a la mujer, bien sea por convencimiento o por el temor al castigo. Ya no hay de otra.
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